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Análisis: Ex presidentes y delincuencia, los vaivenes de América Latina

Patricio López

  Viernes 21 de julio 2017 12:22 hrs. 
america latina corrupcion

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El espejo devuelve una imagen distorsionada a los ingleses de América Latina, al jaguar recién venido a menos. Y es que Chile tiende a mirar con un dejo de compasión a los vecinos del barrio, por no saber elegir, por la degradación de sus democracias, por haber puesto en la presidencia a individuos que luego caen en la ignominia de la cárcel. No como aquí.

Fujimori y ahora Humala en Perú, quizás Cristina en Argentina o Lula en Brasil, entre otros. Todos ellos, por razones que en cada caso merecen su propio análisis particular, han sido perseguidos luego de abandonar el gobierno por la mano implacable de la justicia, demostrando a sus respectivos pueblos retroactivamente que los peores se han apoderado de su democracia.

Algo tienen en común, eso sí, todos los que caen: o dejaron de ser funcionales a los grandes intereses económicos, o son francamente peligrosos para quienes los poseen. Argentina en un buen ejemplo, puesto que, a pesar de que se nos bombardea por acá con la corrupción del Kirchenrismo, el actual gobierno no solo enfrenta el hastío ciudadano por las políticas económicas. Debe lidiar también con una serie de casos de corrupción que han envuelto al Macrismo, los que al menos denotan favores a determinados empresarios o grupos afines. Entre los que más escándalo público han producido están la aparición del Presidente y su entorno en el caso “Papeles de Panamá”, sobre las cuentas de personeros de todo el mundo en paraísos fiscales. Luego, la demoledora investigación sudamericana sobre la constructora Odebrecht, donde el amigo de Macri, Gustavo Arribas, quedó envuelto en pagos de la empresa a su nombre. Por último, y probablemente la gota que rebasó la paciencia de algunos, una condonación millonaria del Estado argentino a quien fuera dueño del Correo Argentino, Franco Macri. El padre del mandatario.

Macri no ha caído por Odebrecht, otros sí

Nosotros, en medio de la podredumbre, somos distintos. En Islandia el primer ministro debió renunciar luego de que los Papeles de Panamá revelaran sus inversiones en paraísos fiscales. En Chile y frente al mismo hecho, un expresidente transformado en precandidato acusó una campaña en su contra y apenas se sintió en la necesidad de explicarse lo que duró una mañana, blindado por nuestros medios de comunicación privatizados y concentrados.
Hasta el año pasado, la ONG Transparencia Internacional situaba a nuestro país como el menos corrupto de América Latina, calificación que ahora cambió a un todavía excelente segundo lugar. Según la vara de esta organización, Chile no está fallando en la lucha contra la corrupción, en el contexto de un continente donde abundan las malas prácticas. Aquí los políticos no van presos, no tenemos Lava Jatos ni otras vulgaridades propias del barrio.

Aquí, de hecho, nuestra clase dirigente es respetuosa de la Ley. El subsecretario de Pesca termina convertido en presidente de los Salmoneros sin inversiones previas en el sector, en un acto de prestigio y respetabilidad. Como aquel otro que luego de ser subsecretario de Obras Públicas asumió la presidencia de las empresas sanitarias. O como aquella larga lista de superintendentes que, por hacerlo tan bien, ameritaron ser designados ejecutivos o integrantes de los directorios de las empresas que ayer regulaban.

Aquí ninguna ex autoridad de gobierno huye hacia un convento con un maletín lleno de dólares: el dinero es respaldado con facturas y boletas falsas. Es documentado y, a veces por prescripción y otras porque la investigación es obstaculizada, nadie llega a la cárcel.
¿Somos tan diferentes entonces? ¿Adolecemos de dirigentes corruptos a gran escala, o más bien el sistema blanquea conductas inaceptables y nos sumerge en el autoengaño?

En países como Chile, donde el interés privado lo captura todo y no solo se expresa por voz propia, sino a través de los medios de comunicación y de la actividad política, la apreciación sobre la corrupción se vuelve literal: aunque nadie va a la cárcel, quién es señalado es el operador del interés espurio, nunca el beneficiado, nunca el que compró voluntades. Por eso, nuestra historia reciente y las aberraciones de la dictadura militar se juzgan sin contexto, como si el país hubiera sido asaltado de súbito por una tropa de sádicos y no fuera, como realmente fue, el golpe de una clase social contra otra. Un golpe cívico militar.

El Jaguar mira con desprecio la suerte de Brasil, donde Lula podría ir a la cárcel. Menos importa que antes cayó Eike Batista, el empresario más rico del país. Eso nunca sucedió en Chile, ni es imaginable que llegue a suceder. Porque la verdadera y más grave corrupción no radica en la evasión del Transantiago, para la cual ya hay una oportuna ley, sino en beneficiarse de la perversión del interés público sin ensuciarse, dejando que otros sean señalados como los niños símbolo.

En las sociedades neoliberales, de las cuales Chile es la que más, la corrupción cumple la misma función que antes la metralleta sublevada del cuartel: interrumpir la democracia y sus propósitos de bien común para favorecer a una minoría. El pobre no tiene cómo volcar el sistema a su favor, puede evadir un transporte público que no es un derecho, sino un servicio de mala calidad, pero no mucho más. Si en cambio el Político es funcional a ese orden, podrá corromperse e incluso llegar a los cargos más altos. Si alguno llegase a caer, es solo porque a veces se requiere un cordero que quite los pecados del mundo. Para tal efecto se elegirá de preferencia al más flaquito y de menor linaje.

Somos iguales, pero somos distintos. Videla murió en la cárcel, Pinochet murió en la impunidad, aunque en la ignominia. Mientras, los grupos económicos que se beneficiaron luego del bombardeo a La Moneda, las privatizaciones y la instauración del modelo neoliberal, siguen ahí, gobernándonos a través de los políticos, como antes a través de los militares.

patricio lopez RUCH*Patricio López es periodista y conductor de Radioanálisis, programa de Radio Universidad de Chile que va de lunes a viernes de 07 a 10 de la mañana por la 102.5 FM.

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