Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 29 de marzo de 2024


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La DC y su presente


Jueves 27 de julio 2017 13:19 hrs.


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Señor Director:

Dirijo esta carta aprovechando la víspera de la última Junta Nacional del PDC. Carta motivada por la complejísima situación por la que atraviesa ante los ojos de la opinión pública del país el Partido Demócrata Cristiano de Chile. En vista de las noticias que diariamente veo y leo por toda clase de medios tradicionales y electrónicos, quiero compartirles una reflexión muy personal que estoy seguro compartirán muchos de mis camaradas, como ha demostrado una reciente misiva de quien les escribe, publicada por el diario digital El Desconcierto sobre la aprobación de la polémica ley de aborto en nuestro país.

Si bien ingresé a los 17 años (hace casi 20 años atrás) a militar a la Democracia Cristiana, ilusionado por servir a mi país de la misma forma que han hecho muchos en mi familia y que representan un orgullo colectivo pero también personal, me retiré por casi diez años del partido, el servicio electoral y me fui del país agotado de él. Me fui agotado de Chile, agotado del juego de cartas que ya a una corta edad algunos camaradas practicaban para conseguir cualquier tipo de cargo público y agotado del partido, cuyos principales dirigentes eran, a ratos, incapaces de seguir una línea de acción común en pos del propio partido y más importante aún, del país que lo vio nacer y le entregó su confianza, creyéndose dueños de él.

En esos diez años pude recorrer el mundo y observar cómo funcionaba la política española, la francesa, la alemana y el resto de la Unión Europea, además de la siempre tirante relación entre los Estados Unidos y Rusia. También veía a la distancia, como un observador álgido, lo que ocurría en Chile con la vida social y política y especialmente la del Partido Demócrata Cristiano. Cómo no.

Tras el evento sin igual que significó para el PDC y para el país la ascensión al poder de Patricio Aylwin Azócar, y con él el retorno a la Democracia, el Partido Demócrata Cristiano fue el único capaz de llevar por buen camino (en aquella transición donde ninguna clase de extremismo hubiese sido funcional) a un país que estaba demasiado violentado, demasiado abusado, demasiado dolido. Un país que aún busca respuesta, que aún busca a sus muertos. La gente le depositó su confianza. Un país entero le depositó su lealtad, y no solo una vez. Eduardo Frei Ruiz-Tagle (como también hizo su padre Eduardo Frei Montalva) volvió a ponerlo como la opción más confiable para llevar las riendas de la Nación con una aceptable gobernabilidad y los ojos del mundo puestos en él tras 17 años de horrores cometidos por el dictador y la junta militar con todos sus excesos.

Y me pregunto: ¿Qué fue lo que sucedió?, ¿Qué pasó para que 27 años después la apuesta presidencial de otrora partido más importante del país, traducido en la voluntad y confianza popular de los ciudadanos no supere un 2%? A todas luces es una cifra paralizante, abrumadora, sumamente preocupante, y ante ella el PDC tiene no solo el deber, sino la obligación de tomar medidas inmediatas y drásticas para que como dice su slogan, los chilenos “Volvamos a Confiar”. Y la confianza se construye con las palabras correctas en el momento adecuado, pero sobre todo con hechos, y esos hechos deben venir irremediablemente acompañado de una ética inquebrantable. Cualquier hombre o mujer que aspire al ejercicio de la política debe saberlo.

Y sabemos todos que la legitimidad política de representantes e instituciones no ha hecho más que caer en picada durante el último tiempo, y tanto les da. El clientelismo, la demagogia y el creer que hemos de tener la última palabra en detrimento del diálogo, la responsabilidad en nuestras declaraciones y un servicio público de calidad que la gente vea reflejada en su diario vivir, van condenando no solo al partido, sino a toda la vida política chilena en unos niveles de estupor, de rabia y de impotencia generalizada, donde la confianza (el más alto e importante pilar en la administración de los poderes del Estado (desde la antigüedad de Roma y la Grecia clásica)) se ha visto dinamitada y sollozante.

Los errores, en el último tiempo, se han sucedido como un efecto dominó, donde camaradas hablan y al día siguiente son desmentidos por otro camarada, en una actitud intolerable. Los sucesos en la Cámara de Senadores y luego en la Cámara de Diputados relativos al proyecto de despenalización del aborto en 3 causales ha puesto de manifiesto esta realidad, así como el cuestionamiento permanente a la designación de la presidenta Carolina Goic Boroevic a la carrera presidencial, quien representa actualmente una opción que respeta a cabalidad las líneas fundamentales del partido, sus bases, como así también la honorabilidad del servicio público en favor de los ciudadanos del país. El cuestionamiento interno a su figura desde las mismas entrañas del PDC, vuelve a ser inaceptable. Inentendible a su vez resulta apoyar la candidatura, por parte de ciertos militantes, de un miembro de la colectividad quien ha faltado el respeto a la integridad física de una mujer. ¿Cómo pretenden, entonces, que el electorado confíe en un partido que defiende tamaña aberración de parte de un hombre contra una mujer en pleno siglo XXI, donde la igualdad de derechos no es una opción, sino una necesidad vital para la mantención de la paz y garantías para todos, para la equidad y para la superación de la pobreza?

Personalmente, he tenido que meditar durante mucho tiempo volver a cerrar filas con el partido, y la decisión se debe, principalmente, a volver a enaltecer el espíritu que motivó a que un miembro de mi familia, el abogado Florencio Ceballos Bustos (hoy ya retirado de la vida pública tras décadas al servicio del Estado como Director del Diario Oficial y del partido como destacado miembro del Tribunal Supremo), junto a otros 13 valientes militantes de la Democracia Cristiana de Chile (don Bernardo Leighton Guzmán, don José Ignacio Palma, don Renán Fuentealba Moena, don Sergio Saavedra, don Claudio Huepe, don Andrés Aylwin Azócar, don Mariano Ruiz-Esquide, don Jorge Cash, don Jorge Donoso, don Belisario Velasco, don Ignacio Balbontín y don Fernando Sanhueza Herbage), incluso a costa de su propia integridad física, hayan tomado la decisión de oponerse el 13 de Septiembre de 1973 al Golpe de Estado perpetrado por el dictador Augusto Pinochet Ugarte y la Junta Militar, y hubiesen tenido que escapar de las formas más increíbles del país para salvaguardar sus vidas. Me pregunto cuántos militantes del partido harían hoy lo mismo. ¿Cuántos de nosotros tendrían hoy el coraje de arriesgar sus vidas por lo que creían era una infamia abominable para el mantenimiento de la Democracia en su país? Jacques Maritain dijo una vez que “una sola idea, si está bien, nos ahorra el trabajo de una infinidad de experiencias”. Ahora esa es la misión de una nueva generación y su responsabilidad: tener buenas ideas.

Tras una década de alejamiento por propia opción, vuelvo a las filas del Partido Demócrata Cristiano y me pongo a su disposición para lo que estime conveniente, por qué no decirlo, en uno de sus momentos más complejos, con el fin de rendir homenaje a esos 13 valientes camaradas de la forma que esos 13 hombres me inculcaron desde pequeño, que no fue más que la arraigada convicción de que por la patria se debe entregar todo, con ética, con justicia, con honor y adaptándonos a los tiempos, a la sociedad y sobre todo a los ciudadanos, de la mano con los cambios sociales que esa ciudadanía exige, los votantes, alejados de manierismos y discursos complacientes. Don Patricio Aylwin Azócar, contaba en su tiempo que “fuimos víctimas de una excesiva ideologización, donde cada uno quiso imponer su proyecto histórico y eso condujo a la ingobernabilidad del país”. Y el PDC no puede ni externa ni mucho menos internamente, adaptando esa frase a nuestros tiempos, que vuelva a suceder. Con esta carta los invito también a volver a sus raíces, a la honorabilidad que significa el servicio público y llevar al Partido Demócrata Cristiano, una vez más, a lo más alto del Humanismo Cristiano y la vida pública del Estado, de donde jamás debió moverse.

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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