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El principal propósito de los militantes

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Lunes 31 de julio 2017 9:01 hrs.


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Cuando el que escribe esta columna era estudiante universitario nos resultaban altamente sospechosos que algunos compañeros, parientes o amigos no demostraran interés por la política ni militaran en partido alguno. En nuestra juventud, los compromisos eran contundentes, loables, y las colectividades políticas se esmeraban en captar jóvenes para formarlos ideológicamente, y asumieran un compromiso muy activo en los procesos electorales. Hoy, sin embargo, lo que resulta muy sospechoso es la militancia, cuando prácticamente todo el mundo asume que inscribirse en un partido tiene dos explicaciones posibles: el deseo de  hacer carrera política o conseguir un puesto en la administración pública. Convertirse en un operador bien remunerado pero dependiente de las cúpulas partidistas, los parlamentarios, alcaldes y otros altos funcionarios públicos. Para poder exhibir su militancia, cuando convenga, sobre todo a la hora de postular a un empleo.

Así como hoy se habla de la “familia militar” hasta hoy es posible todavía, reconocer nombres, apellidos y parentescos asociados a la Democracia Cristiana, al Partido Comunista o a las múltiples históricas fracciones de los socialistas. Así como también en la derecha se reconocían dos vertientes muy claras hasta el Golpe Militar de 1973, cuando ambas asumieron un papel activo en la desestabilización de nuestra democracia, la consumación del Golpe y la justificación de los horrores que le siguieron.

Después de largos meses en que los partidos se han esforzado por actualizar sus listas de militantes, la verdad es que la suma de todos los inscritos representa un porcentaje ínfimo de la ciudadanía, entre los cuales debemos considerar los que fueron incluso sobornados a cambio de su firma, o a los que fueron suplantados violando gravemente la Ley Electoral. En efecto, centenares de personas que quisieron sufragar en las primarias se encontraron con la sorpresa de estar inhabilitados para ejercer el voto por aparecer militando en una colectividad que no participaba de este proceso.

Como muchos actores políticos lo reconocen sin desparpajo, hace tiempo que los partidos dejaron de ser ideológicos, compartir un ideario o programa común. Por lo mismo que las diferencias y las tensiones al interior de estas colectividades suele ser mucho más ácida o lapidaria. De esta forma es que la horizontalidad de posiciones, liderazgos e intereses suelen cruzar casi todo el espectro partidista. Por lo que nos es extraño comprobar que hay laguistas, por ejemplo, mucho más activos dentro de la DC o el propio empresariado que entre socialistas y pepedés. Lo que explica también que su deseo de ser candidato fuera abortado desde sus propios domicilios partidarios y hoy, después de la bochornosa Junta Nacional de la Democracia Cristiana, y las dudas de su candidata presidencial por permanecer en la carrera electoral, le haya  permitido a varios de DC visualizar como posible que Ricardo Lagos Escobar emerja como una solución para prolongarle la vida a la Nueva Mayoría y competir con alguna chance contra Sebastián Piñera.

Desde los partidos más oficialistas, igualmente, no son pocos los que quisieran que el candidato independiente desista y de un paso al costado en favor de un nuevo candidato presidencial. Un incesante rumor dice que hay algunos operadores que tienen en sus manos varios miles de firmas para inscribir a Alejandro Guillier ante el Servicio Electoral, pero que se niegan a entregarlas a su directivos de campaña en la espera de que éste “tire el mantel”, renuncie a su candidatura y desde las viejas y ávidas figuras de la antigua Concertación pueda proclamarse al mismo Lagos, a José Miguel Insulza u a otro que concite una fórmula que les permita mantenerse en La Moneda y retener una buena representación en el Congreso.

En la derecha, incertidumbre es lo que sufre el mismo Piñera ante la posibilidad de que Manuel José Ossandón se sustraiga de su campaña electoral. Tal como dentro del oficialismo se asume que los escuálidos niveles de apoyo que mantiene la Presidenta muy difícilmente les den posibilidad de obtener resultados auspiciosos en las próximas presidenciales y parlamentarias. Todo lo cual revela que hoy sean mucho más importantes los caudillos políticos que los partidos en los próximos resultados. Aunque algunos sigan empeñados en pegotear alianzas electorales con expresiones políticas que no tienen otro objeto y rumbo que poner a los suyos e incondicionales en un ministerio, integrar una bancada parlamentaria o, en subsidio, asignarlos como embajadores o directores de las empresas del Estado. En las que Codelco se constituye en la principal joya de la Corona de nuestra curiosa democracia.

Si usted se fija bien, no observamos discusiones políticas ni programáticas, sino solo cálculos dentro de la llamada “ingeniería electoral” que sigue en plena ebullición. Lo que más se nota en la ausencia de propuestas y, de existir algunas promesas, de verdad éstas no difieren realmente entre quienes las hacen. En los últimos días, hay quienes muestran su horror por la posibilidad de que Piñera vuelva a cruzarse la Banda Presidencial, olvidándose de que su anterior gobierno, de verdad, no mostró diferencias sustantivas con la de sus predecesores.

En el fondo, a lo que más le temen estas personas es a perder su trabajo agenciado por su militancia, al riesgo de ser reemplazados por los que aguardan por éstos si triunfa su abanderado. Imagínese el desconsuelo que existe entre los centenares se asesores de la actual administración, y que gozan de ingresos muy por encima del de los empleados de planta y carrera.

La suerte del sistema previsional, de las isapres o de la propia reforma educacional no es lo que está en cuestión. Tampoco la posibilidad de que Chile se dé una Constitución legítima en su contenido y en su origen.  Le consta ya al país que la amplia ventaja mayoría parlamentaria que ostentó la Nueva Mayoría en este Gobierno, de verdad no sirvió de mucho en relación a los consensos reales que existen, en realidad, entre los ex pinochetistas y los que han terminado por rendirse al legado del Dictador y a su institucionalidad.

Para ser justo, este mismo cuadro se reproduce en la constelación de astros y estrellas del progresismo, del izquierdismo o como quiera se denominen sus múltiples protagonistas. La obsesión por los cargos parlamentarios se está haciendo allí cada más más ostensible y fratricida, sobre todo cuando la tensión ya está posicionándose al interior del Frente Amplio. Es decir entre sus fundadores y dueños versus el ahora llamado “polo de izquierda”. Un panorama harto complicado, entonces,  para la suerte de Beatriz Sánchez, la candidata ya proclamada, como para esos cuatro, cinco o más candidatos que persisten en competir en cada proceso electoral aportando con su atomización a que la disyuntiva sea la misma de los últimos 27 años de posdictadura. Esto es, consolidar a la misma clase política gobernante que hoy, ya sea en el Gobierno o en el Congreso Nacional,   practique la llamada “política de los acuerdos”,  para que todo siga más o menos igual. Para que el gran mundo empresarial continúe lucrando y enriqueciéndose y nuestros recursos naturales entren en etapa de extinción; la inequidad se pronuncie a  niveles todavía más escandalosos y los trabajadores y pensionados simplemente entiendan que el crecimiento del país debe descansar sobre su inicua explotación.

Hasta que no se edifique desde el pueblo, por cierto, una auténtica alternativa, con la unidad, organización y la fuerza siempre indispensables para cambiar su condición y condenar los abusos de los gobernantes. Que en el caso de Chile no ofrece mayores diferencias, ya, entre, todos sus principales protagonistas. Cuando los llamados “cupos” importan más que los idearios.

Es cierto: si en el pasado era meritorio militar en los partidos, hoy de verdad lo más decente parece sustraerse de una actividad venida a menos por el oportunismo y la corrupción. Una tragedia, sin duda,  para quienes militaron toda su vida y hoy comprueban la decadencia de la que estaba llamada a ser la más noble de las actividades públicas.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.