Señor Director:

El 10 de agosto del 2012, empezó a morir Arturo Aguilera, quién había empezado a nacer el 3 de enero de 1984.

Amigo y hermano de muchos, pero hijo de solo dos. Tuvo una vida plena, hizo suyo el color, las imágenes de dibujo y páginas de revistas antiguas. También la superficie de algunas paredes para decir y hacer arte, política y poesía.

Quiso un país mejor, para él y para otros…que todavía no nacen o duermen en la ignorancia. Uno de esos, que ignoran y viven vanas existencias, engordando en lo material y adelgazando en lo espiritual, lo empujó fuera de la vida con un golpe de auto.

Arturo y su bicicleta pasaron de largo a la eternidad.

Su leyenda y significado es más alta y ancha que esta columna de palabras insuficientes.

Por ahora sepa quién lee, que Arturo Aguilera Maureira fue bien amado, hijo, hermano y amigo. Una bendición que cruzó la noche de Chile por 28 años y seguirá fulgurando en las páginas de una versión particular de la historia, en el registro de héroes anónimos caídos en el esfuerzo colectivo de mejorar la vida de cada chileno, con luz, arte, música, vida y alegría.