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Salud pública: con la cabeza en el barro y agitando los pies en el aire


Lunes 21 de agosto 2017 10:05 hrs.


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Las noticias indican con adecuada alarma que el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) evoluciona con características epidémicas en el país, especialmente en algunos grupos etarios y en ciertas regiones de él, y que lo mismo sucede con otras enfermedades de trasmisión sexual (ETS), como la gonorrea, la sífilis y la hepatitis A y probablemente con el herpes simple. Sin lugar a dudas, la permanencia y el aumento de estas enfermedades trasmisibles y prevenibles, representan una condena categórica al manejo sanitario actual de estos procesos biológicos y sociales en el país. Ellas también indican el rotundo desastre de las presentes prácticas de salud pública en Chile y la bancarrota de los fundamentos teóricos usados por los gestores y los propiciadores de estas prácticas. Esto es también así porque la epidemia de ETS en curso es un grupo más de enfermedades trasmisibles que se agrega a las epidemias recientes de diarreas por vibriosis, por salmonella y Escherichia coli, de tos convulsiva, de meningitis virales y bacterianas, de virus Hanta, de infecciones intrahospitalarias y al estancamiento en la disminución de la tuberculosis. En el desarrollo e implementación de políticas de salud pública en Chile en las décadas de los 1950, 60 y 70 la Universidad de Chile y su departamento de salud pública y el departamento de salud pública del Colegio Médico tuvieron un papel preponderante. Estas políticas fueron en general efectivas y adecuadas a las realidades del país y responsables de las mejoras en este ámbito y de otros, de la práctica médica en aquella época.

El silencio y la retirada de estos últimos actores sin lugar a dudas explican parcialmente los peligrosos resultados que las presentes políticas de salud pública o su ausencia, tienen sobre la evolución negativa de las enfermedades infecciosas en Chile. El postulante de derecha a la presidencia de la republica Sr. Sebastián Piñera de manera oportunista y demagógica se ha apresurado a culpar al gobierno actual de estos descalabros sanitarios, sin embargo una revisión  indicara que ellos comenzaron su evolución creciente durante la dictadura militar sostenida por la derecha política que él representa y que han continuado ininterrumpidos en los últimos 27 años, incluso durante su gobierno. El curso de la dictadura se caracterizó por la presencia continua de epidemias de enfermedades infecciosas, incluso de algunas prevenibles por vacunas efectivas y otras por suministro de agua potable de buena calidad (ver F. Cabello, Ambiente y Desarrollo, Diciembre, 1986; Revista Mensaje, Mayo 1990 y Enero/Febrero 1990; Interciencia, Julio-Agosto, 1991). En aquella época, el progreso de estas epidemias fue silenciado en la prensa y en las revistas científicas de una manera importante ya que su divulgación y discusión habría atentado contra el credo de que aquel gobierno era el mejor de Chile y de que tenía los intereses de la mayoría como su objetivo primordial.

Este silencio,  que se logró voluntariamente de la prensa incondicional a la dictadura, en la comunidad profesional experta en estos asuntos fue logrado por el espectro omnipresente de la violencia política y también a través de la evisceración de grupos de intelectuales que vieran modernamente a la enfermedad infecciosa como un problema económico, político y social, además de biológico. Entre las causas de las epidemias durante la dictadura estuvieron el aumento de la pobreza, el desfinanciamiento dirigido de los servicios de salud que atienden a la mayoría de la población, la desfinanciada municipalización, que además provoca fragmentación de las acciones de salud pública como pesquisa, tratamiento y educación y una incompleta recolección de datos epidemiológicos, condiciones necesarias para el manejo racional y moderno de estos problemas. La retirada del Estado y la disminución de sus recursos para la implementación de acciones de salud pública fue además justificada por las infundadas y retrogradas doctrinas forzadas por el Banco Mundial y otras instituciones internacionales de crédito,  de que la salud es mayoritariamente un problema personal, de que la mal llamada transición epidemiológica haría espontáneamente desaparecer a las enfermedades infecciosas y de que la creación de pobreza y de desigualdad, a través de reajustes estructurales, era necesaria para el desarrollo económico.

El fantasma de la violencia política y la ausencia de democracia permitieron además que políticos y funcionarios que tomaban decisiones que generaban diariamente muerte y enfermedad en la población quedaran impunes y que su responsabilidad política y ética jamás fuera cuestionada. Pareciera apropiado decir que varias de estas características en el manejo de la salud publica heredadas de la dictadura continúan aún vigentes y que algunas como el financiamiento parcial de la salud privada del 15% de la población con dineros públicos en desmedro de la salud pública, y la segregación económica y social y de la atención medica de la mayoría, se han intensificado. Permaneciendo también aun el miedo entre los profesionales de la salud a llamar a las cosas por su nombre, lo cual conspira contra el adecuado diagnóstico de estos problemas y sus reales causas y los preceptos éticos de las prácticas de salud. La rotativa clientelar de estos funcionarios de salud y su obsecuencia al gobierno de turno tampoco ayuda a la resolución de estos problemas ya que dificulta la crítica de sus acciones y facilita la evasión de sus responsabilidades. Por ejemplo, está claro que el Estado tiene limitaciones serias para cumplir con los objetivos de los programas de inmunización en la población infantil con vacunas efectivas como la de la coqueluche, lo que ha resultado recientemente en epidemias de esta enfermedad en algunas regiones del país sin casi discusión pública.

El reflujo del Estado y de sus universidades en el planeamiento y la acciones de salud pública en el país ha sido en parte reemplazado por las acciones de las compañías farmacéuticas y de los académicos y profesionales de la salud adictos a ellas que en su afán de lucro, e ignorando 200 años de historia de la epidemiologia de las infecciones, indican que estos problemas se solucionaran solamente con los milagros tecnológicos de nuevos métodos diagnósticos, de vacunas y de antimicrobianos. Este simplismo pseudo científico que beneficia económicamente a estos grupos a expensas del erario nacional, ignora las bases económicas, sociales y políticas de la enfermedad infecciosa y los roles que la educación, la inclusión social, la participación  comunal, la democracia y el Estado tienen en su prevención. Esta mezquina pseudo ciencia además de generar situaciones epidémicas quebranta los principios éticos de la medicina y los derechos humanos de la población, al evitar diagnosticar y atacar las verdaderas raíces de estos evitables problemas y debiera ser combatida racionalmente para evitar la muerte y la enfermedad que ellas provocan. Mientras este vuelco epistemológico para analizar las enfermedades trasmisibles y sus causas no suceda y la salud pública no ponga los pies en la tierra, sus políticas serán ciegas a la realidad y estarán con la cabeza en el barro y pataleando inefectivamente en el aire. Como dijera Rudolph Virchow, el padre de la patología moderna hace ya 150 años “… las epidemias son llamadas de atención a los gobernantes de que existen problemas serios en la calidad de vida de sus gobernados que no se pueden ignorar más.”

*El autor es profesor de microbiología, inmunología y medicina.