Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 28 de marzo de 2024


Escritorio

Necesitamos urgente una camiseta

Columna de opinión por Antonia García C.
Domingo 10 de septiembre 2017 10:56 hrs.


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Hace algunos años se publicó en Chile un libro singular. Su nombre: “Un exilio para mí”. Su autora: Leonor Quinteros Ochoa. No se trata en rigor de un estudio. Tampoco de un testimonio. El libro se ubica en una zona fronteriza, como también años atrás se ubicó el indispensable trabajo de Marcelo Viñar y de Maren Ulriksen que, entre otras temáticas, aborda la del exilio (“Fracturas de memorias”, ediciones Trilce, sigue en libre acceso en internet). El libro de Marcelo y Maren era una reflexión a corazón abierto. Un ejercicio de escritura que exponía el cuerpo entero. De una manera diferente este libro hace lo mismo. (Se) Expone.

A la manera de un collage está compuesto por diferentes elementos. Diferentes voces narradoras. Diferentes textos. Texturas. Los materiales en este caso son: un diario de vida escrito por una niña; cartas familiares; dibujos; algún documento administrativo (de singular importancia, como una carta formulario enviada por el padre de la autora a su madre desde el campo de Pisagua, en noviembre de 1973).

Se trata, por ende, de escrituras “in situ”. Cada uno de estos textos (por separado y el conjunto que componen) llega a nosotros en tiempo presente. No para narrarnos algo que pasó, sino para dar cuenta de algo-que-está-pasando-ahora. Y eso es el exilio de una familia chilena, primero en Bélgica, luego en Alemania.

Agradezco al equipo de “Infancia en dictadura” haber señalado a través de sus medios el trabajo de Leonor Quinteros, su reciente llamado a recoger testimonios sobre infancias en exilio. Una cosa llevando a la otra, apareció este libro que sin duda no ha tenido todavía la difusión que merece el esfuerzo tanto de la autora como del editor (Mutante Editores*) para ofrecer un relato que, además de resultar estremecedor, puede seguir nutriendo las reflexiones de todos aquellos que se interesan por nuestra historia reciente. Pero, también, por la voz de los niños. Todos los niños. De ayer y de hoy.

Es uno de los aportes del libro. Restituir la voz de una niña a través de su diario de vida. Ir al rescate. Creo que la expresión no es exagerada porque los originales de esos textos fueron escritos en alemán y hubo que traducirlos para que el lector chileno, no familiarizado con ese idioma, pudiera entender/atender/integrar. Acoger.

Desde este punto de vista, el libro contribuye de manera decisiva –como también lo hace “Infancia en dictadura”, trabajo conducido por Patricia Castillo– a cambiar de óptica, considerando al niño como sujeto pleno de la historia. Estamos hablando de otra valoración de su experiencia, de su visión, de lo que tienen para expresar los niños sobre sus propias vivencias y sobre la manera en que acompañan, y muchas veces padecen, las decisiones de los adultos. Esto es un tema del pasado y es, además, un tema terriblemente actual, además de transversal.

Una de las cosas que más llama la atención en estos trabajos, es la constatación simple de que el dolor de los niños no siempre se ubica ahí donde se ubica el dolor de los adultos.

Escuchemos:

“Marzo 1976 – En realidad, no fuimos a un paseo. Me mintieron y estoy muy enojada por eso. Tengo mucha pena, no puedo creer que ya no veré a Rucio. Espero que mis abuelos se encarguen de mi gato; como me prometió papá. Estoy tan preocupada por Rucio. Quizás está por ahí sin comer y se va a morir”.

Para los que hemos estudiado la relación entre lo íntimo y lo político, el libro es un regalo inesperado. Para los que no tienen interés en estudiar estas cosas, el libro también es un regalo. Leonor dice que se trata de una historia de amor. Le encuentro mucha razón. También me parece que es un libro sobre las miserias y las glorias de las personas, de los seres humanos. Las glorias de las personas en medio de las miserias (me refiero a cierto eucalipto, al hombre que pinta y no puede no pintar paredes –es una figura que se repite en la historia de nuestros seres queridos–, me refiero a formas trágicas que toma la esperanza y que aquí se encarna en la figura del padrino). Entre una cosa y otra, van apareciendo las más finas reflexiones de esta niña en formación, en crecimiento. Por ejemplo, sobre un tema central en las experiencias de desarraigo, que es el idioma:

“Abril 1977 – (…) Aprendí alemán en un mes. Mis papás dicen que es porque soy muy niña y que tengo capacidad para aprender idiomas, pero en realidad yo creo que es porque ya sé defenderme. En Francia también me decían cosas así en el colegio. Pero no era tan valiente. Ahora sé que tienes que hablar como los demás para que no te digan cosas feas”.

Por último, siendo que el diario de vida ofrece el principal hilo conductor, las cartas no resultan menos interesantes. A través de esas cartas, nos vamos familiarizando (nunca mejor dicho, se sale del libro con la sensación de ser parte de esa familia) con los otros “personajes”. El padre, la madre, los abuelos, el padrino, los amigos. En esas cartas, todo va desfilando, las pequeñas cosas y el inmenso esfuerzo por mantener las relaciones. Por mantenerse unidos. Por no dejarse separar. Porque el exilio se asemeja a una bomba que cae en medio del hogar y separa a las personas que deberían haber permanecido juntas. Siendo niño, eso implica la suma de muchos derechos vulnerados. Entre ellos, el derecho a ser querido, cuidado, educado, no solamente por sus padres sino también por abuelos y tíos, en compañía de primos y hermanos. Sin olvidar los amigos.

En medio de los momentos más difíciles: las cartas. Una vez más. Las cartas que se escriben porque es necesario esperar algo y ese algo es la respuesta

En este libro hay un pequeño detalle que se repite muchas veces. Es un pedido que le hace la madre (de Leonor) a su propia madre.

Diciembre 1978 – (…) Mamita, si puedes, por favor envíanos camisetas “mota”, aquí hace mucho frío. Mándame una para mí, talla M y a Leonor talla S.

Mayo 1980 – (…) Lo mejor que nos puedes enviar de regalo son camisetas afraneladas mamita linda, se ocupan siempre aquí. Las camisetas que hay aquí son 5 veces más caras y de mucho peor calidad. La industria textil chilena es excelen­te.

Y así, sucesivamente, entre una cosa y otra vuelve a aparecer el pedido y la argumentación. Necesitamos urgente una camiseta. Varias. Hace mucho frío. Las camisetas tienen que ser chilenas porque son más baratas y mejores. Sólo con camisetas chilenas se puede enfrentar este frio que hace en Alemania. Es necesario abrigarse.

Quizás no sólo el exilio sino nuestra condición de humanos nos ubique en esa región de frio atroz que a veces se siente. Quizás la literatura, ciertos días, en ciertas ocasiones, sea a su modo una camiseta. Una auténtica camiseta chilena que responde a una necesidad siempre vigente de abrigo.

* El libro “Un exilio para mí. Cartas y memorias del exilio chileno” de Leonor Quinteros Ochoa está disponible en internet en formato PDF. También puede adquirirse contactando al editor (Mutante Editores, Avenida Portales 2685, Barrio Yungay – 958508041).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.