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Trump y Kim Jong-un


Miércoles 13 de septiembre 2017 6:30 hrs.


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Cada humano tiene una  aproximación a la realidad que la hace ser necesariamente parcial y sesgada, por tanto, todos debemos bajarnos del podio, del púlpito o del proscenio, para hablar desde nuestra humilde condición de menesteroso pretendiente,  es decir con limitadas expectativas.

Pero hay cosas que la historia enseña y que autorizan a arriesgar ciertas teorías sobre los sucesos; claro que siempre son posturas debatibles y los contradictores deben ser aceptados con buen ánimo, a menos que se trate de sandeces que quitan los resguardos a la paciencia.

No pretendo alcanzar doctrinas ni teorías duras, de esas que odiaba el bueno de Baudrillard o el no menos bueno de Lyotard. Simplemente aplicar una especie de sentido común del discurso humano, ese que reivindicaba Wittgenstein en sus “Investigaciones filosóficas” y sus “juegos de lenguaje”. Tampoco se trata de aplicar una afanosa “deconstrucción” de los discursos transmitidos, porque no dan para tan elaborada metodología, con el perdón de Jacques Derrida.

Pero lo cierto es que la confrontación Este-Oeste que se da  ahora entre dos genios de la política, como son Donald Trump y Kim Jong Un,  está referida finalmente a EE.UU. y Rusia más China, que pujan por imponer ciertos perfiles de mando internacional, y que pasan por los alfiles y peones de la jugada, como son Corea del Norte, Venezuela,  Siria, Turquía, Irán e Irak.

Para China y Rusia, mantener fuertes aliados en Oriente, implica debilitar la influencia norteamericana en la región, por tanto, Corea del Norte, al ser una potencia aliada con capacidad nuclear es un factor  de contrapeso al poder de Corea del Sur o Japón, aliados históricos de EE.UU., que son, además, potencias industriales de primer nivel.

Si se consolida la influencia de China y Rusia en América Latina, con Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia, entonces se pone un atajo interesante a la dominación histórica y unilateral de EE.UU. sobre su “patio trasero”. La cosa con Brasil iba bien con el BRIC, pero ahora está por verse.

Por tanto, Corea no disparará sobre Japón ni Corea del Sur  ninguno de sus misiles atómicos, pero sí seguirá desarrollando su potencial armamentista. China y Rusia estarán domesticando a Kim Jong Un para que no se le suelte la mano en demasía.

Venezuela ha cruzado las Columnas de Hércules y navega por mares de aventura. El régimen no intenta volver a las elecciones universales. La elección de esta Constituyente está destinada a establecer mecanismos indirectos de representación, con electores absolutamente alineados con el régimen; es decir la vieja institucionalidad cubana. Eso crea un problema enorme a los países de América Latina que habían entrado en un tiempo de superación de los autoritarismos y dictaduras. Ahí la gestión de China y Rusia pueden morigerar los ímpetus castro-maduristas. La economía puede ser un factor a favor de los primeros, siempre y cuando no suban otra vez los precios del petróleo.

Claro que América Latina, en muchos lugares, ha cambiado la fuerza de las armas por la fuerza del dinero y la corruptela militar por la corrupción política y empresarial, con lo cual el avance de los últimos 30 años ha sido pírrico, y para el pueblo……Bueno, el pueblo que nos han dejado las dictaduras y los regímenes serviles que le siguieron, no es específicamente una ciudadanía; es , más bien, cualitativamente una masa. Es decir, que de la “revolución de las élites” ha derivado una revolución de las masas, que aún no se rebelan políticamente, pues apenas lo hacen a través del consumo; claro que no están conscientes que el consumismo es su bozal, y desde ese bozal lo jalan los poderes económicos para endeudarlos y hacerlos agachar la cerviz y enfriar su prurito revolucionario. Así estamos…Sólo hay que ver el panorama político de Chile.

En Chile, si ganase la derecha-cosa no imposible, pero tampoco tan obvia- nuestra realidad seguiría por la senda de la maldición de los países que viven de las materias primas; porque la derecha carece de un sentido planificador de la sociedad a mediano y largo plazo; la derecha toma lo que hay y lo estruja en su favor, abusando de la teoría del salpicado del perico: lo que cae de la mesa, eso es suficiente para los que viven debajo de esta.

Claro que el elector chileno no está para absorber-menos comprender- sobre teorías de desarrollo y menos de la lucha de clases en la arena social de una sociedad segmentada como la nuestra. Esa teorización es demasiado, pues se ha creado una sociedad infantilizada, puramente de apetitos orales y de una simpleza mental que casi provoca llorar.

Al chileno de hoy no se le puede convencer con argumentos, ni con dialéctica, pues ha perdido la capacidad de uso del lenguaje. Por eso usted verá que en cualquier discusión familiar o callejera se acorta y se zanja el tema con un combo o una patada. Si no hay dominio del lenguaje, tampoco puede haber diálogo, sólo brutalidad.

Los dirigentes de los partidos llamados “progresistas” se encuentran, para esta campaña, de pronto, sin bases militantes que apoyen una actividad proselitista en terreno, cuando justamente es lo que necesitan para captar ese electorado pasivo, o replegado, que ya no va a las urnas. Entonces el triunfador puede ser ese que sabe  trasmitir el mensaje que pegue en su audiencia donde les duele: es decir, el interés del bolsillo de los que ya están ahítos, de los que gozan privilegios y de sus negocios. Por eso la “revolución de las élites” puede eternizarse si es capaz de disciplinar a los suyos, con las mismas tácticas que antaño usaron los partidos proletarios, pero ahora no para deshacer privilegios sino para consolidarlos, profundizarlos, aunque sea ya una situación tan extrema, que se la pueda encontrar comparable sólo con las sociedades sauditas.

Cuando consolidamos una sociedad del interés puramente privado, nos encaminamos a la anomia y al nihilismo, dos maldiciones que retrotraen al hombre a las primarias prácticas  de las cavernas, es decir a la violencia o a la nada, a la negación del ser, al “olvido del ser”, como apuntaba Heidegger.