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Catástrofe segura: el costo de no reconocer el cambio climático

Así, mientras los desastres causados ​​por el cambio climático azotaban Estados Unidos, Trump –el hombre que dijo que el cambio climático era un invento chino– estaba haciendo todo lo que estaba a su alcance para asegurar futuras catástrofes.

Amy Goodman y Denis Moynihan

  Sábado 16 de septiembre 2017 9:35 hrs. 
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El 6 de septiembre de 2017, mientras Houston se recuperaba del huracán Harvey y millones de personas en Florida y el Caribe se preparaban para el huracán Irma, la tormenta más poderosa registrada en la historia en las costas del Océano Atlántico, el presidente Donald Trump viajó a Mandan, Dakota del Norte, y dio un discurso frente a una refinería de petróleo en el que elogió el papel de su gobierno en la reducción de protecciones ambientales y en la defensa de la industria de los combustibles fósiles. Alabó la construcción de los oleoductos Dakota Access y Keystone XL, y se jactó de haberse retirado del acuerdo climático de París.

Así, mientras los desastres causados por el cambio climático azotaban Estados Unidos, Trump –el hombre que dijo que el cambio climático era un invento chino– estaba haciendo todo lo que estaba a su alcance para asegurar futuras catástrofes.

Casualmente, Trump visitó Dakota del Norte cerca del primer aniversario del “Día de los perros”, que conmemora un feroz ataque canino desatado por los guardias del oleoducto Dakota Access contra los pacíficos indígenas protectores del agua que se estaban manifestando contra su construcción. Los guardias reprimieron a los manifestantes con gas y con golpes, y los perros mordieron a los protectores del agua y a sus caballos. A uno de los perros le chorreaba sangre del hocico. Democracy Now! estuvo ahí, grabando todo lo sucedido.

El oleoducto Dakota Access ha sido un símbolo especialmente poderoso para el movimiento de resistencia contra el cambio climático, que cuestiona la lógica de la extracción de combustibles fósiles y exige un cambio hacia una economía sustentable basada en energías renovables.

Los indígenas llaman al Dakota Access “la serpiente negra”. El oleoducto, que costó 3.800 millones de dólares y tiene 1886 kilómetros de largo, fue diseñado para transportar un máximo de 500.000 barriles diarios de petróleo crudo obtenido mediante fracturación hidráulica desde los yacimientos petroleros de Bakken, en Dakota del Norte, pasando por Dakota del Sur y Iowa hasta el sur de Illinois, donde se conectaría con otro oleoducto para trasladar el petróleo a la costa estadounidense del golfo de México.

A partir de abril de 2016, miles de indígenas de América Latina, Estados Unidos y Canadá se congregaron en Dakota del Norte en la mayor acción colectiva de tribus nativas en décadas. La convocatoria fue liderada por la tribu sioux de Standing Rock, que insistió en que el paso del oleoducto por debajo del río Missouri, justo río arriba de su reserva, podría contaminar de forma irreversible no solo su suministro de agua potable sino el de 17 millones de personas río abajo.

Los campamentos de resistencia siguieron creciendo. En respuesta, la empresa Energy Transfer Partners, propietaria del oleoducto, junto con el sheriff del condado de Morton, intensificaron y militarizaron la represión. Los meses de resistencia en Standing Rock se convirtieron en un punto cumbre en los anales de la resistencia no violenta, con numerosos actos de desobediencia civil creativos y valientes, realizados bajo el liderazgo espiritual de las comunidades Lakota y Dakota.
En respuesta a las protestas masivas y a la violenta represión policial, el gobierno de Obama ordenó detener la construcción de algunos oleoductos. La victoria parecía estar al alcance de la mano… y entonces Donald Trump ganó las elecciones presidenciales.

El 24 de enero de 2017, cuatro días después de asumir la presidencia, Donald Trump firmó órdenes ejecutivas para acelerar la construcción y la puesta en funcionamiento del oleoducto Dakota Acces, así como el polémico oleoducto Keystone XL, cuya construcción el presidente Barack Obama había bloqueado tras haber sido objetivo durante años de grandes protestas y acciones de desobediencia civil. Para el 1 de junio, Energy Transfer Partners afirmó en un comunicado de prensa que el oleoducto estaba “operativo”, lo que presumiblemente implica que habría comenzado a transportar petróleo.

Poco tiempo antes, el portal de noticias The Intercept publicó un informe basado en 1.100 páginas de documentos obtenidos, que detalla cómo un grupo de mercenarios militares y de inteligencia llamado TigerSwan había estado asesorando a Energy Transfer Partners y a la policía de Dakota del Norte durante meses. The Intercept informó: “TigerSwan habla de los manifestantes como ‘terroristas’, de sus acciones directas como ‘ataques’ y de los campamentos como ‘campo de batalla’, revela cómo la disidencia de los manifestantes no solo fue criminalizada, sino tratada como una amenaza a la seguridad nacional”.

El mes pasado, Energy Transfer Partners presentó una demanda contra los grupos ecologistas Greenpeace International, Earth First! y otros, acusándolos de incitar el “ecoterrorismo” contra la construcción del oleoducto. Annie Leonard, directora ejecutiva de Greenpeace, respondió a la acusación en una entrevista con Democracy Now!: “El término ‘ecoterrorismo’ en realidad fue usado para difamar un tipo de activismo protegido por la Constitución en el marco del derecho a la libertad de expresión y fundamentado en hallazgos científicos. Están intentando criminalizar una protesta sana y justa”.

El costo: el planeta

Ante la devastación que los huracanes catastróficos van provocando en extensas regiones de Estados Unidos y el Caribe, es claro cuál es la verdadera amenaza para la seguridad nacional: el cambio climático y la industria de combustibles fósiles que lo está intensificando.

Bill McKibben, fundador de la organización 350.org, dijo en una entrevista en Democracy Now! justo en medio del azote del Huracán Harvey: “Básicamente, estamos llegando al final del juego. Tenemos que pasar a las energías renovables en un 100%, y tenemos que hacerlo rápido. Por el momento, por supuesto, Trump es favorable a la industria de los combustibles fósiles. Estas empresas están concretando todos sus deseos en este país. Pero como muchas cosas que Trump toca, creo que esta es su última bocanada de aire. La gente está comenzando a asociar la locura de ir a toda velocidad hacia este futuro de efecto invernadero con el presidente más insensato y desequilibrado que hemos tenido en nuestra historia”.

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