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Memoria y olvido en la historia

Columna de opinión por Mariana Zegers
Jueves 5 de octubre 2017 6:19 hrs.


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Nuestra historia está cargada de violencia política, desde sus orígenes; siempre orientadas a coartar y negar la expresión política de ideologías, y por ende, de aquellos sujetos que se han identificado con ellas . “La tortura, la desaparición de personas y el asesinato por actos anónimos de carácter terrorista no han estado permitidos jamás por ley alguna. La tortura, sin embargo, ha formado parte de las prácticas represivas estatales desde el origen de la nación” ( Elizabeth Lira)

Desde sus inicios, el Estado ha generado pero también ha lidiado con los efectos de la violencia política, ingeniando procedimientos para asegurar la gobernabilidad y paz social, como los indultos, leyes de amnistía, honores militares, pensiones etc.

A partir de esta realidad, cabe preguntarse por el rol de la memoria y del olvido en la historia, por los efectos de la violencia política; con sus posibilidades de obtención de verdad, justicia y reconciliación.

Sin duda, y esto lo plantea Elizabeth Lira en una investigación conjunta con Brian Loveman (Las suaves cenizas del olvido y Las ardientes cenizas del olvido), el problema de la memoria y el olvido en su dimensión política han sido constantes y han tenido relación con nuestra historia de represión, violencia estatal y dictaduras. En el marco de estas discusiones, “surgen los discursos de paz social que apelan de manera recurrente al olvido de lo pasado como la única manera de lograr la paz. Este olvido tiene diversas dimensiones. El olvido personal, el olvido jurídico, la amnesia y los consensos sobre lo que hay que olvidar para lograr el olvido” (Lira, 200: 67) Amnistía, en el caso del olvido jurídico que comparte su raíz etimológica con la amnesia, alusiva al olvido traumático.

Estos discursos que promueven la paz social han tenido como eje la reconciliación nacional, entendida en términos de una superación del conflicto, “soslayando la mayor parte de los antagonismos y diferencias de manera deliberada. Esta actitud se sustenta en la creencia de que, de esta manera, se asegura la paz social, suprimiendo el conflicto, anulando la legitimidad de las diferentes visiones y a veces negando en su base la noción misma de conflicto”

La violencia política también ha sido denunciada en la búsqueda de verdad y justicia. Así, problemas propios del debate público actual postdictadura ya han estado presentes, por ejemplo, en la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931). En el marco de la acusación constitucional de 1931, se advierte la importancia de enjuiciar a los cómplices y ejecutores de los crímenes de la dictadura, en pos de la tranquilidad del país, porque “no hay nada que subleve tanto como el crimen impune, como la deshonestidad y el abuso coronados con el éxito… La política del perdón y el olvido…Ojalá que el tiempo haga su labor suavizadora que siempre está llamado a desempeñar en todas las cosas de la vida; ojalá que la haga antes de vernos en nuevos conflictos por obra exclusiva de esta graciosa política de la prudencia y el olvido. (…) no precipitemos la marcha de los acontecimientos pretendiendo el olvido para heridas que aún están abiertas y claman una reparación” (cita a Diputado Bravo, en Lira, 2000: 72). La actualidad de estas palabras es palpable.

¿Cómo el Estado y las organizaciones no gubernamentales se han ocupado de las víctimas de violencia política en dictadura? Desde las organizaciones sociales, se impulsó el Programa Médico Psiquiátrico de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic), el Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos (ILAS), el programa DITT, Detección, Investigación y Tratamiento de la tortura, iniciativa desarrollada por CODEPU durante los años 80, entre otros.

Luego, tras el fin de la dictadura, destacamos el rol de la Comisión Ética Contra la Tortura, que lleva a cabo “una persistente denuncia sobre este crimen de lesa humanidad, que había sido excluido de las iniciativas de verdad y justicia de los años 90. La acción de esta organización fue decisiva para la creación de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, llamada Comisión Valech (2003)”, que reconoce la aplicación masiva de tortura por agentes del Estado y las incluye por primera vez, en las políticas de verdad, justicia y reparación (Fuente INDH).

Pero, ¿qué pasa con lo traumático y con el aspecto emocional del olvido y la memoria desde una perspectiva sicológica e histórica? Las experiencias traumáticas pueden alterar el funcionamiento de la memoria, generando un olvido masivo o, al contrario, sobre-amplificar la memoria, cito “haciendo literalmente inolvidable lo vivido, en sus detalles y significaciones” (Lira, 2001: 45). Lo traumático no puede ser dicho; lo traumático no puede dejar de verse.

Las memorias son disímiles y diversas entre sí. Aunque se transmiten en los textos, en los relatos orales, en las historias familiares, los hechos “experimentados por nosotros mismos o muy cercanos al recuerdo personal conservan potencialmente la emocionalidad con la que fueron vividos (…) Por otra parte la memoria es siempre parte una experiencia individual o colectiva que hace referencia a elementos centrales de la identidad de sus portadores” (Lira, 2000:71) Las memorias son subjetivas y constituyentes de identidad. Son interpretaciones de hechos, efectivamente ocurridos, de individuos o grupos sociales (Lira, 2001).

Respecto de la dictadura, hay memorias de resistencia, de valores de vida y de lucha social que hoy por hoy tienen visibilidad, gracias a la tarea impulsada por las mismas organizaciones de derechos humanos, en especial sitios de memorias como Villa Grimaldi y Londres 38, entre otros. Se ha trascendido el terror, para dar cabida a las memorias de los proyectos sociales “sepultados por el terror” y a valores de resistencia fundamentales en la pervivencia humana, como la solidaridad.  No solo se reivindican las memorias de la represión, la desaparición y tortura, sino también las memorias de los proyectos truncados. Haciendo memoria viva; memoria que se reconstruye en el presente y proyecta al futuro.

Por último, es crucial que las memorias privadas puedan convivir. Elizabeth Lira señala que la dimensión subjetiva de la memoria requiere la validación de todas las memorias privadas, reconocimiento que debe hacerse con tolerancia y respeto de la diversidad; asumiendo las diferentes memorias, “cuya negación o descalificación solamente ha conducido a bloquear la posibilidad de pensar el conflicto pasado y reciente” (Lira, 2000: 76). Esto sería parte de un proceso que contribuya a sanar la herida, sin perjuicio de toda la verdad y toda la justicia que se pueda obtener, considerando que el tiempo pasa y que víctimas y victimarios fallecen; unos sin conocer el destino final de sus muertos, otros sin recibir una condena ejemplar.


Esta columna cita y se inspira en dos artículos de la sicóloga Elizabeth Lira: “Reflexiones sobre memoria y olvido desde una perspectiva psico-histórica” (en Garcés, M., Milos, P., Olguín, M., Pinto, J., Rojas, M.T. & Urrutia, M (Comp.) (2000). Memoria para un nuevo siglo. Chile: LOM) y “Memoria y olvido” (en Olea, R. y Grau, O. (2001). Volver a la memoria. Chile: LOM y La Morada).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.