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Año XVI, 28 de marzo de 2024


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Narcocultura y consumismo: dos fenómenos que se toman la mano

Una sociedad particularmente generosa a la entrada de los vendedores de droga. Esa es la definición que se ha ido armando a partir de las palabras que soltó el capellán del Hogar de Cristo, Pablo Walker, el lunes pasado. Así, a la presencia de los narcotraficantes, se suma otro comportamiento que facilitaría el tránsito hacia ese mundo: la sociedad del consumo.

Nicolás Massai

  Miércoles 11 de octubre 2017 19:18 hrs. 
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A inicios de esta semana el capellán del Hogar de Cristo, Pablo Walker, habló acerca de la generosa posibilidad con la que cuenta el narcotráfico a la hora de hacerse de un lugar en las poblaciones. Las palabras se dieron en el contexto de la polémica que ocurrió al interior del Partido Socialista, luego de que Informe Especial cuestionara al alcalde de San Ramón –Miguel Ángel Aguilera, militante de la colectividad– por sus supuestos nexos con vendedores de droga de la zona; temática que llevó a los medios en general a plantearse cuestionamientos acerca del rol que cumplen estos agentes en sectores vulnerables, la narcocultura.

Como punto de partida, el sacerdote jesuita puso sobre la mesa un estudio publicado por la Fiscalía el año pasado, en el que se informó que 456 poblaciones a lo largo y ancho de Chile están expuestas a la forma de vida que establece la presencia de narcotraficantes en el vecindario. Walker, en conversación con este medio, profundizó en el fenómeno y responsabilizó a uno de los pocos bienes que se encuentra en casi todos los hogares del país; la televisión, espacio en el que se posicionan como sinónimos de éxito artículos como una  marca de zapatillas, o de electrodomésticos.

“En ese contexto, que mezcla sociedad de consumo con sociedad que excluye, aparece la oportunidad de tener hoy por la tarde la plata que tu padre no ha podido tener en un mes de trabajo”, dijo.

Walker también afirmó que los líderes de las comunidades se van debilitando frente a esta capacidad benefactora del narco del lugar. Por lo demás, el Estado no suple la falta de recursos –proceso conocido como desigualdad, que podría satisfacer, en el peor de los casos, el gusto por consumir– y tampoco se preocupa de educar para que las personas elaboren un pensamiento crítico frente a la narcocultura, y llegar así a contar con la capacidad de observarla.

El barrio de ayer

Desde la década de los 80 los narcos comenzaron a tener un nivel de influencia en las poblaciones. Así lo contó Leonardo Moreno, director ejecutivo de la Fundación Superación de la Pobreza. Lamentablemente, dijo, esto vino acompañado del final de esa seguridad que sentía la gente al momento de estar rodeados por los suyos; la vieja atmósfera del poblador.

En los barrios, entonces, se pasó a la convivencia diaria con el narcotráfico, perdiendo la capacidad de asombro y, de pasada, extendiendo la capacidad de aceptación de una serie de cuestiones que antes no asomaban en el paisaje.

“Chile ha dejado atrás sus peores formas de pobreza y aquí lo que se ha impuesto es una cuestión sobre el tener. Uno ve un consumo que trata de vincularte a la sociedad de una manera muy particular. El narcotraficante –y uno observa esto en América Latina– se empiezan a convertir en verdaderos señores, y adoptan una posición tremendamente clientelar, en donde hay personas que son protegidas, donde ellos resuelven problemas sociales que ni el Estado ni la sociedad son capaces de resolver”, declaró.

Las reacciones que se produjeron luego de las palabras de Pablo Walker vinieron por parte de la vocera de gobierno, Paula Narváez, quien indicó este martes que “no minimizamos para nada el impacto que pueda tener el narcotráfico en el desarrollo de nuestros territorios y, por lo tanto, para eso tenemos medidas de carácter preventivo, activo y también de inteligencia, que actúan permanentemente en los distintos territorios de nuestro país”.

De todas formas, las críticas tanto de Walker como de Moreno estaban relacionadas al combate que hace el Estado en contra del fenómeno, haciendo hincapié en la seguridad de las poblaciones y evitando medidas que vayan al fondo del problema.

“Viene la tentación de responder a esta situación aplacando el síntoma, con una medida respectiva a la seguridad pública, que son los casos pésimos de ocupación militar o de Carabineros en los territorios. Lo que sucede muy a menudo es que se normaliza la presencia de la policía, se debilitan las organizaciones comunitarias, y el Estado de Derecho es percibido como un gran cínico, porque no está garantizando los derechos fundamentales de los ciudadanos sino que solamente está anunciando medidas de represión de un síntoma y no atendiendo a las causas de porqué surge esta contracultura”, agregó Pablo Walker.

Por último, Felipe Berrios, otro sacerdote jesuita, que trabaja en Antofagasta en el campamento La Chimba, entregó su opinión sobre este tema y utilizó un adjetivo en particular para este tipo de cultura, el que permitiría la entrada a las drogas.

“Vivimos en una cultura que nos promueve la adicción. La adicción al consumo, al deporte, a la comida. Todo es adictivo. Eso facilita que entre las adicciones, entre la droga, además de la necesidad económica en los sectores más populares”, dijo.

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