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Adultocentrismo: La eterna dictadura que pesa sobre los niños

Está estudiado que los seres humanos nos movemos bajo una política de subordinación; este contexto sería el comienzo del comportamiento tan arraigado en la sociedad moderna, que posiciona a los jóvenes a la sombra de los mayores.

Nicolás Massai

  Viernes 3 de noviembre 2017 14:42 hrs. 

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Primera imagen: el programa de computación Word no reconoce el término, lo subraya con una línea roja y recomienda separar las palabras. Primero “adulto”, luego “centrismo”. Segunda imagen: un niño atraviesa el vidrio de su casa y sus padres lo retan con vehemencia, alzando la voz y enarcando las cejas. Tercera imagen: un amigo íntimo de estos mismos padres atraviesa el mismo vidrio. Ellos lo entienden; mal que mal, eso le puede pasar a cualquiera.

Un ejemplo parecido a éste fue el que utilizó el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) para explicar en un paper lo que significa el adultocentrismo, proceso social arraigado en Chile y en el mundo y definido por algunos entendidos en la materia como una especie de dictadura que los mayores ejercen sobre los menores de 18 años.

Su origen se remonta al momento preciso en que los grupos humanos pasaron de ser nómades a sedentarios. Junto con el comienzo de las invasiones y guerras, los niños y niñas fueron vistos como botín, por lo que recibieron cuidado especial por parte del género masculino.

Así lo explica Klaudio Duarte, académico del departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Además, agrega que este resguardo fue construyendo a través de la historia un imaginario social respecto de los que estaban bajo la condición de niñez o de juventud. Y lo que podría haber significado un modelo de relación dentro de los márgenes de la colaboración, estableció el camino que construyó el concepto de infancia, palabra que en su traducción al latín significa “el que no habla”.

“Lo que podría ser una buena disposición humana para establecer relaciones democráticas, se transforma más bien en un cuidado y una protección que le otorga a ese sujeto, niño, niña o joven, que es cuidado, una condición de vulnerable, de dependiente, de incompleto. ¿Cuándo estarían completos? ¿Cuándo podrían valérselas por sí mismos? Cuando sean adultos. Por eso nosotros hablamos del ‘adultocentrismo’; porque es una construcción que lleva a reforzar la idea de que son los adultos los que saben o los que pueden controlar y dirigir”, dice.

El hecho de que se entregue otro tipo de tratamiento a las personas en esta etapa no quiere decir que éstos dejen de depender de otros mayores en edad. Duarte aclara que la raza humana está considerada, al interior de la naturaleza, como una de las pocas que necesitan de la compañía de un tercero después del nacimiento. Sin embargo, sobre esta premisa se sienta otra que se relaciona con el conocimiento y la forma de hacer las cosas.

“Como seres humanos significamos eso (la crianza) desde una lógica de asimetría. ‘Como yo te alimento, como yo te protejo, como yo te cuido, tú dependes de mí, tú me debes a mí, y por lo tanto, has de hacer lo que yo te diga’. Vamos generando una relación de dependencia y subordinación. En las relaciones humanas no criamos para la autonomía”, advierte.

A partir de esta representación se construye de manera paralela una memoria que empieza a permearse en el crecimiento de los sujetos, y produce, entonces, conductas como la que ocurre en el colegio, cuando los alumnos de un curso más elevado se hacen de la cancha de fútbol y no abren el diálogo con las generaciones menores para que la usen; por una cosa de poder, que sufrieron en el pasado pero que ahora, con el transcurrir de los años, comienzan a ejercer.

Por eso, Klaudio Duarte indica que el primer paso es “sensibilizarnos de que esto ocurre. Ese modo construido socialmente se asienta sobre lógicas asimétricas”.

Algo similar es lo que dice Patricia Núñez, oficial de Educación y Primera Infancia de Unicef Chile. En conversación con este medio, declara que para erradicar este comportamiento es necesario que los adultos expliciten sus propias limitaciones. Eso implica ser consciente de que los niños tienen mucho que decir y aportar, “y no solamente por la obligación de escucharlos porque es correcto”.

“No estamos diciendo que solamente sean escuchados o que su opinión sea tomada en cuenta. Estamos pensando que esto tenga un efecto. Yo escucho la opinión y eso tiene un efecto en cómo se van tomando las decisiones. No necesariamente se tiene que hacer todo lo que los niños plantean –de la misma forma que entre adultos, cuando opinamos, no quiere decir que todos tengan que hacer lo que el otro está opinando–, pero tienen que ser considerados y tiene que haber una respuesta en función de esa opinión que se da”, manifiesta.

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