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Archivos y política

Columna de opinión por Antonia García Castro
Miércoles 13 de diciembre 2017 17:49 hrs.


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El pasado 4 y 5 de diciembre tuvo lugar, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, un encuentro internacional sobre “Memorias del exilio y la solidaridad internacional: políticas de recolección y valorización de fuentes orales audiovisuales”. El programa completo está accesible en el sitio del Museo. Aquí voy a comentar sólo algunos aspectos, referidos al principal motivo del encuentro: la entrega al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de dos archivos audiovisuales producidos en Francia sobre nuestra historia reciente.

Por un lado, se donó noventa y ocho entrevistas realizadas por la Asociación de Ex Presos Políticos Chilenos en Francia (AEXPPCH). El proceso de recolección contó con la colaboración de la Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine (BDIC), de la Universidad Paris Nanterre (hay información detallada sobre estas entrevistas en la página de la BDIC*). Representantes de ambas instancias participaron en la entrega.

Por otro lado, los Archivos Nacionales de Francia donaron una copia del registro audiovisual de lo que fue conocido en Francia como Procès Pinochet. Juicio realizado en París, del 8 al 17 de diciembre 2010, con motivo de la desaparición de cuatro ciudadanos franco-chilenos, contra diecisiete represores. Entre ellos, Manuel Contreras y Pedro Espinoza condenados –en ausencia– a cadenas perpetuas.

Una convención fue firmada el lunes 4 de diciembre entre los donantes y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos para formalizar la entrega.

Llama la atención la poca información sobre este hecho, teniendo en cuenta, primero, lo que ha costado en nuestro país poner en marcha el juicio y castigo por crímenes cometidos durante la dictadura, luego lo que ha costado que los testigos puedan hacer valer su palabra. Estamos hablando de que Francia entrega un material que contiene todo un proceso judicial grabado, filmado, sobre nuestra propia historia y, como si fuera poco, con condiciones de acceso sumamente amplias para facilitar su consulta. Las que pueden ser revisadas desde el sitio internet de la institución francesa (cf. Sala Virtual de Inventarios*).

Como indicó la representante de los Archivos Nacionales, recién a mediados de los 80 se promovió y adoptó una ley, en Francia, que hizo posible el registro audiovisual de ciertos juicios, hasta entonces prohibido. Desde 1985, doce juicios han sido filmados, entre los cuales siete por crímenes contra la humanidad, incluyendo el juicio contra Klaus Barbie (1987) y el “juicio Pinochet”. El registro de este último tiene una extensión de 47 horas y 37 minutos.

En lo que se refiere a las entrevistas realizadas por la Asociación de Ex Presos Políticos Chilenos en Francia, en colaboración con la BDIC, también se trata de un fondo de gran relevancia. Si bien los entrevistados tienen en común el haber sido exiliados, las entrevistas no se limitan al exilio: fueron concebidas como relatos de vida y abordan diversos tópicos. Entre ellos, infancia y juventud. Por lo mismo, se trata de una valiosa contribución al conocimiento del cómo se forjaron las identidades de izquierda en nuestro país.

Siempre es difícil afirmar que algo constituye un hito. Pero sin duda este trabajo aporta lo suyo a un significativo cambio de perspectiva. Invita a extender el espacio que se puede atribuir hoy a las memorias militantes o de las militancias. Invita a examinar con mayor libertad lo que aconteció en nuestro país antes del golpe de Estado de 1973.

Antes. Durante. Después. Porque eso también importa. Pensar los nexos. No aislar los acontecimientos. Generar espacios no sólo de registro sino de reflexión y de intercambio. Para que unos y otros podamos tomarnos en cuenta.

Desde ese punto de vista, resultó muy interesante la mesa sobre los archivos orales del Parque por la Paz Villa Grimaldi y del MMDH (“Registro y valorización de testimonios sobre el exilio chileno. La experiencia en Chile”). En la discusión con la sala, los encargados de estas áreas aclararon que los archivos orales de sus instituciones tampoco se limitan exclusivamente al período de la dictadura.

Habrá que seguir indagando. Es importante saber que esa palabra está siendo valorada porque de este tipo de archivos –los que abren un lugar para todo cuando ocurrió en el siglo XX antes del golpe de Estado de 1973– depende en parte que estemos en condiciones de reflexionar no solamente sobre lo que fue el espanto sino también sobre lo que han sido las luchas políticas en nuestro país a largo plazo. Sus motivos. Sus formas. Sus episodios. Sus detalles significativos. Lo que ahí estuvo en juego.

Hace veinticinco, veintiséis años sólo podía testimoniar quien tuviera información sobre terceros: ejecutados políticos o detenidos desaparecidos. Progresivamente, se fueron ganando espacios para hablar de las violencias y dolores sufridos en carne propia. También se fueron incorporando otras experiencias (durante el encuentro, hubo una intervención, desde la sala, de miembros de la agrupación formada hace poco por “hijos del exilio”, es decir por personas hoy adultas que vivieron el exilio como niños).

Así las cosas. Hoy hay espacios para hablar en nombre propio. El que no los tiene, se los toma. Cuál más, cuál menos, no sin dificultades, todos somos libres de plantear lo que nos distingue. Como también somos libres de adoptar otras posturas, afirmando lo que, a pesar de tal o cual vivencia, nos (re)une.

Pero lo que me parece indicar un cambio radical en términos memoriales, o si se prefiere, en términos de lo que estamos haciendo en sociedad con nuestro pasado, es la posibilidad de contar con espacios para hablar de la vida. De la vida y de las esperanzas que, como pueblo, tuvimos y tenemos todavía. A lo mejor es un espacio reducido. Sin embargo hay que obstinarse: de esa palabra depende también nuestra capacidad de reflexión y de acción en tiempo presente.

Por lo mismo, le encuentro toda la razón al joven profesional que, en esos días 4 y 5 de diciembre, refiriéndose a su tarea de archivista, señalaba su dimensión política.

Dentro de esa idea, sería necesario proseguir los esfuerzos en términos de difusión.

Más allá de esta doble entrega (que me parece, en algún punto, es un hecho histórico, no visualizado como tal: prácticamente no hay rastro en la prensa ni en los diversos medios de comunicación de los que disponemos), muchos podrían interesarse por este tipo de materiales. Estudiantes, investigadores, periodistas, miembros de organismos de DD.HH., historiadores, profesionales del derecho y otras disciplinas, además de archivistas y responsables de patrimonio. Y tantos otros.

También sería importante visualizar mejor el tipo de palabra que hoy está siendo requerida. O sea, ¿quién puede testimoniar sobre qué, dónde, cómo? Y la infaltable pregunta: ¿para qué?

 

Antonia Garcia Castro

 

* Nótese. Por el momento sólo puedo renviar, para mayores informaciones, a páginas de instituciones francesas, ya que la entrega de estos archivos audiovisuales acaba de realizarse y será necesario un tiempo para que los datos estén disponibles en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.