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“Facho pobre”: ¿responsables de tanto fracaso?


Jueves 21 de diciembre 2017 10:00 hrs.


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Fácil decir que la derrota de la Nueva Mayoría se debe a la votación de los fachos pobres. Fácil y cobarde esconderse en una definición tan falsa como clasista, y que abusa del lenguaje para esconder una realidad que pesa y que explica mucho más.

Sería interesante tratar de descubrir el verdadero legado de una coalición que, salvo el paréntesis de primer gobierno de Piñera, ha tenido el control de la posdictadura para administrar su legado y no para una transición democrática, como se ha mostrado.

La verdad es que ese legado es el triunfo de la derecha.

De otra manera no se entiende que la mujer símbolo de este cuarto de siglo, Michelle Bachelet, conductora de dos de los últimos gobiernos, de nuevo corone a Sebastián Piñera como presidente.

Sin embargo, no se ha escuchado una sola autocrítica que intente explicar ese fracaso, esa vuelta en redondo que nos deja mucho más atrás de lo que ya estábamos en términos de derechos y sobre todo, con relación a una perspectiva de vida mejor.

Tampoco se ha pedido perdón al pueblo que, como la historia lo señala, ha sido siempre el que ha puesto el lomo a los palos y el pecho a las balas ante la predisposición de la derecha de combatir la pobreza matando pobres.

Ha sido más fácil culpar a ese mismo pueblo, ahora transmutado convenientemente en facho pobre. Y no pocos han asumido esa definición como cierta.

El camino más directo de la derecha para volver al poder, ha sido el señalado por la Concertación/Nueva Mayoría.

Jamás la derecha económica ha ganado tanto dinero como en este lapso. Jamás han sido tan poderosos. Ni siquiera durante la dictadura. Este Chile fue armado en un cuarto de siglo a imagen y semejanza de los intereses de los poderosos.

Para lograr ese objetivo sus gobiernos se han esmerado en perfeccionar el legado pinochetista, al extremo de convertir sus preceptos en un sentido común: no existen derechos sociales, sino servicios por los cuales hay que pagar.

La escuela fue el puntal de esa arremetida. Tempranamente los sostenedores del modelo supieron que la escuela no cambia la realidad sino que la reproduce. Y supieron que era ahí en donde debían poner su mayor esfuerzo.

También sabían que la economía modela costumbres hasta hacerlas parte de la cultura y que su mejor efecto no está en el bolsillo, sino en la cabeza.

Así, sujetos víctimas de una educación que perdió su esencia crítica y conmovedora, de responsabilidad de toda la sociedad como un valor democrático, y transformada en un instrumento mercantil, fueron formados como consumidores, más que como personas.

Propietarios y no proletarios. ¿Recordamos?

Se modeló entonces un habitante cuya memoria de la pobreza dista de su actual realidad. La pobreza histórica era la carencia de cosas materiales, de la imposibilidad de acceder a bienes propios de ricos, era vivir a una distancia insalvable de las vitrinas y sus objetos de lujo.

El sistema económico popularizó el acceso a bienes y servicios que antes fueron privativos de los sectores pudientes y el producto económico de esa revolución fue la emergencia de una clase media que lo explicó todo.

Ser como ellos. Vivir como ellos. O, en subsidio, lo más parecido posible.

Las poblaciones pasaron de llamarse Villas a nombrarse Condominios. Y el acceso al mall fue facilitado por la vía de instalar grandes centros comerciales al alcance del Transantiago.

Tan cerca y fácil, como el cajero que entrega avances en efectivo. Tan útil y eficaz, como la solicitud del crédito de consumo. Tan normal y razonable como un crédito a tasas abusivas.

Ahora, explíquele usted a ese sujeto que el estar endeudado para toda la vida, que pagar una fortuna por una escuela o profesión rasca, que habitar una casa diminuta, vivir con sueldos enanos y trabajar en condiciones semi humanas a la espera de una pensión de miseria, en rigor, lo hace una persona pobre, un asalariado a expensas de un sistema que lo explota y dígame si le cree.

Lo anterior no es sino el resultado necesario de casi treinta años de la construcción de esta cultura en la que vivimos.

En este lapso los partidos de izquierda o bien mutaron desde sus anteriores convicciones o decidieron por el camino rápido para instalarse en la superestructura del poder. En ese andar se debilitaron las organizaciones sociales, se puso obstáculos para la organización de los trabajadores, se eliminó casi toda la prensa crítica y la cultura fue más que nunca, un objeto de la elite.

Hay menos de doscientos cincuenta librerías en todo el país. Pero existen mil quinientas farmacias.

La Concertación/Nueva mayoría ha gobernado con y para la derecha desde el día uno.

Ha tratado mal al pueblo. Se han revolcado en un espeso lodo corrupto. Se han hecho ricos y poderosos.

Pero los reajustes a los trabajadores han sido miserables. Se han negado empecinadamente en cambiar cuestiones tan sentidas por la gente como el sistema de AFP que condena a los viejos a un futuro triste y pobre. Las reformas educacionales no han sido sino el perfeccionamiento del legado pinochetista. La Constitución del tirano ha sido tratada con guante blanco. Han regateado la chaucha al profesor. Han relegado a los más pobres a guetos urbanos en las márgenes de las ciudades a expensas de todas las plagas. Han hecho mierda las prístinas aguas australes con innumerables criaderos de salmones. Han llenado el país de energía sucia originada en la combustión del carbón. Han respondido con la más fiera represión a los descontentos que intentan hacer uso de su derecho a patalear. Liquidaron la escuela pública. La salud es una mercancía más.

Y luego de todo eso y más, piden, esperan, exigen que la gente vaya y les vote y los reelija y los premie.

Y cuando eso no sucede, entonces la gente castigada no solo por la desidia de los gobernantes, sino que, peor aún, por la cultura que los modela, es la responsable de su fracaso.

Y entonces, la idea de un cierto facho pobre pasa a ser la imagen de los agentes malévolos que, sin conciencia, desclasados, traidores, secuestrados por el afán de consumir, endeudados y con Smartphone, le dan la espalda y los castigan y le abren paso a la derecha.

No. La idea de un facho pobre es otra manera de clasismo que intenta encubrir las responsabilidades de los que han dirigido el país en los últimos veintisiete años.