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Perspectivas inflacionarias, dólar y actividad

Uno de los riesgos en este panorama es que el peso continúe con su tendencia apreciativa, como la observada en la última parte de 2017 y que ha continuado esta semana, cuando el dólar ha retrocedido hasta $ 606,8, su nivel más bajo desde mayo de 2015, a raíz de las alzas del cobre y mejores perspectivas internas para la inversión y actividad.

Roberto Meza

  Miércoles 3 de enero 2018 10:48 hrs. 
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Según la minuta de la última Reunión de Política Monetaria (RPM) del Banco Central del pasado 14 de diciembre, la convergencia de la inflación hacia el punto medio del rango meta (3 por ciento), junto con el alza observada en las tasas de interés de largo plazo, preocupa a los consejeros del instituto emisor, razón por la que decidieron -por unanimidad y aun cuando advirtieron la posibilidad de nuevas caídas de los precios- mantener la tasa de interés (TPM) en 2,5 por ciento por séptimo mes consecutivo, a pesar que el consenso de los economistas estima que la inflación seguirá contenida durante el año y permanecerá bajo piso de la llave del Central (2 por ciento), al menos durante el primer trimestre.

Los consejeros han coincidido en que no se observan cambios relevantes en las expectativas de inflación, si bien la minuta de diciembre reveló que se contempló la posibilidad de bajar la tasa de 2,5 por ciento a 2,25 por ciento, una contingencia que el consenso del mercado cree que no se materializará, no obstante que uno de los consejeros sostuviera que no ve riegos en bajar la TPM, dada la tendencia al alza de las tasas de largo plazo y depreciación del peso, fenómenos que indican condiciones financieras más restrictivas y que podrían terminar por comprimir las condiciones crediticias de hogares y empresas, incidiendo en una recuperación más dinámica.

Así y todo, hay también coincidencia en que, tras las presidenciales, ha habido cierto cambio de expectativas en materia de inversión y consumo, aunque el BC estimó que, por ahora, resultaba prudente evitar decisiones que confundieran al mercado en momentos de incertidumbre, reservando la opción de un ajuste de tasas para cuando se disipen factores que han afectado a los mercados en las últimas semanas.

Uno de los riesgos en este panorama es que el peso continúe con su tendencia apreciativa, como la observada en la última parte de 2017 y que ha continuado esta semana, cuando el dólar ha retrocedido hasta $ 606,8, su nivel más bajo desde mayo de 2015, a raíz de las alzas del cobre y mejores perspectivas internas para la inversión y actividad. Como se sabe, con un dólar más barato, los productos importados ingresan a menor valor al país, lo que reduce los precios. Y aunque una baja inflación no es necesariamente mala noticia para consumidores y deudores, tiene efectos contractivos en el reajuste de remuneraciones y en la rentabilidad de los ahorros, comprimiendo las expectativas de actividad futura.

Economistas del sector financiero coinciden en que una mayor inflación podría comenzar a expresarse a contar del segundo trimestre de 2018, aunque advierten que, en un escenario de nula o baja depreciación del peso, a raíz de un proceso más lento de alza de tasas en EE.UU. y caídas en el precio del cobre que lleven el tipo de cambio a los $600, podría retrasar la convergencia de la inflación a la meta media (3%), llegando a niveles de entre 2,7 por ciento-28 por ciento al final de año. Un tipo de cambio en el orden de los $630 promedio, en tanto, sería compatible con una inflación del 3 por ciento.

En todo caso, una inflación acotada por un tipo de cambio bajo coincidiría con una mejora en las expectativas ante la internalización de mayor actividad económica interna, lo que podría ir cerrando las brechas de capacidad, estimulando así al Consejo del Central a subir las tasas para alcanzar una TPM de 3 por ciento para fines de año. Dicha decisión, por lo demás, está en línea con la de los principales centrales del mundo que ya han comenzado a subir las tasas y que seguirán haciéndolo durante 2018, año que marcaría un punto de inflexión que ya divide opiniones, pues, mientras para unos será el de la consolidación de una década de recuperación, tras la crisis de 2008, para otros puede transformarse en el comienzo de una nueva recesión mundial.

En Chile, sin embargo, la mayoría de los analistas están optimistas y prevén para 2018 el inicio de la última fase del ciclo económico caracterizado por una reaceleración del crecimiento y reactivación de la inflación -no obstante su prolongación- entendiendo que, en algún momento éste ciclo debe terminar, momento que ubican más hacia el 2020, cuando las tasas reales en EE.UU. -que hoy están en niveles similares a 0,5 por ciento- lleguen a órdenes sobre el 1,5 por ciento.

El comportamiento de la inflación en los próximos meses depende, además, de la evolución de decisiones de política interna que adoptará la nueva administración en factores como tributación, salarios, pensiones y gasto público, los que pudieran modificar la estructura del consumo e inversión en el país y, a su turno, el tipo de demanda y de actividad empresarial que, como en algunos meses de 2017, inciden en un IPC diferenciado entre los bienes y servicios que consumen los mercados con más o menos poder adquisitivo.

 

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