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Voy y vuelvo: La vida eterna de Nicanor Parra

Columna de opinión por Maximiliano Salinas
Martes 30 de enero 2018 16:33 hrs.


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“Lo que el alma hace por su cuerpo

es lo que el artista hace por su pueblo”

Gabriela Mistral

 

Nicanor Parra ha desprogramado la tiranía del tiempo lineal: voy y vuelvo. Desobedece el acontecer sucesivo, la sucesión centrífuga del tiempo uniformemente desbocado de la modernidad colonial que busca atraparnos.

El viejo, sabio, sabe que vuelve, que no se va para no volver, que se va para volver. No hay ni un principio ni un final. No hay que ser regido ni corregido por el tiempo cronológico. El tiempo unilineal es la apuesta soberbia de los poderosos que creen tener en sus manos el futuro. Nicanor Parra, sabio mayor de Chile, se va hacia el por-venir, se va para el por-volver, el por-llegar. Su tiempo es como el mar eterno de Las Cruces, como las olas de Las Cruces, que van y vienen, que se alejan y se acercan, con un magnetismo astral.

Conocí a Nicanor en La Reina la noche mágica de San Juan de 1994. Ahí me subí a la montaña rusa de Parra. No eché sangre por boca ni nariz. Más bien ahí empezó la fiesta. Él me enseñó a desconfiar del tiempo de las instituciones. Para él las instituciones detenían el fluir de la vida. Los establecimientos educativos le semejaron recintos penitenciarios. Las instituciones historiográficas le parecieron fijaciones abstractas y empaquetadas del acontecer real: arbitrariedades impuestas al devenir del tiempo vivo.

¿Quién había sido realmente Jesús? ¿Quién fue realmente Manuel Rodríguez? Sólo manejamos, me decía, interpretaciones de dudosos intérpretes.

La vida real siempre estaba más allá y más acá de los historiadores. Principio de la incertidumbre. Interesa rescatar hoy estas reflexiones parrianas. Ahora mismo, con su aparente desaparición, comienzan las interpretaciones de su figura. Infaltable, la prensa instala las hermenéuticas de su personalidad histórica. Hablan profesores universitarios con explícita y terrible solemnidad. Viejos críticos y escritores mediáticos se toman la palabra.

Otros editorializan apenas detenidos en la muerte de Parra. ¡Cuánta distancia entre la interpretación letrada y el hecho histórico real de Nicanor, el que conocí de carne y hueso, el que me hizo llegar su conversar y su reír!

La intuición popular es que Parra no ha desaparecido.

Voy y vuelvo. Su existencia se convierte en un eterno presente.

En la catedral de Santiago una mujer comenta en voz alta: – ¡Me voy a pintar los labios para que me encuentre guapa! Hay una muerte imaginaria. Otro dice: – ¡Está pateando el ataúd!, comentando la intervención de un entusiasta vendedor de El Siglo, que despide a Nicanor con combativas exclamaciones partidarias.

Hasta la Catedral de Santiago se convierte en un lugar imaginario. Un tipo se sorprende al entrar al templo: ¡cómo voy a entrar a la Catedral, si yo hice ‘apostásia’.

Qué importa la ‘apostásia’: Nicanor está acogiendo, recogiendo, el cariño de la vida, sin reglas ni limitaciones institucionales.

Cubierto y descubierto con un telar multicolor hecho por su mamá, Clarisa, más linda que el universo.

La vida eterna, que va y viene, por los siglos de los siglos. El siglo se queda corto.

Como lo fue su vida. Un siglo y algo más.

El cura de Las Cruces se viste de blanco para celebrar la resurrección de Parra.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.