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Cambio de gobierno, ¿para que todo siga igual?

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Lunes 5 de marzo 2018 8:39 hrs.


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Los próximos ocupantes de La Moneda están llenos del júbilo propio que sigue a un triunfo electoral, al que suman, ahora,  haber dejado a muy maltraer a sus principales adversarios. Es decir, a la Nueva Mayoría y a Michelle Bachelet, a quien el propio Sebastián Piñera tuvo que cederle la Banda Presidencial hace cuatro años. Cualquier estimación asegura que muy difícilmente el nuevo mandatario pueda correr el riesgo de  devolverle el mando de la nación a quienes están nuevamente de salida. Los partidos de la Concertación están desintegrados y desmoralizados, y las fuerzas centrífugas del sector hacen muy poco probable que puedan volver a articular un referente único y competitivo. Pero ya sabemos que en política nada es descartable, que todos los pactos y las alianzas pueden ser factibles si de lo que se trata es obtener el poder.

La propia centro derecha logró el milagro de la unidad para elegir nuevamente a Piñera y reconocerle un liderazgo que por muchos años le cuestionaron. Pero la ventaja que tienen éstos es que en sus fuerzas hay figuras y expresiones nuevas, mientras que los que animaron los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y de la propia Bachelet están ya demasiado revenidos y desprestigiados. No hay duda que los sectores más jóvenes y promisorios de la política terminaron agrupándose en el Frente Amplio y es este referente el que, por ahora, pudiera constituirse en ser la alternativa o sucesión del piñerismo.

El senador Andrés Allamand asegura recién en una entrevista de El Mercurio que la amplia ventaja que le sacó Piñera al candidato oficialista legitima plenamente la acción de su próximo Gobierno. Sin embargo, hace caso omiso de que toda la última contienda presidencial se acotó solo al 50 por ciento del electorado y que la mitad de los ciudadanos no quisieron marcar opción presidencial alguna. Consolidando un abstencionismo que, por lo demás,  tiene muy en cuestión nuestras pretensiones democráticas y obviamente habla de una población que día a día le tiene menos confianza al camino electoral. Sobre todo cuando aprecia que son los mismos los que se repiten en el Gobierno y el Parlamento al ritmo, además,  del mismo régimen institucional heredado de la Dictadura; con una desigualdad social pavorosa y un descontento social que promete agudizarse bajo la próxima administración o el  “gobierno de los gerentes”, como muchos ya lo tildan.

Pero el jolgorio vivido por la Derecha en las largas semanas que anteceden al cambio de mando ya tuvo sus primeras tensiones con la explícita molestia que a algunos de sus partidos  les provocaran los nombramientos de ministros, subsecretarios y, especialmente, intendentes regionales. “Parece que hemos vuelto a lo mismo”, se comenta: los partidos de aquí o de allá no cambian para nada en su afán de obtener cargos e influencia en la repartija oficial.

Antes de asumir, Sebastián Piñera ya provoca irritación por su desdén a los partidos que lo apoyaron, por favorecer a sus amigos y darle un tinte a su proximo gobierno que expresa más de su vocación de empresario  que de político o estadista. Pero es justo reconocer que la selección de los equipos esta vez fue hecha con más pulcritud que en el pasado, aunque ya hay nombramientos que han sido cuestionados en su probidad. Un tema demasiado sensible en la política actual y determinante si las autoridades quieren mantener la confianza ciudadana.

Por otro lado, no aparece nada de halagüeño para el nuevo Gobierno que la derecha más recalcitrante o desvergonzada esté haciendo anuncios de que ahora se organizará para jugar un papel más protagónico y, ciertamente, “velar” porque el gobierno de Piñera no traicione el legado pinochetista y su fidelidad con las Fuerzas Armadas. No hay duda que el decisivo apoyo de José Antonio Kast a Piñera en la segunda ronda electoral le está dando alas en la política, además de alimentar sus ambiciones personales. Cuestión que, por supuesto, sabe y teme el nuevo Presidente, pero trata de contrarrestar con sus “cantos de sirena” a la Democracia Cristiana y a otros grupos, en el afán de consolidar una mayoría parlamentaria en la compleja correlación de fuerzas que tomará asiento en el próximo parlamento.

Ya se ve que los consensos en lo que será la oposición al gobierno de Piñera son muy poco probables entre falangistas, socialistas, PPD, radicales y comunistas. Que a lo sumo, por ahora, podrán “negociar” los integrantes de las testeras y comisiones de ambas cámaras, pero en ningún caso coincidir ideológicamente a la hora de legislar. Situación que también puede expresarse en el Frente Amplio, donde se sabe que en su veintena de diputados hay muchas disonancias de estilo y contenido que podrían ser fatales para las pretensiones de sus cúpulas en cuanto a convertirse en el mayor referente electoral chileno. Sobre las cenizas, por supuesto,  de la Nueva Mayoría, y en andas también del descontento popular que rápidamente se multiplicará con las primeras acciones del nuevo mandatario.

De lo que no hay duda es que el próximo 11 de marzo tendremos un nuevo Presidente de la República, porque ya se sabe que ni los cataclismos han sido capaces de interrumpir estas ceremonias oficiales. Protocolos que son acompañados cada vez con menos entusiasmo por los mandatarios y enviados especiales de América Latina y del mundo. Los que mal que mal ya percibieron que con las sucesiones de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera todo permanece más o menos igual.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.