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Agonía y muerte de la democracia cristiana

Columna de opinión por Carlos Bravo B.
Miércoles 2 de mayo 2018 8:12 hrs.


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Hablar de agonía y muerte de personas queridas es doloroso, triste y no es fácil. Igualmente difícil -incluso más complejo- cuando se trata de expresar la misma trayectoria referida a un partido político como la Democracia Cristiana (PDC), que marcó indeleblemente y con una estela virtuosa los últimos sesenta años de La Historia Nacional. Naturalmente, como toda creación humana, con sus luces y sombras. Cómo olvidar la reforma agraria y la revalorización de la dignidad campesina, la chilenización del cobre, la extensión de la educación pública, además de establecer toda una estructura representativa de las organizaciones intermedias del país. Quizás para muchos, el rol cúspide de la DC fue la organización de la Alianza Democrática a comienzos de los años ochenta. Que permitió ganar el plebiscito de 1988 y el triunfo definitivo de la Democracia sobre la Dictadura Militar con el triunfo de Patricio Aylwin y su magistral conducción del proceso de “normalización Institucional del País”.

Pero ¿cuándo se inicia la agonía? Exactamente no lo sabemos pero  ya en los comienzos de 1994 el mismo Presidente Aylwin (Revista Mensaje, Enero-Febrero 1994) manifestaba lo siguiente: “El Partido sufre una crisis profunda y la gente de mayor valor se hace a un lado” agregando además: “Yo diría que los problemas de orden moral y valórico son los más serios dentro de la Democracia Cristiana”. Hace casi diez años escribíamos lo siguiente: (“El Rancaguino”17/11/2008) “Hoy nos encontramos con una agrupación política (PDC) dominada por la instrumentalización de lo público como estrategia de sobrevivencia privada. La autogeneración del poder y un exacerbado nepotismo. Muy alejada de los ideales que hace más de medio siglo impulsaron –bajo la iluminación de las Encíclicas Papales- a los Frei, Tomic, Leighton y Garretón entre otros, a fundar la expresión política  de los valores humanistas y cristianos en la sociedad chilena ”. Terminábamos el artículo mencionado afirmando lo siguiente: “Entendemos lo traumático que debe ser para la Democracia Cristiana actual enfrentar coincidentemente en el tiempo este doble desafío: La de recomponer Ética y Valores con los ejercicios propios de la reproducción del poder político. Si lo anterior se logra, honraremos la memoria y el espíritu de nuestros fundadores asumiendo con éxito un nuevo llamado de la Historia y del Pueblo Chileno”. ¿Qué ha sucedido en estos últimos cinco años? Absolutamente lo contrario a lo que sosteníamos hace cerca de una década, “El espejo de nuestros valores se nos dió vuelta”. Perdimos identidad, traicionamos nuestro pasado y el legado de la historia. Fuimos leales, serviles y tolerantes en un símil al caballo postillón, que obedece al que lleva las riendas. Cómo no recordar las primarias del 2013, en que altas autoridades del PDC llamaban a votar por la candidata Bachelet y no perder el voto con nuestro camarada Orrego. Situaciones que se repitieron en las primarias de noviembre recién pasado. Como consecuencia de lo anterior Carolina Goic manifestó: “Hubo varios parlamentarios que fueron desleales con mi candidatura. Hubo parlamentarios que nunca apoyaron mi candidatura y eso es evidente. Y apoyar es mucho más que ponerse para la foto.” ¿Qué se puede decir de una votación parlamentaria, que prácticamente dobló la correspondiente a Carolina Goic? Agreguemos a aquellos que se financiaron con fondos, llamémoslos “cuestionables.”

Cómo no avergonzarse de una escena patética y de servilismo barato, cuando el lunes inmediatamente después de las elecciones de primera vuelta, un grupo de “Militantes” gritaban el nombre del candidato Guillier a la llegada de Carolina al Consejo del Partido. Todo lo anterior refrendado por un grupo de parlamentarios DC que esa misma noche, “con absoluta e ingenua gratuidad” ofrecían su apoyo y servicios al candidato oficialista. Cuando en una institución se conjugan en caída vertical La Ética y La Estética, es señal que el final se acerca.

Todo lo anterior se ha dado en un escenario nacional que podríamos llamar inédito, en que “El Poder del Dinero” ha pervertido la Ética y la Política en una conjunción pecaminosa de “Lo Público y lo Privado”. Se ha creado en torno a estas descomposiciones un estado inicialmente de asombro seguido de un sentimiento de orfandad valórica y de pérdida del “Eje Central”, que debe normar nuestro quehacer como Nación. En este estado anómico, en que al parecer todo está permitido o justificado con “Medias Verdades”, nos ha dolido el silencio a veces cómplice de las autoridades de nuestro partido. A estas alturas  se nos viene a la memoria lo que nos recordaba hace algunos años Benedicto XVI en Cáritas in Veritate: “SIN VERDAD,SIN CONFIANZA Y AMOR POR LO VERDADERO,NO HAY CONCIENCIA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL,Y LA ACTUACIÓN SOCIAL SE DEJA A MERCED DE INTERESES PRIVADOS Y DE LOGICAS DE PODER,CON EFECTOS DISGREGADORES SOBRE LA SOCIEDAD,TANTO MAS EN UNA SOCIEDAD EN VÍAS DE GLOBALIZACIÓN,EN MOMENTO DIFÍCILES COMO LOS ACTUALES” .

Todo lo anterior se da en un continuo proceso deformativo de la Función Pública y de sus actores comprometidos. Observamos cómo se desarrolla una asimetría cualitativa entre Mercado y Estado. En otras palabras, un desequilibrante incremento de la calidad de lo privado y carencia del correspondiente correlato en lo público. Lo anterior va afectando y desestimulando la actividad política. A propósito de lo anterior, Carlos Peña sostenía hace algún tiempo lo siguiente:” No tenemos política de verdad. Tenemos claro, competencia entre grupos de personas que se ganan la vida obteniendo votos y que, cada vez con más empeño, se transforman en eso que Arturo Valenzuela llamó alguna vez political brokers: mediadores entre las comunidades locales y el poder central para obtener recursos”. Debemos decir que en las regiones se crean situaciones de dependencia y servilismo entre parlamentarios y militancia en general, situación de la cual la Democracia Cristiana no ha estado ajena. De tal modo se va constituyendo una especie de mercado de la política: dónde concurren los “gestores operadores” de las demandas sociales y la gran oferta pública. Todo lo anterior va gestando un proceso degenerativo de la política y estructurando en el tiempo una verdadera subcultura. Entendemos finalmente el silencio del PDC ante estas situaciones ,la agonía ha sido integral comprometiendo: Identidad y Valores.

Hemos sabido que alrededor de trescientos camaradas han renunciado al PDC. Respetable decisión, pero que no compartimos:

¿Qué sentido tiene renunciar ante un cadáver? Quizás el dilema es otro: Parafraseando a la gran escritora Marguerite Yourcenar, asumir el desafío que nos propone: “No perder nunca de vista el diagrama de una vida humana y sus instituciones, que no se componen, por más que se diga, de una horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: Lo que un Hombre p Institución ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue.” Proponemos el ejercicio, seguramente en algunos pasajes dolorosos, de responder como Humanistas Cristianos a estas grandes interrogantes. Enfatizando quizás en la que más nos apremia: Lo que “deberíamos Ser” en el presente y en el mañana inmediato.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.