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La DC y el espejismo alemán

Columna de opinión por Hugo Latorre Fuenzalida.
Miércoles 2 de mayo 2018 8:20 hrs.


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Si uno trata de analizar desapasionadamente la trayectoria de la DC en los últimos 30 años, tiene que caer en la cuenta que, necesariamente, o fue conducida por unos incapaces o por unos equivocados.

Los asnos en política duran poco, pero también los equivocados, sobre todo cuando cometen errores monumentales-de esos que se llaman históricos-, entonces tienden a diluirse abruptamente en sucesos visiblemente absurdos y en contradicciones incomprensibles.

Los incapaces de la política casi mueren al inicio de su aventura, cosa que no acontece con la DC histórica, pues de la Falange hasta los 70, realizó una trascendente obra, pero sí vemos que podría ser manifiesto en la trayectoria de la vuelta a la democracia, con la mentada Concertación porque, antes de 15 años en el poder, ya ese partido había perdido más de 600.000 votos y casi toda su militancia joven; ahora- a los 28 años de esta etapa, ya no les queda ni un militante joven en las universidades y se las fugaron más de un millón de votantes. Es decir, la hemorragia es mortal y ya se encuentran padeciendo anemia aguda, amén de una diáspora frenética.

Si suponemos que no fueron ingenuos y que se equivocaron de manera calamitosa, tendremos que intentar un análisis más o menos coherente.

Pudimos conocer el programa de la Concertación de partidos por la democracia en 1989 y en este programa se señalaban cosas muy diferentes a lo que se ejecutó en los sucesivos gobiernos en que la Concertación retuvo el poder. Esta discrepancia en el orden económico, social y político queda resuelta por la confesión de las partes, es decir por un libro de Edgardo Boeninger, en que señala que el modelo seguido por la dictadura cívico militar había sido aceptado por la oposición, antes de llegar al gobierno,  pero que no podía reconocerse públicamente. Algo similar declara en entrevista el ex ministro Foxley, cuando reconoce que el modelo dejado por Pinochet era lo mejor para Chile y se debía continuarlo en sus méritos, dejando de lado los crímenes. Por su parte- y en este mismo sentido- Felipe Portales ha acusado a la Concertación de haber regalado voluntariamente la mayoría parlamentaria que dejaba la constitución del 80, subiendo de manera  incomprensible los quórum en el Parlamento, necesarios para sacar adelante las reformas que esa misma coalición supuestamente se comprometía llevar adelante

Por otra parte, muchos de los más destacados dirigentes de la Concertación se peleaban por darle la mano y reverenciar al dictador, luego que ya estaban instalados en el poder, al regreso de la pactada “democracia”.  Esto habla de que hubo una profunda conversión de esta dirigencia concertacionista a los postulados y realizaciones del modelo dictatorial neoliberal. Esta conversión no sólo fue referida a las políticas económicas sino a la forma de ejercer el poder: con verticalidad de mando, traducida en la entronización de una cúpula de representación partidaria en la Moneda, pero que en el fondo era la participación de la más alta dirigencia a la cabeza del poder en los partidos, con absoluta desconexión hacia abajo. Se instalaba entonces la fórmula elitesca, aliada  al poder oligárquico. Esta postura  fue proclamada en un discurso dentro de la DC por el inefable Gutember Martínez, quien señaló: ”La realidad es delicada y debe ser administrada por un acuerdo de las más altas esferas de esta administración; ustedes, las bases, deben tener paciencia y replegarse a sus tareas partidarias y laborales” (Terminos no literales, pero aproximados del discurso). Un grupo de militantes de base reclamó esta postura, y advirtió de los peligros que encerraba, al presidente del partido de entonces, señor Foxley, quien no se dignó responder a tal misiva.

¿En qué creía Edgardo Boeninger, el mentor intelectual de la estrategia concertacionista, del lado de la DC?

Boeninger, como buen teutón, creía en la alternativa socialcristiana alemana, es decir la de una “economía social de mercado”, como la existente  en ese país. Pero en América Latina y específicamente en Chile, no se podía trasladar un modelo como el del país germano, pues eran y son realidades totalmente diferentes. ¿Entonces cómo postulaba hacerlo?

Aclaremos que Boeninger era el más preparado, teóricamente hablando, de los personeros de la Democracia Cristiana y era el más valorado por el presidente Aylwin. Dicho esto, debemos señalar que Boeninger no creía en el Estado, menos en nuestros Estados subdesarrollados, por tanto postula  una irrestricta apertura internacional, pero ahora no  en términos neutros, como lo hizo la dictadura chicaguista, es decir bajando aranceles y aupando las inversiones externas; ahora sería a través de la mayor cantidad de “ACUERDOS BILATERALES” con todos los países que desearen participar. Chile prácticamente abandonaría los esfuerzos por la integración regionalista, y se daría con ahínco a los tratados comerciales bilaterales.

Como Chile contaba con empresas pequeñas y medianas, de hecho las únicas grandes empresas eran públicas,  no existían las grandes empresas privadas, se decidió, entonces, perfeccionar una legislación tributaria y laboral que permitiera una rápida capitalización y agrandamiento de las empresas nacionales, con la finalidad de prepararlas a competir  con las extranjeras que llegarían a Chile, como consecuencia de los acuerdos internacionales. Ahora las empresas debían exportar a muchos países y, por tanto debían crecer rápidamente. Lo complejo de esta estrategia radica en que las políticas seguidas en todos estos años no llevaron a acrecentar las capacidades de las pequeñas y medianas empresas productivas nacionales, más bien crecieron las empresas financieras y las transnacionales enquistadas en esos acuerdos ventajosos que les concedió Chile. El sector financiero fue el principal beneficiado junto al comercio y otros servicios. Pero el sector productivo nacional pagó las consecuencias de una apertura indiscriminada y de unas políticas de fomento mal diseñadas o ausentes.

Otro antecedente que abona esta lógica de Boeninger, se encuentra en las condiciones económicas que encuentran al llegar al poder en 1990.

Pinochet, tuvo tres variables que le hicieron presentar una economía en crecimiento exponencial en sus últimos años en el poder: 1°, la recuperación económica luego de la gran crisis del año 1982-83. Bien sabemos que luego de una crisis profunda, siempre se instala una recuperación en cotas elevadas, si se hacen los ajustes necesarios. 2°, dos años de precios extraordinarios del cobre, y como Codelco era dueño de más del 85% de la producción minera, los excedentes extraordinarios pasaron en su totalidad a manos del Estado. 3° La repactación de la deuda externa, que trajo capitales frescos a la economía chilena. Todo esto permitió tasas de crecimiento que van del 7 al 9 por ciento y que se proyectaban por sobre el 11 por ciento en el último año de la dictadura.

Pinochet lanzó toda esa masa de dinero a la calle, incrementando el consumo a niveles desconocidos para Chile, con la intención de generar una ilusión de éxito que le permitiera ganar el plebiscito y las elecciones presidenciales.

El problema que se le presenta a la nueva dirigencia democrática, radicó en que este crecimiento del consumo no estaba acompañado de crecimiento paralelo ni proporcional de la inversión durante todo el período dictatorial; para crecer el PIB a tasas del 11 por ciento, se requiere una tasa de inversión cercana al 30 por ciento, a menos que tenga una capacidad productiva ociosa muy alta, cosa que en Chile ya no se daba a fines de los 80. La tasa de inversión chilena no superaba el 12 por ciento en el todo ese largo período.

Lo que vio el equipo económico de la Concertación es que, al tomar el poder, se enfrentaba a la disyuntiva de: generar una contracción económica de varios años o abrir las puertas a un proceso inflacionario importante.

¿Qué iba a decir la derecha pinochetista ante esta realidad?

¡Miren, ya volvieron estos fulanos a dejar un desastre, igual que en tiempos de la Unidad Popular!.

Entonces, sintieron que no les quedaba otra alternativa que clamar por inversiones aceleradas, que permitieran reponer cierto equilibrio en las cuentas macroeconómicas y no repetir la experiencia de la crisis chicaguista de los años 80. Se entrevistan con Bush padre y éste les recuerda que el gobierno norteamericano ya no hace préstamos de gobierno a gobierno a los países latinoamericanos, pero que sí puede entusiasmar a los inversionistas americanos para que trasladen capitales a la economía chilena. Claro que al poco de analizar las áreas de interés que ofrecía Chile, se vio que no eran más que las de recursos naturales. Se recomienda dejar la legislación pinochetista tal cual, para hacer más atractivo y rápido el proceso.

De verdad, en el área minera se precipitan los capitales privados y ya al año 2000, las inversiones privadas alcanzaban cerca de los 11.500 millones de dólares, y superaban al 30% de la producción nacional del cobre. En efecto, el gobierno de Aylwin no sólo aceptó la legislación minera dejada por Pinochet sino que la mejoró, pero para  beneficio de las empresas extranjeras, no de las arcas fiscales. De hecho, cambió la tributación minera, que era de renta presunta a otra de renta efectiva, con lo cual se abrió la puerta de par en par para la evasión y elusión tributaria. No sólo eso, también se traspasaron más de 300 mil hectáreas de pertenencias de Codelco a las empresas privadas, todos estos eran yacimientos de alta calidad y ley, mientras la industria del Estado se iba quedando con minas en decadencia y de más alto costo de producción. Tampoco se implementaron las agencias de fiscalización que eran requeridas en SII ni en aduanas, con lo cual se dio pie a la más discrecional transferencia de recursos al exterior en el sector minero.

Esta lógica bizarra en la minería se ha ido profundizando con los años, inclusive la  mentada ley de royalty terminó beneficiando, finalmente, a las transnacionales mineras y a los capitalistas nacionales asentados en la minería,  y ningún movimiento político ha estado en  disposición de encararla, incluyendo al izquierdista Frente Amplio.

Es cierto que la inversión minera ha llegado a representar- en los años de bonanza- casi el 50 por ciento de la inversión total en Chile y hasta el 60% de las exportaciones, pero eso no autoriza a que el país carezca de una política minera, sabiendo que las condiciones actuales no son de explotación, sino de expoliación para la economía chilena.

Pero esto permite lanzar la tesis de que la penetración del modelo neoliberal ha sido tan profundo, que hasta los partidos de izquierda han dejado de considerar una política nacional de desarrollo, justamente en la única área que les puede sacar del atraso y les podría permitir financiar una diversificación de la inversión productiva, como también de un incremento urgente de la inversión social, y además superar el error de vivir de las materias primas, si se tuviera la iniciativa de diversificar la base productiva nacional mediante una industrialización modernizadora. Debemos considerar que este error en la minería  se da agravado, pues se vive de las sub-materias primas, con el consiguiente contrabando de miles de millones de dólares en minerales no declarados ni pagados al país, justamente por no realizar ni las básicas operaciones de una industria primario exportadora.

El rápido crecimiento de la economía a mediados de los 90, convenció a la élite concertacionista que la vía primaria y neoliberal les estaba dando buenos resultados y que, por consiguiente, nada debía cambiar. Así se reafirma la tesis de Boeninger, de que la apertura internacional sería la fuente inagotable del desarrollo chileno, y que la economía social de mercado se lograría por la llegada de bienes e inversiones  extranjera. Tampoco percibieron, que con estas políticas no  alentarían la libre competencia y la generación de un mejor estándar de empleos y de consumo para nuestra población, sino que para un reducido número de chilenos que crecían al 7,6 por ciento en sus ingresos (20 por ciento más rico), mientras que el resto lo hacía a tasas del 0.6  por ciento (Ffrench Davis).

Tampoco alertaron con una realidad tremendamente tendenciosa de la economía, el hecho que se estaba dando forma a una estructura tremendamente oligopólica, en que el 85% de todo lo que se transaba en la economía era controlado por el 3 al 5 por ciento de las empresas, es decir se daba forma a una de las economías más oligopólicas del mundo, y ben sabemos que las economías primarias y oligopólicas eluden la competencia y el progreso tecnológico, por tanto la productividad también se estanca.

Fue en esta etapa donde se impone una real inocencia teórica, también una horrenda insuficiencia, que ya adelantábamos,  puesto que la industria nacional (PYMES), no sólo no crecieron en ese tiempo, sino que fueron sacadas de competencia y fueron reduciendo su participación en el PIB. Que los sectores que alentaban la esperanza de esta élite conversa eran, no los de la producción sino los del consumo y de los servicios financieros. El sector inmobiliario se benefició de los excedentes generados por el 25% de la población de más altos ingresos, quienes realizaban inversiones  financieras e inmobiliarias antes que productivas, con lo cual profundizarían la economía de renta antes que de producción. De hecho, el sector financiero se apropió de toda la ayuda destinada por el gobierno a las pymes, en el intento de sacarlas de la crisis asiática; tal era su poder y hegemonía en la economía nacional.

La élite de entonces, fundamentalmente conducida por los democristianos, creyeron que bastaba con abrir las puertas a las alternativas de la inversión (como todavía lo creen y afirman los de la derecha chilena), sin caer en la cuenta que en ese escenario, es decir cuando se abren las puertas del gallinero de manera tan indiscrimnada, lo primero que ingresa son los depredadores,  y así sucedió en Chile. Quienes sacaron ventaja inicial fueron los sectores de más rápido posicionamiento: consumo, financiero, seguros. Estos sectores pueden justificar un crecimiento por un tiempo,  pero requiere de un alimento estructural para sostenerse en el largo plazo. ¿Quiénes se lo han dado? Inicialmente fue la inversión privada minera (reprivatización de la minería), acompañada de la privatización de las grandes empresas del Estado (telefónica, eléctricas, sanitarias, puertos, aeropuertos, etc.), se suma el área inmobiliaria que demanda empleos nacionales y producción nacional.

Luego vinieron las concesiones carreteras urbanas y del interior y finalmente la elevación de los precios del cobre y recursos naturales,  en el largo ciclo de 2003 al 2013.

No ha existido una capacidad de la economía nacional de crear sus bases endógenas de desarrollo, sino que ha estado dependiendo de lo que se privatiza y de la generosidad de los ciclos externos de las materias primas.

Ahora, la creencia en una “economías social de mercado”, como propuso Boeninger, tenía que ser realmente poco probable en una economía de crecimiento hacia afuera, basado en una real desindustrialización o, al menos, en un freno a la industrialización interna. Porque una economía primaria crea pocos y mal remunerados empleos, además de estar sujeta a los ciclos  extremos de los precios mundiales, por tanto no se diversifica suficientemente la economía productiva, sino que más bien se hiperespecializa, pero en una modalidad que no genera valor agregado ni progreso tecnológico en la matriz productiva. Sólo logra hacerlo de manera limitada y restringida a los espacios o enclaves de exportadores, con reducidos efectos dinamizadores al interior de la economía productiva nacional.

Por otra parte, la industria nacional se veía imposibilitada de competir con la nueva producción asiática, la que contaba con alto desarrollo tecnológico, gran producción de escala y mucho apoyo gubernamental. Este error de cálculo hizo que peontamente los gobiernos concertacionistas dejaran a la deriva a las PYMES.

Por eso se tienen bajos salarios y un goce de la renta exportadora  que es absorbida por un conjunto de chilenos que no supera al 30 por ciento de la población. El resto vive más de la expectativa, el endeudamiento y la ilusión de estar adentro, que lo que las cifras reales delatan. La salida de la pobreza es, más bien, un desplazamiento de la frontera de la pobreza, pues la mayoría de los que se dice que superaron la pobreza, viven -en términos de nivel moderno de integración- en el límite, es decir en la frontera de la pobreza. Se ha podido constatar que esa gran mayoría de chilenos, que supuestamente han salido de la marginalidad, a la primera recesión se ven obligados a saltar al otro lado de la frontera. Claro que las cifras se maquillan, como lo hizo Thatcher en los años 80, cuando cambió la métrica de la pobreza y el desempleo más de 11 veces, para ocultar los niveles efectivos de miseria. En Chile, se han hecho mediciones con parámetros modernos para la pobreza y se ha establecido que los límites de pobreza más que duplican los que acá se dan por oficiales.

En el modelo alemán, de economía social de mercado, la parte social la impone una tributación efectiva de las empresas y trabajadores que más que duplica a la efectiva chilena (la tasa nominal es absolutamente formal, pero no efectiva, en Chile; la carga tributaria de las empresas es en Chile  cercana al 18-20 por ciento; en Alemania se duplica). En consecuencia, se ha ido borrando, en Chile, al sector institucional que es capaz de generar las bases de una economía integradora (social), puesto que, amén de la insuficiencia tributaria, se presenta una insuficiencia en la legislación laboral, en la seguridad social (pensiones), en la educación y en la salud. De hecho, la legislación laboral controla los salarios en niveles bajos, justamente porque nuestro aparato productivo permanece con bajos niveles de productividad, y esto dibuja un círculo vicioso que se traduce en un aparato productivo atrasado, productividad baja, salarios bajos, seguridad social precaria, competitividad industrial regresiva.

En consecuencia, el espejismo de emular al modelo teutón, por parte de este ideólogo DC, señor Boeninger, terminó en la confirmación y profundización de una economía decimonónica (primaria y fuertemente dependiente) y de una sociedad oligárquica, con aberrante concentración de la riqueza y, además, con el agravante de no contar con las herramientas de distribución, dado que el modelo impuesto en Chile es radicalmente “empresocéntrico” y privatista, es decir –como apuntábamos-sin sistema de bienestar efectivo y sin un Estado regulador eficiente ni suficiente.

El resultado está a la vista, un país polarizado, una clase media en franco repliegue y un partido político-como la DC- que se levantó con las banderas del campesinado y la clase media profesional y del trabajo, clases que se encuentran ahora en retirada y el PDC ya desacreditado y moribundo, sin poder levantar una bandera que le redima. Como señalamos, a mediado de los 90 el economista Ricardo Ffrench Davis advertía que la polarización del ingreso dañaría a la clase media y por tanto a la DC., pues este partido creció por el apoyo de la nueva clase media universitaria y profesional.

Usted puede discutir y señalar  que la clase media no ha muerto, sino que más bien ha crecido. Pero ahora se trata de otra clase media, la llamada clase emergente o aspiracional. Esta nueva clase, mal llamada media, carece de tradición cultural, y se identifica más por un patrón de consumo; además es una clase cuya postura ideológica es individualista y consumista, dispuesta a apoyar todo lo que respalde su nivel aparente de vida, aunque se sustente en una frágil ilusión de pertenencia social. Es una clase que no respeta mucho la educación ni la cultura, aproximándose más a las características del hombre masa de Ortega y Gasset o a esa clase “fordista” y pasotista que marcó los inicios de la clase media americana. La vieja y culta clase media chilena se ha ido proletarizando o cayendo a niveles de desamparo,  que queda expresado en los sueldos funcionarios, sus míseras jubilaciones, un sistema de salud vergonzosamente precario, una total impotencia ante la alternativa de pagar la educación de sus hijos, los niveles de endeudamiento de las familias y tantos otros indicadores que avalan ese descenso…

Los tímidos intentos del gobierno de Bachelet por introducir correcciones a un modelo tremendamente injusto, se encontró con la muralla de la dirigencia DC, la que se opuso a cualquier cambio o retoques en el modelo vigente. De esto se aprovechó la derecha para bombardear la propuesta de reformas de manera despiadada y con todos los recursos a su disposición. En los tiempos del presidente Frei Montalva, ese mismo partido auspició y llevó adelante reformas que para los estándares de hoy serían radicalmente revolucionarias; ese mismo partido es incapaz, ahora, de olfatear las necesidades reformistas básicas de una sociedad que se dirige aceleradamente a una verdadero desgarro social y a un proyecto de economía inviable a mediano o largo plazo.

Esta adhesión sin esguinces al modelo pinochetista, por parte de la dirección de la DC, durante los últimos 30 años, lleva a concluir que confundieron la “economía social de mercado”  con el “modelo neoliberal”, en su expresión más extrema, más oligopólica y más retardataria, como es ciertamente la chilena. Como señalaba-hace años- el presidente venezolano Jaime Lusinchi, de manera semiseria: “Es mejor no hablar de algunos temas cuando puedo confundir la magnesia con la gimnasia”…..y esa confusión se dio de manera indiscutible en el liderazgo DC de los últimos 30 años.

Estos errores históricos se pagan caro, y los culpables  sabemos dónde encontrarlos…., aunque estén en fuga.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.