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¿Por qué es una buena noticia que el Dakar no pase por Chile?

La ministra del Deporte Pauline Kantor anunció el fin de semana que el Rally Dakar no pasará por Chile durante 2019, pese a las expectativas que se habían generado por un eventual regreso. Pero más allá de la molestia de los pilotos y aficionados a los deportes tuerca, la no llegada de esta prueba a Chile puede ser la mejor decisión que se haya tomado.

Claudio Medrano

  Martes 15 de mayo 2018 13:53 hrs. 
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Pesar y molestia hubo en el mundo tuerca luego que la ministra del Deporte, Pauline Kantor, anunciara que el Rally Dakar, la competencia de rally raid más importante del mundo, no regresaría a Chile. Las expectativas eran altas que, con el regreso de Sebastián Piñera a La Moneda, la carrera volviera a territorio nacional, pero la política de austeridad de esta administración obligó a postergar la decisión para 2020.

De inmediato pilotos y gente ligada con la organización de la competencia criticaron la decisión y aseguraron que esto era un “portazo” a la difusión del deporte motor, pese a que Chile ha tenido históricamente destacados exponentes en la materia como Carlos de Gavardo, Francisco “Chaleco” López y más recientemente Pablo Quintanilla e Ignacio Casale.

A esto se suma la molestia de los empresarios turísticos, quienes ven en la carrera un eventual foco de atracción para visitantes en plena temporada alta, ingresos que no llegarían si la carrera no pasa por nuestro país.

Además, las presiones desde ASO, empresa encargada de organizar la carrera, han sido fuertes considerando que la carrera ha perdido prestigio desde que dejó territorio africano a causa de las amenazas terroristas, por lo que es un imperativo para ellos recuperar el escenario característico del Dakar: el desierto.

La carrera comenzó a circular por el norte de Chile a partir de 2009. Desde entonces diversas organizaciones sociales manifestaron sus reparos por afectar el patrimonio arqueológico cultural de las cuatro primeras regiones, perjuicios que no fueron tomados en cuenta en su momento y que derivaron en daños irreparables para la zona.

Históricamente, por la zona han transitado poblaciones humanas y grupos de animales utilizados para cargar, como llamas, además de mulas y carretas, dejando vestigios de su paso, cuya data supera los 2 mil años de antigüedad. “Por las características del desierto de Atacama, los suelos han hecho que las huellas queden marcadas”, explica Mauricio Uribe, arqueólogo y académico del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

Imagen aérea del yacimiento arqueológico de Chug Chug, Región de Antofagasta, luego del paso del Dakar en 2014. Se ven claramente las huellas de los vehículos sobre el terreno.

Imagen aérea del yacimiento arqueológico de Chug Chug, Región de Antofagasta, luego del paso del Dakar en 2014. Se ven claramente las huellas de los vehículos sobre el terreno.

Las ruedas del Rally Dakar intervienen las huellas históricas, deforman o las hacen desaparecer, afectando vestigios que son fuentes de información y conocimiento del pasado, concretamente de los sistemas de traslado empleados por los antiguos pobladores y del territorio.

Según informes de daños elaborados por el Consejo de Monumentos Nacionales, desde 2009 a 2015 se constató la destrucción de un total de 318 sitios arqueológicos. Todos ellos quedaron impunes: aunque en 2014 tanto organizaciones de arqueólogos como indígenas interpusieron recursos de protección ante la Corte Suprema, la máxima instancia judicial rechazó ambas iniciativas.

Entre ellos se han alterado geoglifos en el Norte Grande, se han destrozado tramos del camino del Inca, sitios habitacionales y talleres líticos, algunos de gran antigüedad como fueron los destruidos en 2009 del periodo arcaico. Mientras que, en Punta Teatinos, cerca de La Serena, se removió terreno para el estacionamiento de motos, donde “también destruyeron un conchal antiquísimo, pero no fue contabilizado como un daño del Dakar”, señala la abogada y arqueóloga, Paola González.

Adicionalmente, Chile deja de cumplir con los convenios internacionales sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural (UNESCO, 1968) y el Convenio N°169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas, ya que la competencia daña gravemente, y de forma irreversible, el medio ambiente natural y cultural de los pueblos Colla, Atacameño y Aymara. Frente a esto, el Estado no solo no ha perseguido la responsabilidad penal de los autores de estos hechos, sino que se ha hecho parte de ella.

Una serie de daños que según Mauricio Uribe es poco reparable ya que, si bien los competidores no corren por todos lados, “el gran problema es que la competencia tiene una situación de gran incertidumbre pues por más que los organizadores coloquen señales, avisos o puntos por los cuales pasar, sucede lo recientemente ocurrido: los corredores sobrepasan los límites y afectarán igualmente ese patrimonio, preocupados evidentemente por alcanzar el primer premio”.

¿De qué hablamos cuando hablamos de patrimonio?

Las consecuencias que dejó el evento deportivo en Chile evidencian, según los investigadores, un problema de fondo: la supuesta errada noción sobre el concepto de patrimonio, asociándolo solamente a su dimensión arquitectónica.

“En general, el concepto de patrimonio –de acuerdo a la propia legalidad vigente – tiene que ver con monumentos. Lo que ya le otorga a ese patrimonio una cualidad bien peculiar que en el imaginario de todos nosotros hace aparecer la imagen de pirámides y grandes edificios, es decir objetos muy elitistas, lo cual no le da el valor equilibrado a otras expresiones culturales que si bien no son monumentales son igualmente significativas para la investigación científica y la continuidad de los grupos culturales que existen en esos espacios”, afirma Uribe.

El desierto de Atacama es fundamental para el futuro del Rally Dakar en Sudamérica.

El desierto de Atacama es fundamental para el futuro del Rally Dakar en Sudamérica.

El descuido o falta de preocupación e interés hacia el patrimonio cultural, según Paola González, radica en una gran ignorancia social y estatal: “Nuestra vida occidental tiene apenas 500 años, pero tenemos un pasado de por lo menos 20 mil años. La importancia de poder preservar y estudiar estos hallazgos tiene directa relación con la construcción de una memoria como país, es decir, no podemos vivir con una memoria de 500 años, sin conocer todos los otros elementos que conforman nuestra genética y la propia identidad”.

A esto se suma también el llamado de las propias comunidades que viven en la zona y que tiene un apego más profundo con espacios que varios de ellos consideran sagrados. “Significa una herida muy profunda que daña no solamente el ámbito científico, sino que toda esta percepción que ellos tienen de su espacio”, concluye González.

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