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Alberto Fouilloux, episodio desconocido

Columna de opinión por André Jouffé
Martes 26 de junio 2018 10:57 hrs.


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En 1969, Mario Vergara Parada dirigía simultáneamente las revistas Gol y Gol y Vea.

Era muy exigente, perdonaba sólo una vez.

Ocurrió en un clásico universitario. Me envió a cubrir todo lo extrafutbolístico y los incidentes.

El espectáculo, no recuerdo si estuvo a cargo de Rodolfo Soto, pero incluía equinos.

Durante el partido, me concentro en cómo el personal del Estadio Nacional, aún sacaba con palas las bostas de la pista de ceniza.

En esos momentos, Fouillouix abandona la cancha lesionado. Entonces no existía el recambio y Universidad Católica queda con diez hombres.

Al día siguiente, como todos los lunes, Mario Vergara revisaba las tiras de pruebas de las fotos. Eran centenares, pues además el clásico era cubierto por tres reporteros gráficos del pool de Zig Zag.

Vergara me llama: “André, ¿Dónde está la foto de Fouillouix en la enfermería, cuando lo enyesaron? La necesito para esta tarde a última hora”.

Pensé que se me iba la pega si no la conseguía.

Haciendo tripas de corazón, fui al departamento del jugador que vivía entonces en Pedro de Valdivia, si mal no recuerdo. Le expliqué que “se me había ido” este incidente y que estaba en aprietos.

Tito con un espíritu de buen caballero cruzado, con una pierna enyesada, subió a mi viejo Renault y partimos al Estadio.

El encargado de enfermería era un buen conocido, con el cual conversaba mucho en los encuentros aburridos, especialmente los preliminares de las conocidas reuniones dobles que comenzaban a las tres y finalizaban a las siete con los sones del Adiós al Séptimo de Línea”.

Abrió el recinto, Tito se tendió, puso cara de dolor, e hicimos la faramalla del enyesamiento, limitándonos a tomar fotos de su ingreso a la enfermería y cuando le cubren el yeso con una venda.

Fue un gesto noble, estimulante y salvador.

Nunca dejé de agradecer este gesto al Tito.

Mario Vergara, consciente del chamullo, me felicitó y seguí en el trabajo hasta que Ziz Zag pasó a Quimantú; luego me fui a la revista juvenil Onda de la empresa editora estatal.

Como era medio rubio de ojos azules, las mujeres lo piropeaban y los rivales le gritaban insultos homofóbicos. Hasta una canción apareció en un 45 RPM, Tito mi amor.

El aceptaba la situación y nunca se ofuscó; sabía lo que le esperaba al asomar la cabeza del túnel.

Quizás no debió partir a Francia en las postrimerías de su carrera, estaba gastado al jugar en un equipo cuya fuerza estaba en el contragolpe. Claro, entonces el diez no iba a buscar pelotas a su propia área sino que las recibía en el medio campo y era cosa de picar.

Puso mucha fe en su hijo Patricio, seleccionado juvenil, pero al parecer su delfín vio otro derrotero para su carrera profesional.

Últimos años difíciles, que lo desperfilaron un poco, pero un caballero a todas luces. Expulsado sólo en una ocasión por insultar a un árbitro con un “mierda”. Ese mismo referí me explicó que a un jugador del pueblo podía amonestarlo por sacarle la madre, pero a un abogado, no.

Fouillouix fue durante una década símbolo de un equipo, cuando los jugadores nacían y morían en el redil. Hoy en el fútbol empresa y corrupción, nada de esto es posible.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.