Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 28 de marzo de 2024


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La Hora


Sábado 14 de julio 2018 22:24 hrs.


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El Centro de Justicia determinó esta semana que los dueños de Penta, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, deberán asistir a clases de ética empresarial, luego de haber sido imputados por delitos de cohecho -originalmente- y por delitos tributarios. Probablemente somos muchos los que estimamos que esta pena en realidad es una risotada para estos personajes, pero es lo que la justicia determinó que debían pagar Délano y Lavín por acciones que dañan nuestra institucionalidad. Tuvieron un proceso que culminó de esta forma.

Sin embargo, hay una serie de otras actitudes que no constituyen un delito, jurídicamente hablando, pero que dañan no sólo la institucionalidad de nuestro querido Chile, sino que directamente la base sobre la que toda sociedad debería erigirse: el respeto que debemos tener unos con otros.

Hasta el día jueves, yo era una de los más de veinte profesionales que trabajaba en el Diario La Hora, uno de los tres periódicos gratuitos que entregaban en diferentes estaciones de metro (no era el verde ni el morado, era el azul con fucsia). Dicho medio era uno de los productos del grupo Copesa, dueño de La Tercera y La Cuarta.

Hace meses comenzó una ola de incertidumbre en la empresa: uno a uno fueron cayendo medios históricos como Pulso, Qué Pasa y Paula que, si bien no desaparecerían por completo, implicaron el despido de decenas de colegas.

No seamos ilusos: el cierre de estos medios no es un atentado contra la libertad de expresión o la de medios. En estos tiempos, el cuarto poder no trabaja para la gente y no tiene un rol primordialmente fiscalizador, sino que trabaja en relación a los intereses de sus dueños. En Chile tenemos ejemplos destacables de medios que, a pesar de todo, intentan mantener la esencia del buen periodismo, pero, en el caso de los medios de Copesa, sus dueños no están intentando censurarnos ni mucho menos, simplemente quieren recortar gastos porque operan con la lógica de empresa.

Es por eso que no entendemos la decisión de Copesa. El 19 de abril de este año todo el equipo de La Hora fue citado a una reunión con uno de los peces gordos de la empresa, Andrés Benítez, director de negocios y editorial. Él, junto a Carolina Schmidt, gerenta general de medios y ex ministra de Educación del Presidente Sebastián Piñera, llegaron a la empresa en agosto del año pasado para renovar la imagen de Copesa.

No sabíamos el motivo de la reunión. ¿Nos cerrarían al igual que Pulso? ¿Nos fusionarían con La Cuarta, como ya se había intentado en un pasado? Nada de eso. El señor Benítez nos había citado para felicitarnos por nuestro trabajo, porque a diferencia de otros medios que intentaron reinventarse dentro del conglomerado, el Diario La Hora estaba dando buenos resultados. No sólo editoralmente, sino que en términos monetarios el diario estaba bien: no generábamos pérdidas.

Éramos un equipo chico que, con muy poco, hacía mucho, y nos manteníamos a flote. Recuerdo textual la siguiente frase con la que ejemplificó nuestro desempeño el señor Benítez: “Cada vez que nos preguntan por nuestros medios, ahora yo siempre nombro a tres: La Tercera, La Cuarta y La Hora”.

La reunión fue para felicitarnos, para darnos un golpe en la espalda, tal y como habían hecho durante meses con el director de nuestro diario que, al igual que nosotros, fue despedido el jueves.

A las 5 de la tarde de ese jueves Javier Fuica, nuestro director, nos contó que todos habíamos sido despedidos de la empresa, excepto por tres compañeros que se habían salvado de la guillotina de Benítez. Estos tres profesionales pasarían a La Cuarta, medio que se haría cargo de continuar con La Hora. Ninguno de ellos tres estuvo de acuerdo con las nuevas reglas del juego y el viernes fueron despedidos de la empresa, igual que todo el resto.

Terminamos la última edición de La Hora titulando ¿Qué falta para que podamos trabajar desde la casa?, en una especie de humor negro que siempre nos caracterizó como equipo. Ya estábamos enterados que no éramos parte de la empresa, pero decidimos apoyarnos y sacar nuestra última edición juntos. Lo hicimos y nos fuimos, ya el día siguiente habría tiempo para recoger nuestras pertenencias de la oficina.

Casi no lo tuvimos. Temprano en la mañana, comenzaron a desmantelar nuestra oficina sin que pudiéramos recoger nuestras cosas, comenzaron a meterlas en cajas sin avisarnos y habiéndonos dicho que tendríamos plazo hasta el miércoles 18 para retirarlas. El apuro por borrar La Hora no provino sólo de la empresa, sino que hasta una secretaria de otro medio llegó a buscar pilas, lápices y otros insumos para llevárselos.

Este tipo de actitudes no constituyen delitos formalmente hablando, pero si fueran sometidos a un juicio, tal y como pasó con Lavín y Délano, lo mínimo que podría indicar la sentencia es someter a los autores a clases de decencia.

Señor Benítez: ¿no le da vergüenza mentir descaradamente? En el diario habíamos algunos que no teníamos grandes responsabilidades, como pagar dividendos o tener una familia, pero la mayoría de mis compañeros eran madres y padres, estaban comenzando a buscar su propia casa y todo eso se va a la basura con actitudes como la suya, que tuvo el descaro de decirnos que estábamos bien, que no nos cerrarían, que no nos fusionarían.

El mismo jueves, antes de que termináramos el diario, Rodrigo Errázuriz Ruiz-Tagle, director ejecutivo de Copesa, nos escribió a nuestros correos corporativos informando que con el cierre de La Hora “GrupoCopesa termina este ciclo de transformaciones editoriales que ha venido impulsando en el último tiempo”.

Señor Errázuriz, Señor Benítez, Señora Schmidt y la secretaria que se llevó un par de lápices antes de que nos fuéramos: sean decentes, la lógica empresarial no debe ser aplicada a las personas. Ya nos mintieron una vez, así que no sería raro que lo hicieran de nuevo con la gente que se quedó, pero si planean seguir con estas transformaciones editoriales, no sean tan sinvergüenzas para hacerle creer a la gente que sigue trabajando que están seguros. Es el mínimo de respeto que necesita la sociedad para constituirse como tal, ya pasó el tiempo en que nos sacábamos los ojos por quien se comía el último pedazo de pan.

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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