El emblema europeo de la rosa empuñada –que proliferó en los años ’70- parece reproducirse en países latinoamericanos como Uruguay, Brasil, Chile y El Salvador, donde una izquierda moderada administra recetas neoliberales. Pero, al mismo tiempo, en esos países la derecha logra recuperar fuerzas, permitiendo, en una orilla rioplatense, al conservador Lacalle desafiar al ex guerrillero Mujica.
El Presidente de EEUU está empeñado en imponer militarmente sus ideales democráticos y de igualdad en una escarpada sociedad tribal que no entiende mucho de igualdad de género y de gobierno democrático central, y que en los dos siglos anteriores ya rechazó a soviéticos y británicos.
Paralelo al debate internacional sobre la decisión del comité noruego, se suscitaron una serie de escarceos internos, tanto en la tranquila democracia escandinava como en los EEUU. El punto es que el controvertido premio logre presionar y alentar los cambios a nivel internacional que viene promoviendo el líder de la Casa Blanca en los nueve meses que lleva allí.
Ante la caída de la social democracia, Die Linke y otras formaciones de izquierda en ascenso deberán decidir, llegado el momento, si reproducen las conductas de los progresistas de ayer para conservar los cimientos del sistema en que triunfaron.
La crisis global no llevó a los electores europeos a votar por quienes postulan más gobierno y regulaciones al mercado, sino por derechas remozadas. Estas vinieron a suceder a los responsables de las condiciones en que se enfrentaron los problemas, los que no supieron tampoco dar nuevas respuestas.
A la exitosa operación secreta de Zelaya siguió el retiro de Naciones Unidas de la asistencia a las próximas elecciones en Honduras, lo que significa desconocer sus resultados. A estas alturas, la restitución del Presidente legítimo se ha convertido en una autoexigencia para la causa mundial de la democracia.
Inútiles han sido los esfuerzos de los “liberals” estadounidenses para garantizar el acceso de todos a la atención de salud. Al revés que sufrieron los Clinton desde 1994 se suman ahora los esfuerzos de Obama para saldar un histórico déficit que en Europa los social demócratas lograron paliar,pese a todas las embestidas conservadoras.