Violeta Parra, hermana mayor de los cantores populares

Atraída por una certera intuición y guiada por su instinto netamente popular, Violeta Parra supo llegar al corazón del genio de nuestro pueblo y descubrir sus más preciosos tesoros, los que está dando a conocer a todo Chile.

Violeta Parra sabe tocar nuestros instrumentos folklóricos, la guitarra y el guitarrón y cantar a lo poeta. Sabe escribir versos a “lo divino” y a “lo humano”, compone sus propias melodías y puede improvisar unas décimas si la ocasión lo exige. En los velorios de angelitos ha sido invitada a cantar junto a grandes cantores, “de aquellos que no se dejan acompañar por cualquiera”, y cuando va de pueblo en pueblo y de rancho en rancho, buscando los trozos perdidos del magnífico fresco folklórico de Chile, no es una extraña entre los viejos cantores campesinos. No llega al pueblo con el espíritu de un erudito que busca lo interesante, sino como la hermana mayor de los cantores populares. Es por eso que una celosa cantora del sur que no solía dejar a nadie escuchar sus canciones, le entregó todo su patrimonio a Violeta Parra, diciéndole “la sangre suya, pues, Violetita” es lo que la habla impulsado a regalarle todo su tesoro musical y poético. Violeta Parra sabe tratar a estos ancianos como lo hacían las niñas de otros tiempos, llamándolos respetuosamente abuelito y abuelita. Ella conoce el lenguaje del niño que eleva volantines, sabe consolar a la madre que ha perdido a su “angelito”, canta los “parabienes” de los novios y comprende al arriero que ha visto a la Virgen en el hueco de una peña y al diablo con tres ojos. Aquí reside el secreto de esta investigadora.

Al oírla cantar las canciones “a lo divino” hemos descubierto que nuestros cantores populares conocían las Sagradas Escrituras mejor que nosotros mismos y sus cantos a la Sabiduría de Salomón y a las gloriar de Sansón nos han dejado perplejos. En las cintas magnéticas grabadas en todas las regiones de Chile, Violeta Parra ha recogido las extrañas voces de ancianos y jóvenes que con melodías de ritmos graciosos y encantadora sencillez describen la creación y la destrucción del mundo, el nacimiento, la vida, pasión y muerte de N. S. Jesucristo; las historias de los patriarcas, reyes y sabios del Antiguo Testamento; el Diluvio Universal, la Torre de Babel y la caída de Babilonia. Una voz gutural recita en un poema largo como la Gesta de Mío Cid, la historia de Carlomagno y los doce pares de Francia. Otro, con la autoridad de un profeta, canta la vanidad de la sabiduría del “planeta terrenal” y se burla de los sabios que “para dar prueba toman tinta, papel y estrumento”. Otros hacen alusiones herméticas a la ciencia de Zoroastro y hablan con mágico lenguaje del sol, la luna y las estrellas y el “santo rumor” de las esferas en los espacios infinitos. Y son innumerables los clásicos cantos de despedida del “angelito” que se va de este mundo a la gloria celestial, donde la Virgen le tiene preparada “cuna de flores” y donde el Señor, en premio, le confiará el cuidado de una rosa en “los jardines de Abraham”.

Primeros contactos con el folklore

Nacida en Chillán, centro de tradiciones autóctonas, Violeta Parra pertenece a una familia de cantores y poetas. Ella misma nos explica sus primeros contactos con ese mundo del folklore que fascinó su niñez y que se encontraba muy profundamente arraigado a su naturaleza de artista.

-Mi padre, aunque profesor primario, era el mejor folklorista de la región y lo invitaban mucho a todas las fiestas. Mi madre cantaba las más hermosas canciones campesinas mientras trabajaba frente a su máquina de coser; era costurera. Aunque mi padre no quería que sus hijos cantaran, y cuando salía de casa escondía la guitarra bajo llave, yo descubrí que era en el cajón de la máquina de mi madre donde la guardaba y se la robé. Tenía siete años. Me había fijado cómo él hacía las posturas y aunque la guitarra era demasiado grande para mi y tenía que apoyarla en el suelo, comencé a cantar despacito las canciones que escuchaba a los grandes. Un día que mi madre me oyó no podía creer que fuera yo.

Así se inició la carrera de esta artista innata. Dos cantoras populares ejercieron sobre ella una influencia decisiva.

-Vivía en Malloa –recuerda-, un pueblecito situado por Chillán hacia el interior. Malloa era un pueblo perdido en el campo, incomunicado con el resto de Chile; sólo un camino real lo unía con Chillán y había media hora a caballo, yendo a galope tendido, y más de dos horas si se iba al paso. En esa región eran muy conocidas las niñas Aguilera, dos hermanas que cantaban. Algunos de los cantos populares que forman mi repertorio actual se los oí por primera vez a ellas. Las niñas Aguilera cantaban muy bien y constantemente las perseguía para que me enseñaran sus cantos.

Violeta Parra escribió su primera canción a los nueve años, era para su muñeca de trapo, y desde entonces comenzó a componer y a escribir versos. Le ha puesto música a varios versos de su hermano, el poeta Nicanor Parra y “a raíz de mi primer amor surgieron mis propias tonadas”, nos confía.

En Santiago

Al llegar a la capital, Violeta Parra y una hermana suya formaron un dúo y se dedicaron a cantar profesionalmente. Conocían desde la época de Malloa muchas canciones de la tradición popular, pero la hermana de Violeta, convencida de que el público las rechazaría, se oponía a cantarlas.

-Musicalmente -nos explica-, yo sentía que mis hermanos no iban por el camino que yo quería seguir y consulté a Nicanor, el hermazio que siempre ha sabido guiarme y alentarme. Yo tenía veinticinco canciones auténticas. El hizo la selección y comencé a tocar y cantar sola. Después me exigió que saliera a recopilar por lo menos un millar de canciones. “Tienes que lanzarte a la calle -me dijo-, pero recuerda que tienes que enfrentarte a un gigante, Margot Loyola”.

-Encontré folklore en todas partes, aunque las viejas de Barranca fueron mi primera fuente. Doña Rosa Lorca, arregladora de angelitos, me cantó todo su valioso repertorio y me lo enseñó. Es a ella a quien le debo la nomenclatura del Canto a lo Humano y Canto a lo Divino que, siguiendo el orden del velorio del angelito, se divide en Versos por Saludo, Versos por Padecimiento y Versos por Sabiduría.

-Cuando la escuché cantar estos cantos ancestrales, volvió a mi memoria la ceremonia vista de niña del “velorio del angelito”. Recordé Coamo se mandaba buscar a la madrina para que hiciera el “alba”, que tiene que ser cortada en tela nueva, con tijeras, hilo y aguja usadas por primera vez. Los miembros masculinos de la familia partían a caballo a buscar la gente. Las mujeres de la casa dividían la pieza en tres secciones: en una punta el velorio, al medio un mueble con loza y al otro extremo una mesa cubierta con mantel blanco y un brasero con carbonees bien encendidos. Cuando llegaban los hombres se colocaban al lado del angelito, que ya estaba arreglado en su altar y las mujeres se apretujaban alrededor del brasero. Entonces, en un silencio impresionante, comenzaba el canto. También se bailaba la cueca fúnebre sin zapateo y con guitarra y el “chapecao” sin pañuelo y en silencio.

-Gracias a doña Rosa Lorca y a otras ancianas de la región, recopilé 500 canciones de los alrededores de Santiago y volví donde Nicanor con tonadas, parabienes, villancicos, además del Canto a lo Divino y a lo Humano y con las danzas campesinas “El Pequén”, “El Chapecao”, “La Refalosa” y la “Cueca.”

En Europa

Su investigación folklórica de una autenticidad absoluta, la hizo acreedora al “Caupolicán” de 1954 y ese mismo año partió a Europa invitada al Festival de la Juventud en Varsovia. Tanto en Polonia como en Checoslovaquia dio a conocer las canciones de Chile, y después en París, se ganó el corazón de los franceses, tanto en su labor nocturna en la boite “L’Escale” como en el Festival Internacional Folklórico celebrado en el Gran Anfiteatro da la Sorbonne, donde actuó sola, representando a Chile.

-Salí sola al escenario -recuerda Violeta Parra- y sentí un murmullo de casi desaprobación. Todas las otras delegaciones eran numerosas y llenaban el escenario, yo me sentía asustada y muy pequeña. Sonó la guitarra y hubo un silencio inmediato. Tuve que cantar siete veces, obteniendo aplausos atronadores. Pero no era a mi a quien aplaudían, porque cuando se canta la canción chilena es a Chile al que se aplaude.

De París pasó a Londres. En diez días en Inglaterra pudo hacer lo que en París en seis meses. Tres casas grabadoras se disputaron la exclusividad de grabarle sus canciones; ella tiene exclusividad con Odeón, por eso se limitó a grabar un long-play grande con 18 canciones. Grabó para los archivos de la BBC, actuó en televisión y dio dos recitales en Cunning House para un enorme grupo de intelectuales. Trabó amistad con Victoria Kingsley, la famosa folklorista inglesa, a la que le enseñó su repertorio y Alan Lomax se fascinó con el folklore chileno.

Violeta Parra compositora

Al volver a Chile, nuestra folklorista comenzó a componer obras para guitarra, que aunque llevan la nomenclatura del folklore, las llama Anticuecas, son música culta, como la que puede escucharse en cualquier concierto de cámara.

Violeta Parra, que musicalmente se formó sola y que aprendió música como el pájaro canta, es una compositora única. Ella no sabe ni quiere saber nada de contrapunto, armonía ni desarrollo temático. Puede sólo ofrecernos una música que brota directamente de su alma y que llega al mundo como un niño. Improvisando, descubrió en ella misma un mundo de poesía, que creyó estaba enredado en las cuerdas de su guitarra. Sin ser guiada por ningún maestro, encontró su sonido, su armonía, su línea melódica y sus ritmos, su propia técnica, que supo desarrollar al cabo de unas pocas semanas. Sus Anticuecas tienen esos mismos ritmos chilenos que nos son conocidos, pero cobran un sentido y una dimensión muy diferentes. Es el alma recóndita de la cueca lo que Violeta Parra nos revela en sus espontáneas composiciones. La originalidad de esta música extraña y hermosa, no se parece a nada, no obstante ser tan propia de esta tierra chilena.

Dos obras de Violeta Parra

Dentro de los próximos dos meses saldrán al mercado dos libros de esta insigne “cantora” chilena. En el primero de ellos recopila cien cantos, que abarcan las más importantes formas musicales populares de las distintas regiones de Chile. Esta será la primera publicación de cantos folklóricos con carácter musical, porque si bien hubo antes muchas otras recopilaciones y publicaciones sobre el tema, los investigadores se limitaron al aspecto literario, publicando tan sólo las letras de los cantos.

En la primera obra se le da enorme importancia al Canto a lo Divino, que es, sin lugar a dudas, lo más valioso y antiguo de todo nuestro folklore. El Canto a lo Divino, como su nombre lo indica, es un canto a Dios y a las cosas que son de Dios y se canta de preferencia en los velorios de angelitos, es decir, en los velorios de niños menores de cinco años, que se supone son lo suficientemente puros como para ir directamente al cielo. En las distintas etapas de la ceremonia de velorio, que dura toda la noche, se cantan cantos a lo divino y sobre diferentes temas. Los temas de un canto se llaman, en lenguaje folklórico, “fundamentos”. Los principales fundamentos son: Verso por Saludo, que se cantan al comienzo del velorio y que se subdivide en: Versos Mochos, forma usada por cantores de segunda categoría; Versos por Redondilla, en esta forma una sola línea sirve de final para todas las estrofas que se canten, y Versos de Contrarresto o Contrarrestados, que están sujetos al siguiente plan: cada cantor forma una estrofa encabezándola con el último verso del anterior y terminándola con el primero de la misma. Enseguida se cantan los Versos por Padecimiento, que vienen después del saludo y primer “gloriao”, o sea, la primera copa de vino de la noche, y que se cantan hasta la medianoche. Además de beber y cantar, se relatan antiguas y pintorescas historias chilenas.

Versos por Sabiduría, que se cantan después de la medianoche. En ellos se cita a los grandes sabios del antiguo testamento y Versos por Apocali, tomados del Apocalipsis y que hablan del fin del mundo. Hay también algunos fundamentos secundarios, cuyo uso es circunstancial, como, por ejemplo, Versos por la Pesca Milagrosa, El Rey Asueto, La Torre de Babel, El Diluvio y otros hechos bíblicos notables.

Versos por Despedida, se cantan al rayar el día y en ellos los cantores hablan como si fuera el angelito mismo quien se despide.

Violeta Parra también incluye en esta primera obra El Canto a lo Humano, que musicalmente no tiene diferencia con el Canto a lo Divino, y que se canta de preferencia en los “Wireos” o reuniones de cantores que se juntan para hacer música por entretenimiento, o “por travesura”, según la expresión popular. En estas reuniones se canta por diversos fundamentos, entre los cuales los más importantes son los siguientes:

Por Ponderación (o exageración) , que consiste, como su nombre lo indica, en exagerar cualquier’ cosa con ingenio; Versos por el mundo al revés, cuya gracia reside en invertir el orden normal de las cosas; Versos autorizados, en que los cantores se ponen de acuerdo para molestarse (echarse tallas) mutuamente, sin que nadie pueda enojarse, por lo mismo, que se llaman autorizados, y Versos “a lo amor”, cantos amorosos.

Finalmente, Violeta Parra nos da a conocer en su obra, los Parabienes, canto homenaje a los recién casados y las Tonadas, forma musical que ha alcanzado una gran difusión. La Tonada campesina es, naturalmente, la más hermosa y casi todas ellas son melancólicas y sobre temas amorosos.

El segundo volumen de música y poesía folklórica chilena, recopilado por Violeta Parra, es el resultado del trabajo de investigación realizado por la folklorista entre noviembre de 1957 y enero de 1958; bajo los auspicios de la Universidad de Concepción y contiene las cincuenta mejores cuecas inéditas recopiladas en la zona de esa ciudad.

Violeta Parra declara que las cuecas de la provincia de Concepción son las más hermosas de todo Chile, tanto por la melodía como por el texto, que casi siempre es de carácter noble y poético y está lleno de bellas e ingeniosas figuras literarias, como podrá juzgarse por los fragmentos siguientes:

Floreció el copihue rojo
En la montaña chilena
Que parece una guirnalda
De ensangrentadas cadenas

Y estos hermosos versos de amor:

Un picaflor volando
Picó en tu boca
Creyendo que tus labios
Eran de rosa.

El humor y el ingenio tampoco están ausentes:

La muerte se está bañando
En el puente ‘e la amargura
Le han robado la enagua
Por andar con sus locuras.

En cuanto a la música, en este volumen se incluyen las partituras, en las que podrán apreciarse cincuenta melodías encantadoras, frescas y primaverales.

Grabaciones y nuevas investigaciones

Desde el 9 de noviembre de 1957, Violeta Parra reside en Concepción, donde se encuentra a cargo del Departamento de Investigaciones Folklóricas de la Universidad de esa ciudad. La labor realizada hasta la fecha la complementará con nuevas investigaciones en la región sur y norte del país.

Hasta el momento, Violeta Parra ha grabado una docena de discos, entre ellos el gran long-play de dieciocho canciones y un long-play pequeño, que incluye valiosas joyas del folklore nacional.

Artículo original

Esta entrevista fue incluida en el número 60 de la Revista Musical Chilena, fechado en julio-agosto de 1958. Originalmente se atribuyó al “Comité editorial”, pero en realidad su autora fue Magdalena Vicuña Lyon, quien entonces era redactora jefe y luego fue directora de la publicación. El documento original se puede encontrar en este enlace.