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Aníbal Palma, ex ministro de la Unidad Popular:

“El tiempo le ha dado la razón a Allende

Con la perspectiva que dan los 36 años que han pasado desde que el golpe militar quebrara la institucionalidad del país, el ex secretario de Estado del Presidente Salvador Allende repasa el contexto histórico de la Vía Chilena al Socialismo, un mundo donde lo realista era pedir lo imposible, y cómo estas utopías se plasmaron en la figura del Mandatario y su programa de gobierno.
 

Editora Diario Electrónico

  Viernes 11 de septiembre 2009 18:36 hrs. 
Radio-Uchile

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Con la perspectiva que dan los 36 años que han pasado desde que el golpe militar quebrara la institucionalidad del país, el ex secretario de Estado del Presidente Salvador Allende repasa el contexto histórico de la Vía Chilena al Socialismo, un mundo donde lo realista era pedir lo imposible, y cómo estas utopías se plasmaron en la figura del Mandatario y su programa de gobierno.
 

Son muchos los atributos del Presidente Allende que pueden destacarse: su condición de auténtico demócrata, que lo acompaña a lo largo de toda su trayectoria política y gestión de Gobierno, su consistencia ideológica, su tenacidad, su confianza en el pueblo, su honorabilidad, su espíritu unitario, su fuerza y entereza como luchador social, su compromiso antiimperialista, su solidaridad con la lucha de otros pueblos por superar el subdesarrollo y la dependencia; y especialmente su consecuencia, que constituye a nuestro juicio el rasgo más sobresaliente de su personalidad. Allende era un hombre de hechos más que de palabras. Su trayectoria muestra una absoluta consecuencia entre el decir y el hacer, entre lo que se promete y se es capaz de dar. Su muerte, es el ejemplo más sublime de consecuencia.

La Unidad Popular, la alianza política que a finales de la década de los 60 plantea la llamada “Vía Chilena al Socialismo” y que constituyó la base de sustentación del gobierno del Presidente Allende, no es un invento político ni una alianza coyuntural para alcanzar el poder, sino el resultado de largas luchas de amplios sectores de la sociedad chilena por profundizar la democracia y garantizar una auténtica justicia social, animados del firme propósito de impulsar un proceso de transformaciones profundas que abriera paso a una nueva sociedad.

Esta alianza, triunfó en las elecciones realizadas en Septiembre de 1970, eligiendo Presidente de la República a Salvador Allende. No es de extrañar entonces, que su programa de gobierno recogiera los anhelos de cambio que sacuden América Latina y a otras áreas del mundo en la década del sesenta.

Los años sesenta, constituyen el período de mayor influencia de la revolución cubana en nuestro continente. Es un tiempo en que proliferan las guerrillas que se plantean la toma del poder por las armas y surgen numerosos movimientos que expresan su descontento con la sociedad en que viven. Son los años de la teoría de la liberación y de una fuerte ideologización, particularmente de las generaciones jóvenes. Pero este fenómeno no se limita a Latinoamérica, atraviesa también a otras naciones del tercer mundo y repercute en Europa. Es la época de los movimientos de mayo en París, encabezados por el estudiantado, y cuya influencia se extiende a otros países de ese continente, amenazando la estabilidad de varios gobiernos. Eran los tiempos en que ser realista era pedir lo imposible, en que se clamaba por la imaginación al poder, consignas y reclamos que expresaban rebeldía frente a un presente que no respondía a las inquietudes de amplios sectores sociales y en especial de los jóvenes.

Estos antecedentes y el contexto histórico que hemos recordado, explican la caracterización y propuestas que se contienen en el programa de gobierno de la Unidad Popular.

Se trataba, indudablemente, de un conjunto de propuestas que amenazaba al sistema de dominación vigente y los privilegios de los grupos dominantes, como también, los intereses de empresas extranjeras que operaban en Chile obteniendo cuantiosas utilidades. Más grave aún, señalaba un camino que podía repetirse en otros países, que al igual que el nuestro, se debatían en el subdesarrollo y la dependencia.

Durante el Gobierno del Presidente Allende, se cumplieron en poco menos de tres años los puntos básicos del programa, superando una amarga experiencia que ofrecía la historia de América Latina, en que los programas electorales constituían promesas que el ejercicio del Gobierno olvidaba. No fueron cambios menores. La nacionalización del cobre; la estatización de Bancos e Instituciones financieras; la profundización de la reforma agraria; la incorporación al área social de la economía de empresas monopólicas y de otras que condicionaban el desarrollo económico del país; la mayor participación de los sectores de menores recursos en la distribución del ingreso; la construcción de viviendas que superó ampliamente el promedio de otros gobiernos; la mayor inversión en salud y educación; el apoyo al desarrollo cultural; la drástica disminución de la cesantía; la implementación de una política internacional soberana y exitosa, que le granjeó el apoyo de numerosos gobiernos de distinto signo ideológico; constituyen entre otros una prueba evidente de la cuantía y magnitud del proceso de cambios que se vivió durante su gobierno.

Pero lo realmente novedoso no era el programa. Lo que más centró la atención internacional, fue el camino escogido para hacer realidad los cambios propuestos. Con imaginación y audacia, se pretendía dar respuesta a un debate no resuelto y en pleno desarrollo al interior del mundo progresista, en el que se planteaba la viabilidad de un proceso de transformaciones estructurales en el marco de la institucionalidad vigente. Es decir, se pretendía resolver la vieja discusión sobre la factibilidad de la vía electoral o la inevitabilidad del uso de la fuerza para el logro de esos fines. No está demás recordar, que al interior de las fuerzas de izquierda de América Latina y en su propio partido, era predominante la segunda de estas opciones

Allende irrumpe en este debate, manteniendo inquebrantable su tesis de respetar el derecho de cada pueblo, a elegir el camino para hacer realidad sus propuestas de cambio, de acuerdo a su propia realidad y a su historia y que en el caso de Chile, era posible abrir paso a un proceso de transformaciones profundas en el marco de su institucionalidad; y que lo mismo podría ser válido en otras naciones.

El transcurrir del tiempo le ha dado la razón. Hoy como nunca en su historia, América Latina ofrece el ejemplo de numeroso Gobiernos, democráticamente elegidos y comprometidos con programas de transformación y cambio, cuya implementación es apoyada por la mayoría de sus pueblos. Se puede discrepar de algunas de las medidas aplicadas, pero nadie podría deslegitimar el origen democrático de esos Gobiernos ni el apoyo mayoritario con el que cuentan.

Esta concepción de la vía chilena al socialismo, con sabor a vino tinto y empanada, como decía el Presidente Allende, para destacar su carácter autóctono, constituía una amenaza tanto o más grave que las propuestas del programa y realizaciones de su gobierno. Así lo entendió desde el primer momento el Presidente Richard Nixon de los Estados Unidos, que pretendió por todos los medios, impedir primero el triunfo electoral de Salvador Allende y después su acceso al poder.

Los resultados de la investigación practicada por una comisión del Senado Norteamericano, presidida por el Senador Frank Church, las memorias de Henry Kissinger, el reconocimiento de otros responsable, entre ellos, Edward Korry, Embajador de Estados Unidos en Chile durante el gobierno de Allende y los documentos de la CIA que se han desclasificado y hecho públicos, revelan la abierta intervención del gobierno de ese país en la campaña electoral de 1970, y los intentos por provocar una intervención de las Fuerzas Armadas para impedir que Allende asumiera el mando de la Nación.

Ante el fracaso de estas maniobras, Richard Nixon dio expresas instrucciones para preparar un programa de desestabilización que hiciera fracasar la gestión de gobierno de la Unidad Popular y provocara su colapso. “Hay que hacer crujir la economía”, dijo a sus asesores, a los que otorgó amplias atribuciones y autorizó el uso de los recursos financieros que fueran necesarios. Todo esto, antes que Allende asumiera. Así lo revelan los citados documentos.

Todo esto, con la complicidad en Chile de mandos de las Fuerzas Armadas, sectores políticos opositores, gremios empresariales y medios de comunicación financiados por el gobierno norteamericano.

Esta verdad histórica, desmiente rotundamente la afirmación que algunos hacen para justificar el golpe militar de septiembre de 1973, alegando que este obedeció a causas estrictamente internas y abusos del gobierno

También los desmiente, el hecho de que el proceso acelerado de reformas que el cumplimiento del programa de gobierno desarrolla, no obstante la fuerte reacción que genera en los sectores afectados, no significó un desgaste para las fuerzas que constituían la base de sustentación del régimen.

En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, la Unidad Popular obtuvo el 44,3%, más de un 7% de la votación obtenida en la elección presidencial de septiembre de 1970, lo cual indicaba un crecimiento y desarrollo importante de las fuerzas sociales que apoyaban el proceso.

Por primera vez en la historia de Chile, una combinación de gobierno acrecentaba su fuerza y no la disminuía promediando su mandato como era tradicional en nuestro país. Esto cobra mayor importancia, por haberse realizado estas elecciones en circunstancias particularmente adversas, en medio de huelgas, desordenes y atentados terroristas promovidos por la oposición, desabastecimiento de bienes, presión internacional, bloqueo y crisis económica.

La historia termina por hacer justicia y colocar los hechos y a sus protagonistas en el lugar que les corresponde.

Hoy en Chile, Salvador Allende tiene un monumento en la Plaza de la Constitución, frente al lugar de su sacrificio, un mausoleo en la avenida principal del Cementerio General, y distintas expresiones de recuerdo y homenaje a lo largo y ancho de su larga y angosta geografía. Es del caso agregar, que en una reciente encuesta de nuestro principal canal de televisión, Salvador Allende fue elegido como el personaje más importante en la historia de Chile.

Más allá de nuestras fronteras, es difícil encontrar una ciudad importante en el mundo en que una calle, una plaza, hospital o biblioteca, escuelas o poblaciones, no lleven el nombre del Presidente Allende o se le brinde tributo.

Los sueños y esperanzas de los que tienen “Hambre y sed de justicia” no mueren; y con ellos también viven hombres ejemplares como Salvador Allende.

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