Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 24 de abril de 2024


Escritorio

Hacer patria

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Martes 22 de septiembre 2009 12:59 hrs.


Compartir en

Dicen quienes han sido alumnos de la cátedra de Historia del actual ministro Francisco Vidal que es un gran profesor, que enseña con pasión y que logra insuflar en sus alumnos el ánimo de asomarse a eso que llamamos patrimonio histórico con amabilidad, incluso, con cariño. Un objetivo que por muy obvio o anhelado no alcanza cualquier profesor del ramo. Y, claro, no extraña que él sí lo logre, cuando vemos que la Historia de Chile que se enseña en las aulas se reduce a la historia militar chilena, de la cual este ex cadete de la Escuela Militar y coleccionista de soldaditos de plomo es un experto.

Entendemos que la Presidenta de la República se emocione hasta las lágrimas viendo pasar aviones que dibujan en tricolor nuestro pabellón nacional en el cielo y que le recuerde la figura de su padre junto a quien tantas veces desde pequeña asistió a este tradicional acto. Comprensible resulta también, desde el punto de vista maternal, la emoción que le debe haber producido ver a su hijo, un funcionario civil de la Cancillería, desfilar en tenida de campaña como reservista de la Fuerza Aérea.

Del mismo modo cómo algunos se emocionan con símbolos e instituciones que los llevan a su infancia y a sus memorias más atesoradas, es que se puede comprender que en un momento el actual candidato a la presidencia de la República, Marco Enríquez Ominami haya dicho que encontraba a la bandera horrible y una verdadera desgracia el ser chileno. Se entiende para quien tuviera que pasar sus primeros meses de vida con su madre, huérfano de padre, viviendo en la oficina del embajador de Venezuela en Chile como refugiados políticos por meses para luego partir a París, sólo con una parte de su familia.  Para qué decir del regreso de adolescente a un colegio del barrio alto que más que maravillarse con su perfecto francés y nulo castellano, lo sindicaban como el “izquierdista”, hostigándolo al más puro estilo “bullying”, que en esos años no tenía más nombre que “bronca”.

Este Chile no es para todos lo mismo. No puede ser que quien ha vivido la pobreza de un campamento durante toda su vida tenga la misma aproximación a valores tradicionales típicos de estas fechas como para otro paupérrimo connacional que lo hizo en la misma pobreza de un pueblo del norte o del sur. No es el mismo Chile para quien cada 18 de septiembre es la oportunidad para armar maletas y partir rumbo a Miami o la Liguria italiana, como está de moda, como para quien se refugia en su casa del Quisco, Zapallar o Cobquecura.

La pregunta que nos ronda después de los festejos del 18 de septiembre es dónde radica, verdaderamente, nuestro sentido patrio. Por una cuestión de aprendizaje a la fuerza, es decir, por esas cientos de horas de Historia escolar y obligado estudio para las pruebas de acceso a la universidad, nuestro pasado y próceres son todos personajes de charreteras brillantes y bigote profuso, en menor medida, hombres que descubrieron los minerales que se convertirían luego en épocas de prosperidad y decadencia y, de manera casi inexistente, mujeres que hayan forjado nuestra idea de patria o matria.

Frente a este panorama, hay que conceder que los valores militares han calado hondo, tanto como para que en el siglo XXI sigamos impresionándonos con la Parada Militar, a la que acuden familias completas con hijos, abuelos y parrilla incluida. Pero no se quedan allí. La presencia y los símbolos militares estuvieron presentes con foto en primera página del decano de la prensa, el día del aniversario de la comuna de Concón, hasta donde llegaron a la cálida Playa Amarilla fusileros de la Infantería de Marina luego de desembarcar en botes anfibios y realizar “ejercicios de lucha cuerpo a cuerpo, una muestra de armamentos y de mimetismo”. De manera muchísimo más anónima pero fuertemente simbólica, estuvieron para la inauguración de la plaza de la caleta de Quintay, un poblado que no supera los 700 habitantes a 120 kilómetros de la capital, dos buques de la Armada a modo de homenaje.

La pregunta que surge es, ¿qué pasa en países donde no existen las Fuerzas Armadas? ¿Es que acaso en Costa Rica, por ejemplo, no aman a su país y no hay celebraciones en torno a la independencia nacional y no tienen, finalmente, cómo engalanar sus festejos?
Pareciera que existen otras maneras de hacer patria, pero nosotros no las vemos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.