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Ciudades e inclusión social

Columna de opinión por Julio Hurtado
Miércoles 23 de septiembre 2009 13:17 hrs.


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Las ciudades constituyen el hecho cultural más complejo de la sociedad moderna. En ninguna construcción humana el intercambio de información, de bienes y de servicios es tan extendido y tan profundo. Algo similar ocurre con los grupos sociales y culturales que conviven en su interior.

Frente a este fenómeno, tan difícil de diagnosticar, conducir y controlar, quedan, esquemáticamente expresado, dos posibilidades. Una, prevaleciente en la mayoría de las ciudades de África, Asia y Latinoamérica (a excepción de Buenos Aires y Montevideo), que intenta generar al interior de la ciudad distintas ciudades de acuerdo al nivel de ingreso de los distintos sectores.

Detrás de esta visión, además de las condicionantes socioeconómicas,  está el  temor de las elites a lo desconocido, es decir a la gente de otras costumbres, de otro nivel de ingresos, que en nuestros países se expresa incluso en otro color de pelo y pigmentación de la piel.

Pero, también existe otra posibilidad, que es intentar, mediante políticas públicas urbanas fuertes, integrar en la ciudad a los distintos sectores sociales, tal como históricamente se ha dado en la mayoría de las ciudades europeas.

Detrás de esta visión esta la idea que la ciudad es un bien al cual todos los habitantes podemos acceder. Incluso, detrás  está la idea que la política urbana como instrumento de construcción social, es tanto más eficiente que las políticas represivas y las políticas sociales reactivas (sin duda, sería más efectivo que una política de protección social, el intentar una ciudad inclusiva).

Para lograr una ciudad más equitativa, al corto o mediano plazo, no se necesita esperar a una disminución de la brecha social (resorte que descansa en políticas de educación e impositivas, de difícil apoyo político y que son, por su naturaleza, de largo plazo), sino que el tema fundamental es el de la localización de la vivienda y de los servicios, y el de la convivencia de distintos sectores sociales.

Tradicionalmente en Santiago hubo convivencia de sectores sociales. Es cierto que en algunos casos los pobres vivían al otro lado del río, en la Chimba. Pero ese era un lugar cercano, lo cual les permitía compartir los beneficios urbanos (paseos, parques, fiestas, servicios, etc.).

Posteriormente, producto de la inmigración masiva de chilenos a las ciudades, especialmente a Santiago, las nuevas localizaciones para sectores pobres o emergentes se ubicaron cerca de la ciudad central. No nos olvidemos que la población La Legua se llama así porque está a apenas una legua del la Plaza de Armas. Por otro lado, no nos olvidemos que en los barrios acomodados del oriente de la ciudad (Providencia, Las Condes, La Reina, Ñuñoa) convivían distintos sectores sociales.

Todo esto cambió con la promulgación y aplicación durante la dictadura de la Nueva Política de Desarrollo Urbano, en 1979. Comenzó de esa manera la brutal expansión de la ciudad hacia los bordes, especialmente con vivienda para pobres. Proceso que, con matices que han suavizado el impacto social, ha continuado hasta nuestros días.

Es necesario detener este proceso de segregación permanente y “natural” ahora. Para ello se necesita la voluntad política y social de los actores principales del sistema político e institucional del país. Estamos ad-portas de un conflicto social de difícil medición y control (expresado en delincuencia, narcotráfico) si es que no tomamos medidas urbanas a la brevedad posible.

¿Estarán conscientes de esto los integrantes de la clase política, que frente a los síntomas señalados, sólo proponen medidas represivas?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.