Temprano aprendí que la legitimidad era una cosa muy distinta de la legalidad. Las normas, en mi juventud -allá por los lejanos años 80’-, eran lo más lejano a la justicia que, en mis noveles años diez y tantos, mi mente alcanzaba a imaginar.
Temprano, también, me sentí orgulloso de la irreverencia y la rebeldía, cuando en la calle, con chaqueta azul y camisa blanca o celeste, salí a tirar piedras por primera vez. Luego de que mataran al primero de mis cercanos, la dictadura ya no era una representación abstracta sino que se aparecía brutal ante mi vida. Era la indiferencia o la acción, la adhesión, por fortuna, nunca estuvo entre mis posibilidades.
Temprano aprendí, también, que las luchas en que uno se involucra tienen que ser las que el corazón manda, más allá de la coherencia de los argumentos que la razón suele aprender después de los impulsos, cuando ya tienes las patas metidas hasta las rodillas.
Tarde me di cuenta que los que parecen aliados, no siempre responden y se sostienen en el tiempo. Que muchas de las luchas en las que uno se introduce, están cargadas de intereses mezquinos, y siempre hay personas que alcanzan a dimensionar hacia dónde va a calentar el sol, cuando uno apenas sabe de voluntad y emoción.
En aquellos tiempos parecía todo tan claro, todos y todas en la calle gritábamos lo mismo. Todos y todas sabíamos qué responderle al dictador cuando una voz sobresalía en el tumulto: ¡Daaaaaaaaate una vuelta en el aireee…! Y por dónde pasarnos una Carta Magna, que quería investirse de legitimidad sólo porque había sido “aprobada” en las urnas, cortando la esquinita del carné: ¡Laaa Constitución del 80’ me la paso por la raaa…!
Ja…más imaginé en esos años, hablo de 1985, que en tan poco tiempo, los líderes de la oposición, que un año más tarde conformarían la Asamblea de la Civilidad, renunciarían tan temprano a la coherencia de sus dichos con respecto de sus acciones. Si bien hubo disidencia al interior de las organizaciones políticas para darle demasiada representatividad a esta instancia de coordinación, al menos había unidad en que se debía evidenciar que vivíamos en una dictadura, y que el modelo económico y social que ésta asumía, era voraz con la gente del país, que luego de la crisis del 82’ estaba más golpeada que nunca Negar la Constitución, era negarle el derecho de sostener la falacia de un país democrático, como el que se arrastra hasta nuestros días.
Hoy en día, cuando el sistema resulta cómodo para ese liderazgo que nos llamaba a las calles. Cuando vemos cómo los míticos personajes que representaron una esperanza de gobernabilidad para un país golpeado por una de las más feroces dictaduras que haya visto nuestro continente, vemos que la política se ha livianizado de tal forma, que no me cabe en la cabeza que responda a una lógica inocente.
Han pasado demasiadas cosas en estos 19 años de ConcerTraición, casi 20. Concesiones viales urdidas por Lagos cuando era ministro de Obras Públicas durante el anterior gobierno del actual candidato, capitalizados en su propia presidencia; el tratado minero firmado por Frei y el ex Presidente Menem, de Argentina, que da sustento al proyecto Pascua Lama; la forma mafiosa en que se cerraron los medios críticos de comunicación –lo cual debería ser una redundancia-, que fueron ejemplo de periodismo para el mundo en la época de la dictadura; la traición a los militantes de izquierda que pagaron con cárcel el “atrevimiento” de enfrentarse a la dictadura, los que no dieron la vida; los negociados infinitos que todavía faltan por destapar.
Eran tiempos en que la ciudadanía llenó las calles y se tomó el derecho de exigir, agotada de sufrir en silencio y con la cabeza gacha. Eran tiempos en que la política se asumía como un asunto de vida o muerte, en que al menos quienes nos oponíamos al tirano, asumíamos las tareas con dignidad. Si no teníamos la fuerza, al menos teníamos la justicia y la moral de nuestro lado.
Ha pasado demasiado tiempo, diría yo, para que podamos decir que la política sigue siendo un asunto de honor y trascendencia moral. Ha pasado a predominar la lógica de los acuerdos y negociaciones, y no de las más limpias, en que todo se puede ceder, porque los principios están ausentes de la mesa en que se evalúan las cosas en pugna.
Se olvidaron de las cosas que querían cambiar, porque esas mismas cosas han engrosado sus bolsillos y los tienen cómodos repartiendo el pedazo de torta. Se olvidaron que el sistema es el perverso y si nos muerde, cual vampiro, nos convierte en uno de los suyos.
A tantos años de las muertes, de los encarcelamientos, de los sacrificios y los sueños inconclusos, yo sí me acuerdo, y no quiero que se me olvide, que este sistema electoral, que tan poco espacio deja para la ética, el bien común y las candidaturas honestas, es una de las cosas que hay que cambiar y que ¡Laaa Constitución del 80 me la paso por la raaa…! Ja…más lo voy a olvidar.