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En EEUU los niños también nos miran

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 8 de enero 2010 17:04 hrs.


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El llamado a que la primera potencia se desnude frente al mundo antes que desnudar al mundo puede traer sorpresas, como la revelación de que allí uno de cuatro niños está en situación de inseguridad alimentaria.

Hace pocas horas un internauta mexicano escribía en un sitio de Internet que “EEUU debería interesarse también por sus problemas internos. No sólo desnudar al mundo, sino desnudarse ante el mundo”. Lo hacía en un debate sobre si la seguridad área en que la potencia está trabajando ahora –aplicando medidas que violan la privacidad y los derechos de los pasajeros, sin garantizar su eficacia- parte de bases reales o ficticias.

Una reciente encuesta parece darle la razón al lector. Consultados los estadounidenses sobre qué fue lo peor para ellos en los últimos 50 años, la mitad contestó que la década que acaba de terminar. Una de las razones que -según los despachos noticiosos- explicaría el resultado para los investigadores sería la serie de acontecimientos de alto impacto que marcó esos años.

Entre ellos, los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono fueron los más relevantes para el 53 por ciento de los encuestados. Sólo después que el 16 por ciento apunta en segundo lugar a la elección de un presidente negro, el 12 por ciento señala el llamado “derrumbe de la burbuja inmobiliaria y la caída de Wall Street”.

Este ranking sugiere que efectivamente una mayoría de estadounidenses se inclina más por echarle la culpa de sus problemas a agentes externos, como los terroristas islamistas, o si se quiere –en términos un poco más profundos- al llamado “choque de civilizaciones”. Pero en las mismas horas en que esta encuesta se daba a conocer se produjo una importante revelación de Feeding America, la principal organización de lucha contra el hambre en EEUU.

Según explicó uno de sus directivos, Russ Fraser, en un reportaje de la BBC de Londres, el número de niños estadounidenses que pasa hambre “es impresionante. Uno de cuatro niños está en una situación de inseguridad alimentaria, lo que significa que no tiene acceso adecuado a una alimentación completa, pero también que incluso hay un porcentaje que se acuesta sin comer.

“En los dos últimos años, con la tasa de desempleo más alta en décadas, millones de familias que perdieron sus casas y empresas que cerraron a diario, la necesidad alcanzó cifras exorbitantes en un país donde más de 49 millones de sus habitantes viven al borde del hambre. Según datos del gobierno, el número de personas que está en la pobreza aumentó en un 1.1 millón”.

El aserto de que en países del Tercer Mundo, como Brasil y Chile, los niños dependen de la escuela pública no sólo para aprender, sino también, y  básicamente, para comer, aplica también en la vasta geografía estadounidense, donde muchos escolares deben llevarse las sobras para la casa y quedan a la intemperie alimenticia durante las vacaciones.

Sus padres muchas veces tienen una elegante casa en un barrio residencial, pero dentro de ella se instaló la carencia más elemental, con la inminente pérdida habitacional ya asumida. Muchos de estos empobrecidos miembros de la clase media no acuden a los cupones de alimentación por ignorancia o por vergüenza, y no sólo por pudor social, también por la humillación de una larga tramitación burocrática que termina con sus huellas dactilares registradas.

Parece que los cambios sociales se producen antes de que las élites alcancen a percatarse de ellos. En el caso que hemos resaltado ello se comprueba plenamente. En vez un reflejo de estas realidades vemos en los medios masivos que muchas celebridades de Hollywood y pudientes de Manhattan hacen noticia adoptando a criaturas desvalidas del Tercer Mundo, en circunstancias que en su propio territorio hay ahora niños que con su mirada de hambre están clamando no por gestos de filantropía personal, que los lleva al desarraigo, sino por acciones de política social que protejan al conjunto de sus familias.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.