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Julio Hurtado

La ciudad y el poder


Lunes 11 de enero 2010 18:39 hrs.


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La ciudad es la expresión física de ciertas relaciones de poder y de una determinada división económica.  No es, por lo tanto, una construcción neutra y casual.

Este ciclo de comentarios, que realizamos desde hace tres años, se llama Ciudad y Sociedad, ya que intentan vincular dos ámbitos que aparentemente corren por carriles distintos.

Es así que es pertinente dar un agradecimientos al noticiero matinal de la Radio de la Universidad de Chile que emite estos comentarios,  y a la dirección de esta radio por la visión de incorporar un tema inédito y por la absoluta libertad que nos ha dado, como debe ser en una sociedad democrática y sobre todo en una radio universitaria. Es así que este noticiero se convirtió en pionero al tratar sistemáticamente estos temas.

El objetivo ha sido intentar poner en la agenda política social y cultural del país el tema de la construcción de nuestras ciudades, y hoy vemos que, afortunadamente, otros medios han incorporado esta temática de manera regular. Y no tan solo como una visión arquitectónica, de diseño o de buen gusto, sino que como un producto social. La ciudad es una construcción social.

En este contexto, cabe reiterar la afirmación que es la orientación de la sociedad la que define el tipo de territorio que construimos. Es así que la ciudad es la expresión física de ciertas relaciones de poder y de una determinada división económica.  No es, por lo tanto, una construcción neutra y casual.

Es la ideología hegemónica del poder la que define que tipo de ciudad que estamos construyendo. Por lo tanto, no es casual que los sectores más pobres vivan amontonados en lugares periféricos. No es casual que los más ricos vivan en lugares privilegiados, bellos y conectados. No es casual la aberrante diferencia entre el tipo de transportes que usan los unos y los otros (aunque hay que reconocer la mejoría que ha significado el Transantiago, al menos va en la dirección correcta).

Reitero, esto no es casual ni natural. Hay ciudades en que el transporte público es de mejor calidad y lo usan todos. Hay ciudades en que los pobres viven más mezclados con otros sectores sociales. Es decir, que la ciudad es de todos. Estas son ciudades, especialmente las europeas y del Río de la Plata, en que el Estado tiene mayor preeminencia.

Sin duda, que esta es una deuda de los gobiernos de los últimos 20 años. Estas administraciones no supieron, o no quisieron, o no tuvieron la voluntad política, o fueron abandonando sus históricas convicciones en el sentido de hacer una ciudad más igualitaria y democrática, mediante una profunda y extendida intervención del Estado. Es cierto que hubo muchas presiones, de parte de poderosos actores de las elites económicas para liberalizar el mercado del suelo, la gestión del transporte y la construcción de viviendas. ¿Pero para qué se gobierna sino para resistir presiones y para propender al bien común?

Recordemos que cuando hablamos de poder no nos referimos tan sólo a los poderes del Estado, sino que también, nos referimos al poder económico, religioso, cultural y sobre todo, el del control de los medios. Chile debe ser una de las sociedades en que ese poder está más concentrado en una pequeña elite. Por lo tanto, creo que no sería sano para nuestra sociedad, por lo tanto, para nuestras ciudades, ya demasiado segregadas, que la totalidad del poder, incluso el Ejecutivo, quede concentrado en una sola orientación pro mercado.

Con la ciudad eso no resulta y sería fuente de profundización de las desigualdades y potenciales conflictos sociales prolongados. Debemos tener presente que las construcciones duran muchos, pero muchos años. Mucho más que una aventura sobre ideologizada de control del poder total, bajo la adoración del mercado como único asignador de recursos.

Creo firmemente que al respecto, no hay posibilidades de exquisitas disquisiciones individualistas y maximalistas. Nunca hemos tenido, ni tendremos la posibilidad de elegir lo óptimo. Pero sí sería un error histórico tremendo y de incalculables consecuencias, que por no tener la mejor alternativa, o la que más nos gustaba, no nos pronunciemos con fuerza contra la peor.

Si queremos una ciudad y una sociedad más justa no da lo mismo quien controle esa ínfima parte de poder (el Ejecutivo), que hasta hoy no ha sido totalmente cooptada por los poderes fácticos de nuestra sociedad.