Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 20 de abril de 2024


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Desde la galucha

Columna de opinión por Argos Jeria
Miércoles 3 de febrero 2010 9:57 hrs.


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En cuanto supe del recital de Sabina me fui a una multitienda del centro donde se anunciaba la venta de entradas. Luego de media hora de indagaciones acerca del lugar exacto donde se podían adquirir y de otra media hora esperando infructuosamente a la encargada del asunto, desistí. Cuando pude volver, varios días después, ya no quedaban entradas de precio sensato y adquirí dos galerías.

Nuestra experiencia anterior en galería había sido muy buena en el velódromo, donde habíamos llegado con unos cuarenta y cinco minutos de antelación y conseguido buena ubicación, con el bono adicional que pusieron nuestras vecinas, oyentes de Bello Sino. Esta vez el asunto fue distinto. Llegamos al recinto – ubicado al norte de Santiago – más de una hora y media antes de la hora programada, encontrando una larga fila única que, al momento de la apertura, se transformó en dos con el consiguiente desbarajuste. Una vez dentro, corrimos hacia las graderías instaladas al fondo del espacio abierto (un gran estacionamiento habilitado para estos efectos) y buscamos las mejores ubicaciones; conseguimos dos sitios centrales y tan adelante como lo permitía la buena visibilidad dificultada por la reja de separación con las entradas caras. Pero el diseño de los “asientos” presentaba una dificultad adicional; se trataba de gradas con tablones dobles, de forma tal que los pies y rodillas del vecino de atrás quedaban en directo contacto con mi trasero y mi espalda respectivamente. Mi mujer tuvo la gran idea de instalarnos en hilera en vez de en lateral, lo que permitió que ella usase mis extremidades inferiores de respaldo. Al comenzar el recital la galería estaba repleta, incluyendo los infaltables atrasados que, al ver agotadas las buenas ubicaciones, se instalaban de pie entre las graderías y el escenario.

Pero todo fluyó  amable, incluyendo a mi joven vecino de atrás quien acomodó sus piernas de forma tal que quedé muy bien instalado. Mis vecinas a la derecha habían conocido la música de Sabina gracias a su gusto por Serrat, lo que las había llevado al velódromo para verlos y oírlos juntos más de dos años atrás. Me habían adelantado que se sabían todos los temas y que los cantarían a voz en cuello, lo que cumplieron alegremente casi sin excepción, incluyendo las canciones del último CD que motivaba la gira del cantautor. Lo mejor de todo fue que pude suavizar los efectos de las tres horas sentados en el tablón con discretos masajes a la espalda y el cuello de mi mujer. En algún momento hacia el final del concierto de casi dos horas y media, Joaquín y yo cantamos “Yo no quiero contigo ni sin ti; lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí. Y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren.” Fue entonces que sentí que la búsqueda del Bello Sino era pasar mi mano por el cabello de mi mujer, acariciar sus orejitas y el nacimiento de sus hombros, transformar las sensaciones auditivas en táctiles, cantar y emocionarnos desde la galucha. Felices vacaciones.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.