Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 23 de abril de 2024


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Desconfianza

Columna de opinión por Argos Jeria
Domingo 28 de marzo 2010 23:18 hrs.


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Los hippies de ayer desconfiaban de sus mayores y pedían lo imposible. En su versión local aquellos que entraron al juego del poder o la riqueza, parapetados tras sus trajes y corbatas, con el antiácido a mano en el bolsillo, hoy sólo viven para adaptarse a lo posible y desconfían absolutamente de todo el mundo, sin excepción. Tal actitud, consubstancial a la supervivencia de un sistema basado en la competencia y el lucro, se ha transformado en ideología dominante, en una forma de mirar el mundo y la relación con nuestros semejantes – hoy potenciales rivales – deviniendo en el individualismo asocial identificado por Hobsbawm.
Dudo de la posible existencia de medidas objetivas del fenómeno, pero percibo una pérdida de confianza en los demás, en la capacidad de hacer cosas colectivamente. Así nos dominan los que dominan. Ya no se trata de las dificultades de unirse para conquistar o defender derechos laborales como en la primera mitad del siglo XX, aunque aquellas sigan presentes bajo nuevas formas. Se trata de creer que podemos resolver todo solitos, como si los problemas sociales fueran la suma de incapacidades personales en todos los planos. Ni las empresas ni las políticas públicas tendrían responsabilidad en nuestras desventuras, sean éstas laborales, comunales, en salud o en educación. Bajo esta óptica seríamos perdedores porque no somos capaces de ser ganadores. Por este camino sólo terminamos por incrementar las ganancias de las licorerías, los siquiatras, los predicadores (más baratos, sin duda) y los autores de libros de autoayuda.
Los intelectuales norteamericanos descritos por Simone de Beauvoir a mediados del siglo pasado hicieron de la bebida y el psicoanálisis su refugio frente a las frustraciones  provocadas por la impotencia ante una sociedad que eran capaces de describir pero no de cambiar*. A fines de ese siglo entramos con un amigo a un bar de Austin, Texas, para escuchar a una de nuestras bluseras favoritas. Notamos que al final de la barra, en lo alto, había un televisor permanentemente encendido aún con la música sonando fuerte. Concluimos que cumplía un papel social pues con la mirada puesta en la pantalla no era necesario interactuar con el vecino. Sin duda, la soledad inducida por nuestro sistema económico es un obstáculo a vencer para conquistar el Bello Sino.
* Ver Siquiatras y Sectas: La Revolución Sublimada, en “Con los Ojos del Sesenta”, Ediciones Radio Universidad de Chile, 2007, pp. 137-139.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.