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Conservadores y progresistas unidos

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 14 de mayo 2010 17:04 hrs.


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Anunciando una rebaja del 5 por ciento y el congelamiento de sus sueldos se reunieron ayer por primera vez los miembros del nuevo gobierno británico, como una manera de enfatizar que vienen a limpiar la política del excesivo gasto fiscal. Y al apagar sus celulares quisieron graficar disciplina y compromiso.

Fueron las señales externas de un cambio de proporciones: es la primera vez, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que se establece un gobierno de coalición. Y conformado por dos acérrimos adversarios, los viejos tories conservadores y los lib dems, herederos de los whiggs liberales, dejando atrás estos últimos sus afinidades con el alma social demócrata del Labour Party.

La llegada conjunta al número 10 de Downing Street del nuevo primer ministro David Cameron y el vice Nick Clegg coronó la derrota política de Gordon Brown, quien sucedió a Tony Blair para terminar con 13 años de gobiernos laboristas consecutivos.

Finalizó así una era en la que un New Labour trató de asimilarse a los cambios. Con una clase obrera atomizada, la mayoría del partido entendió que debía ampliar su convocatoria social, seduciendo a la City londinense con un “cóctel de gambas”: una salsa capitalista sazonando el tradicional fruto rojizo en una copa de diseño más moderno. Es lo que el joven Blair intentó ofrecer en los ’90 como una “tercera vía” entre el liberalismo y el socialismo. El punto es que la salsa tendió a imponer su sabor a los demás ingredientes ideológicos.

La ambigüedad permitió a los liberal demócratas situarse como más progresistas que los laboristas, quedando _en la última elección- a sólo 3 puntos del 29 % de aquellos. (Los conservadores alcanzaron el 36 %) . El comienzo del fin para el partido de Blair y Brown comenzó cuando el primero se embarcó sumisamente en la invasión de Irak y el segundo decidió permanecer allí. Con tanta devaluación fue difícil coaligarse con el laborismo -que ahora busca la reconstrucción y un nuevo liderazgo-, dándose todas las condiciones para un cambio.

¿Podrán ponerse de acuerdo los miembros de la inesperada coalición? En un sistema parlamentario como el británico, los nuevos socios aplicaron ese cuoteo tan denigrado en los regímenes presidenciales. Tantos ministros para nosotros según los diputados que logramos, y la importancia de los puestos a distribuir la medimos según esos mimos resultados. Y los puntos de transacción entre los programas  de uno y otro partido los decidimos también de acuerdo a tales números.

El trasfondo es la promesa de un cambio sísmico, con epicentro en el déficit presupuestario, pero cuyas réplicas se sentirán incesantemente en los campos de la tributación, educación, defensa nuclear, inmigración, adhesión a Europa y –lo más importante- en el sistema electoral uninominal. Los  lib dems reclaman su reforma, porque los perjudica: con él consiguen menos diputados que votantes,  apenas 57 contra 306 tories y 258 laboristas en los últimos comicios.

Y para que el cogobierno funcione regirá la regla de oro de la corresponsabilidad, según la cual todos los ministros y secretarios –que son a la vez miembros de la Cámara de los Comunes- se comprometen a apoyar las decisiones que se tomen finalmente. Como para meditar sobre las ventajas comparativas de los sistemas parlamentario y presidencial.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.