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Mercado sin barreras

Columna de opinión por Wilson Tapia
Miércoles 18 de agosto 2010 20:30 hrs.


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Los augurios se escuchaban desde hace tiempo.  Pero hasta quienes los propalaban, parecieron olvidarlos. Incluso entre los impulsores del sistema  neoliberal hubo algunos que se sumaron a las voces de alerta de aquellos que discrepaban de la posibilidad de que el mercado fuera el gran asignador de recursos y el único llamado a dirimir dilemas entre intereses contradictorios. Unos y otros coincidían en la necesidad de establecer mecanismos de fiscalización eficientes y poderosos.  Si hasta el presidente Patricio Aylwin advirtió sobre los peligros de un mercado sin control.  Pero su gobierno pasó y las advertencias quedaron sólo en eso, porque las hizo en la medida de lo posible.

Desde aquel entonces ya llevamos a lo menos tres crisis mundiales y tragedias conmueven a diario a diversas naciones en el mundo.  Hoy, en Chile, 33 compatriotas son protagonistas de un drama aterrador. Enterrados vivos desde el 5 de agosto en la mina San José, las tareas de rescate han resultado infructuosas. Y cada minuto que transcurre, crecen las posibilidades de que esas vidas se apaguen, mientras se incrementa la convicción de que la tragedia podría haber sido evitada. Habría bastado que los entes fiscalizadores -el Servicio Nacional de Geología y Minas (Sernageomin), la Dirección del Trabajo, el Ministerio de Trabajo, y hasta la Asociación Chilena de Seguridad- cumplieran su labor. ¿Por qué no lo hicieron?  Las investigaciones posteriores darán su veredicto.  Pero es posible que la verdad nunca se conozca en toda su magnitud. El silencio de la complicidad es otra de las aristas que trae la inmensa concentración actual de poder, que es económica,  político, comunicacional y hasta religioso.

Este es un fenómeno que no muestra visos de amainar. Por el contrario, la creación de nuevos colosos transnacionales es noticia diaria. La última, la integración de Lan Chile y la brasileña Tam para crear la mayor línea aérea de América Latina y una de las más importantes del mundo. El mercado permite la realidad tan selvática -y que otrora nos enseñaran, tan poco humana- de que el grande se coma al chico, mientras se insiste en que el mundo es de los emprendedores. Pero se silencia que el éxito sólo corona verdaderamente a quienes, directa o indirectamente, forman parte de la elite que maneja el poder. Y aquel que dude de tal aserto, que le pregunte a algún almacenero, hoy transformado en ente distinto por obra y gracia de los grupos económicos que se adueñaron del retail.

El capital no se detiene y sobrepasa limpiamente las fronteras, cuestión que no ocurre con los seres humanos.  Especialmente con los provenientes de naciones pobres.  ¡Que diferencia! Aunque el origen sea el mismo, sólo el dinero es bienvenido. Una demostración palpable que hoy el Derecho de Propiedad vale más que cualquiera de los Derechos Humanos. Y estoy hablando a nivel mundial.

Hace unos días, un amigo teólogo preocupado por esta situación hacía un símil un tanto espeluznante. Decía que los rascacielos que albergan oficinas y se empinan cada día más hacia el infinito, haciendo ostentación de lujo y tecnología, son los contemporáneos zigurats, catedrales, sinagogas, basílicas, pirámides.  Son muestras de devoción al nuevo dios: el dinero.

Mientras tanto el ciudadano común, transformado en consumidor, es mero espectador de lo que ocurre. Sin canales de participación, pareciera paralogizado ante el tremendo poder que hoy lo domina. Y es pasto fácil de la manipulación que se ejerce sobre él  a través de los medios de comunicación y de las innumerables redes que lo condicionan. Desde el temor a la inseguridad, a la pérdida del trabajo, a la posibilidad de no responder a las demandas de la familia, hasta la vigilancia constante que sobre él o ella se ejerce por medios directos o indirectos.

Las manifestaciones de este escenario tan desnivelado las tenemos a diario.  Los dueños de la mina San José disponen de primera plana en los principales diarios del país.  Los dirigentes sindicales, que vienen denunciando desde hace años la inseguridad en esas faenas mineras, caen presa de una conspiración de silencio.

Es la reacción corporativa de los dueños del capital.  El presidente de la Sociedad Nacional de Minería, Alberto Salas, exculpa a sus colegas propietarios diciendo que lo que ocurrió en el socavón de Copiapó es una colapso “nunca visto” en una faena minera. Y se permite desconocer que tales fatídicas condiciones habían sido reiteradamente denunciadas por organismos sindicales y entes fiscalizadores que sólo sugerían el “cierre de la mina”.

Este es el Chile en que vivimos. En él las diferencias las marca profundamente el Derecho de Propiedad.  Quienes tienen acceso a él y cometen un delito o son responsables de una acción que puede tener consecuencias fatales, son víctimas de la naturaleza o responsable de una negligencia que no constituye delito. En cambio aquellos que pretenden recuperar tierras y protestan sin causar daños mortales sino pérdidas materiales, son terroristas.  El caso de los mapuches es emblemático.

¿Seremos capaces de ponerle barreras al mercado?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.