Padura nos entrega una novela de política ficción sobre el aislamiento, persecución y asesinato de Trosky, importante líder de la revolución rusa y organizador del Ejercito Rojo, y sobre la tragedia aun mayor de sus asesinos, estalinistas españoles y rusos: agentes del estado.
Desde los setenta que no leía algo interesante acerca de un tema sobre el cual tanto discutimos y nos ilustramos, hasta que hastiados de historias y urgidos por proyectos políticos latinoamericanos contingentes abandonamos esa polémica. Releer sobre la revolución rusa facilita ver como no se pudo construir lo nuevo justificando lo más innoble de lo viejo; el autoritarismo. Al parecer todo cambio trascendente debe contener una coherencia que haga visible la diferencia entre lo nuevo y lo anterior, de lo contrario lo nuevo se deshace en el viento sin dejar ni rastros en lo viejo que renace más fuerte.
Padura desde su desencanto habanero, no nos llena de maledicencia, descubre lentamente capa a capa las debilidades humanas comunes a muchos procesos políticos. El nos muestra sin saña pero con determinación, el fracaso de dos de los fundadores del primer cambio social que prometió terminar con el capitalismo generando esperanzas en los desamparados de la tierra. La lucha por el poder y la gloria fue atroz y desnaturalizó sus propósitos originales. Padura no es partidario ni de Trosky ni de sus asesinos, no cree en ninguno de ellos y es probable, no lo sé, que nunca haya creído mayormente en la Revolución de Fidel. En sus personajes muestra su desencanto con el proceso de su Isla, esa visión desprejuiciada convierte la novela en un libro estremecedor. Es una visión desapegada de la propaganda política. Tanto de los conservadores, enemigos declarados de la república de los soviet y los conservadores de la propia republica. Ambos sectores han escrito sobre lo mismo que Padura, ocultando las almas de los protagonistas y sus contradicciones. En este libro no hay salvación ni condena. Padura, buen escritor, solo expuso la tragedia más inolvidable y más omitida del siglo pasado. Leamos lo que piensa su personaje principal en la Pág. 553 cuando cena en Moscú en la modesta vivienda de su antiguo jefe de conspiración, ambos marginados, ambos golpeados, ambos con años de prisión en el cuerpo, finalmente más cínicos que descreídos: “El, Ramón Mercader, había sido uno de los arrastrados por los ríos subterráneos de aquella lucha desproporcionada y no valía la pena evadir responsabilidades ni intentar descargar sus culpas en engaños y manipulaciones: el encarnaba uno de los frutos podridos que se cultivaban incluso en las mejores cosechas y si bien era cierto que otros le habían abierto las puertas, el había atravesado gustoso, el umbral del infierno, convencido de que debía existir la morada de las tinieblas para que hubiese un mundo de luz”.