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Boom automovilístico: Libertad versus responsabilidad social

Columna de opinión por Julio Hurtado
Martes 12 de octubre 2010 13:07 hrs.


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En los pasados meses la venta de automóviles nuevos aumentó en un 89% respecto al año anterior. Este fenómeno se produce pese a la crisis y al terremoto. Actualmente en la ciudad de Santiago hay alrededor de un millón ochocientos mil automóviles. Durante el año 2010, esta cifra aumentará en casi doscientos mil autos, lo cual significará un poco más de quinientos automóviles diarios.

En los últimos veinte años el parque automotriz en nuestras ciudades se ha triplicado. Y, de acuerdo a las proyecciones de crecimiento económico y al patrón de consumo de los habitantes de nuestra ciudad, se espera que para el año 2015 el parque automotriz nuevamente se duplique.

Salvo para los sectores de más altos ingresos, para la casi totalidad de la población chilena, el automóvil es la máxima aspiración de consumo, después de la vivienda. Incluso, muchas veces el orden de estas aspiraciones, vivienda-automóvil, se trastoca.

Estudiosos del tema urbano sostienen con mucha fuerza que se debe implementar políticas que, junto con mejorar el transporte público, desincentiven la adquisición de automóviles por parte de estos grupos sociales emergentes. Esta posición, si bien tiene un alto grado de racionalidad respecto al funcionamiento de la ciudad, tiene también un leve halito aristocratizante. Ya que normalmente los que hablan en contra de la adquisición de automóviles,  provienen de familias que por varias generaciones han tenido acceso a la propiedad y al uso del automóvil.

El automóvil tiene un alto valor simbólico, representativo del bienestar y de la movilidad social. Se debe considerar que la mayoría de estos grupos sociales emergentes, deseosos de incorporarse masivamente al club del consumo y del prestigio social, constituyen primera generación motorizada.

Creo que la gente tiene derecho a representar sus posibilidades de consumo y a expresar su bienestar simbólico a través de la compra del automóvil. Pero, también, debemos tener en claro que el uso del automóvil es de diez a veinte veces más congestionador y contaminante que el uso del transporte público.

Es en este punto donde debemos hacer un esfuerzo analítico y separar la libertad que tenemos todos para adquirir el automóvil con la de su uso indiscriminado. No nos referiremos al mayor costo que significa el uso del automóvil, ya que ese es un gasto privado que voluntariamente asume el automovilista. Pero, en el contexto de la misma libertad, el uso del automóvil no puede significar el deterioro en la calidad de vida y en la velocidad del transporte de los otros habitantes de la ciudad.

Es decir, el usuario del automóvil genera externalidades negativas que actualmente no las internaliza, ya que el automovilista produce problemas al resto de los ciudadanos y no paga por ello. Es el conjunto de los ciudadanos los que pagan la satisfacción individual del automovilista, mediante una mayor contaminación y una mayor demora por congestión.

Es imprescindible, por lo tanto, que las autoridades asuman el costo político de desincentivar el uso del automóvil. Hay dos maneras para ello. La primera es el cobro por la circulación en determinadas áreas de la ciudad (existe la tecnología para ello), y con la existencia de un transporte público eficiente y de calidad.  El gran desafío que queda, una vez que solucionemos el problema del transporte público, es la racionalización del uso del automóvil con el objeto de construir una ciudad más saludable, eficiente y democrática.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.