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Desigualdad: lo que esconde el Índice de Desarrollo Humano

Al igual que en los últimos años, Chile volvió a liderar el ranking sudamericano sobre Desarrollo Humano, según el PNUD. Sin embargo, las auspiciosas cifras no parecen concordar con la realidad de más de dos millones de chilenos que viven bajo la línea de la pobreza y cuyo acceso a la educación, vivienda y salud se ve coartado por un sistema que ha profundizado la desigualdad.

Loreto Soto

  Domingo 7 de noviembre 2010 12:59 hrs. 
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El jueves pasado el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) dio a conocer la actualización del Índice de Desarrollo Humano (IDH) para 169 países. Este año, Chile se ubicó en el tercer lugar de América Latina y el Caribe, detrás de Barbados y Bahamas, y se posicionó en el número 45 a nivel internacional.

Este índice toma en cuenta diversos factores para analizar de qué forma el crecimiento económico se traduce también en una mejor calidad de vida para las personas considerando aspectos como las tasas de alfabetización, años de escolaridad, esperanza de vida al nacer y el ingreso per cápita.

En las últimas décadas nuestro país ha exhibido un incremento constante del IDH y, de hecho, entre 1980 y 2010, Chile aumentó su esperanza de vida en aproximadamente diez años; incrementó la media en escolaridad en cuatro años y acrecentó en un 142 por ciento su ingreso nacional bruto per cápita.

Sin embargo, estas positivas cifras se tornan un poco más oscuras si se considera que existe una gran parte de la población que no está accediendo a los beneficios de la bonanza económica. Es por eso que el informe de este año incluyó los niveles de desigualdad como un nuevo indicador, ámbito en el que Chile presenta las mayores falencias.

El investigador del PNUD, Rodrigo Márquez explicó que “si se calcula el impacto de la desigualdad, Chile perdería un 19 por ciento del valor del índice y bajaría cerca de diez lugares en la clasificación internacional. Inequidad que, en este caso, se mide no sólo en los ingresos, sino que también en los logros educacionales y de salud”.

Y es que de la mano del progreso también se profundizaron las brechas entre los ricos y pobres y, con ello, la distribución de las oportunidades. En este sentido, los expertos reconocen que las mejoras en los ámbitos que mide el IDH no se traducen, necesariamente, en un mayor desarrollo humano para los sectores más vulnerables de la sociedad.

“La desigualdad es un factor importante para medir el bienestar de la gente. Si uno dice que Chile tiene un ingreso per cápita de 14 mil dólares, la cifra es engañosa porque hay demasiadas personas que tiene ingresos que son menores a los cinco mil dólares. La desigualdad tiene una relación importante con los niveles de vida de la gran mayoría de la población que está por debajo de ese promedio”, precisa el decano de la facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, Manuel Agosín.

Y los datos son claros. Según la última encuesta Casen, más de dos millones y medio de chilenos viven bajo la línea de la pobreza, es decir, no pueden costear una canasta básica de alimentos cuyo valor se traza actualmente en los 64 mil 200 pesos. Además, de acuerdo a las cifras entregadas por el INE, mientras el decil más pobre tienen un ingreso mensual promedio de 169 mil pesos, el decil más rico obtiene un millón 976 mil pesos. Un panorama que se manifiesta  aún más fuertemente en la regiones y zonas rurales del país.

Para el director ejecutivo de la Fundación para la Superación de la Pobreza, Mauricio Rosenbluth, existen una serie de factores que actúan en conjunto para perpetuar la inequidad en Chile, como la mala distribución del ingreso, la alta concentración de la actividad productiva y la falta de acceso a una educación de calidad.

Respecto del primer punto, Rosenbluth indicó que “hay grandes problemas de base. El  diez por ciento más pobre solo participa en un 0,9 por ciento del ingreso nacional (PIB) versus el diez por ciento más rico que acapara un poco más del 40 por ciento del ingreso nacional. Con semejantes niveles de desigualdad es evidentemente esperable que hayan diferencias importantes en el acceso a la salud, la esperanza de vida y la educación”.

Según el representante de la Fundación el aumento del Producto Interno Bruto del país, que influye positivamente en el IDH es generado por “un puñado muy pequeño de empresas que sólo absorben el 20 por ciento de la fuerza de trabajo del país, mientras que el 80 por ciento restante lo completan las micro, pequeñas y medianas empresas”.

“Allí tenemos un problema sumamente grave y es que hay unidades económicas en nuestro país que generan muy poca riqueza y que están contratando en términos globales a la mayor cantidad de chilenos. Si estas unidades económicas no incrementan sus niveles de enriquecimiento poco van a poder distribuir y, por lo tanto, en términos primarios, el ingreso va a seguir siendo muy escueto. Ese es un tema estructural que requiere medidas muy drásticas y de apoyo sistemático a largo plazo para que estas unidades efectivamente puedan generar oportunidades laborales decentes”, afirmó.

En esa línea, Rosenbluth llamó la atención respecto de la acumulación intergeneracional de la riqueza. “Mucho se ha estudiado la transmisión intergenaracional de la pobreza, pero también existe una de la riqueza que tiene que ver con estos patrimonios gigantescos que existen en nuestro país y que, por cierto, no se explican únicamente por diferenciales de capital humano, sino por diferenciales patrimoniales heredados que también juegan a favor de esta enorme concentración en un segmento muy pequeño de la población”, dijo.

Mejor educación

Los expertos coinciden en que otra de las tareas pendientes en esta materia es mejorar el acceso a la educación de calidad porque una menor instrucción también implica empleos más precarios.

“Trabajar bien sobre este tema, es trabajar sobre la enseñanza de los pobres porque ahí es donde estamos fallando. Si eso mejora, dentro de una generación, la desigualdad también va a tender a disminuir. Si los jóvenes van a tener más acervos de capital humano, es decir, van a poder tener más destrezas, poder ir a la universidad o conseguir oficios de diversa naturaleza, eso de por sí va a disminuir la desigualdad. Son variables están muy relacionadas”, advierte Manuel Agosín.

Pero esto no sería todo. “Hay factores vinculados al capital social, a los vínculos y redes que tienen las personas para poder acceder a información, a buenos puestos de trabajo. Todos los estudios del último tiempo han marcado un descenso en el stock y en el flujo de relaciones sociales e información en contextos más pobres. Tenemos un proceso de atomización que ciertamente también restringe las posibilidades de acceder a mejores empleos y mejorar el ingreso”, explica Rosenbluth.

Si bien, los especialistas reconocen que ha habido avances en las distintas materias que ayudan al país a ser considerado con un “Alto Desarrollo Humano”, advierten que es necesario atacar los problemas estructurales de forma coordinada para que las cifras puedan convertirse en una realidad común para la mayoría de la población.

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