A comienzos de los ochenta – antes de que se pusiera de moda alabar la política económica de la dictadura – exponía yo a un colega gringo lo que estaba ocurriendo en Chile más allá de la represión, con el cambio de constitución, la venta de empresas de Estado y la privatización de servicios básicos. Me dijo que a él le parecía que todos los países tienen el gobierno que merecen. No pude evitar hacerle notar que su comentario me resultaba curioso cuando acababan de elegir como presidente a un actor reconocidamente mediocre. Años después Ronald Reagan terminaba su segundo período habiendo logrado gran apoyo a sus políticas desreguladoras en lo interno y muy agresivas en lo externo. Mirando en perspectiva – y usando una metáfora futbolística – el trío de ataque de la derecha mundial resultó de lo más efectivo que se haya visto: Reagan, Thatcher y Pinochet impusieron políticas que sentaron las bases de lo que vendría a comienzos del siglo XXI con nuevos arietes vistosos y pirotécnicos como Sarkozy y Piñera, los nuevos punteros que corren desbocados por el ala derecha .
Nuestro presidente representa muy bien los valores dominantes, esos que se han asentado durante los cuatro gobiernos anteriores y que sintetizara tan bien la Sra. Thatcher luego de su visita a nuestro país. Durante todos estos años se ha sembrado la idea de que el que tiene es porque lo merece. Lo más notable es que aceptar tal cosa supone que quien no tiene es porque no lo merece. Es que el imperio de los privilegios descansa sobre la aceptación de que todo se compra y se vende, la dignidad y el cariño incluidos. Por este camino llegaremos a re-legitimar el cohecho en las votaciones a todo nivel, las políticas y las deportivas, pero en versiones más sofisticadas. Le hago notar que el mecanismo del cohecho finalmente es el de una transacción mercantil en que uno entrega un pago y solicita una acción (un voto, el apoyo, el favor) y el otro acepta la ofrenda y retribuye accediendo a lo pedido. Nada más equitativo y transparente. Hoy por ti, mañana por mi. Como cuando nos invitan a comer y sentimos que estamos en deuda, que debemos retribuir la invitación para quedar “a mano”. Esta forma de mirar las relaciones humanas está muy bien sintetizada en aquel capítulo de Big Bang Theory donde el personaje central – un muy auto-centrado joven físico teórico – se entera de que su vecina le hará un regalo para navidad y se prepara comprando regalos de varios precios para retribuir con uno de exactamente el mismo valor.
Hice una apuesta con un amigo; quien perdía debía invitar al otro ( y las parejas) a comer a un restaurante de elección del ganador. Cuando resulté ser el ganador de la apuesta, mi amigo me dijo que lo lamentaba pues él había pensado que, de haber resultado él ganador, había pensado invitarnos igual para provocar una seguidilla de “retribuciones” que no haría sino prolongar el placer de conversar los cuatro durante un período más prolongado. Sabio, sin duda. Tal vez el secreto está en no perseguir un equilibrio entre dos – la base del “hoy por ti, mañana por mí” – sino un equilibrio unipersonal donde yo retribuyo todo lo bueno que me pasa, pero no necesariamente ni solamente a quien haya sido amable o generoso conmigo. Es decir, hoy por ti mañana por otros, tal como los padres no esperamos que nuestros hijos queden en deuda con nosotros por haberlos educado o alimentado, sino que hagan lo mismo con sus hijos, nuestros nietos ¿No estará ahí la esencia de la búsqueda del Bello Sino?