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Índices Nacionales de Felicidad: la otra cara del crecimiento económico

Hace ya algunos años que varios economistas y expertos de distintas partes del mundo comenzaron a aplicar encuestas sobre la percepción de la felicidad entre los habitantes de determinados países. Contra lo que se podía haber presumido, las naciones más ricas no resultaron ser necesariamente las más felices. Chile es un ejemplo claro de esta dualidad, ya que pese a encabezar los índices de desarrollo humano en Sudamérica, en los conteos de bienestar aparece como uno de los más bajos junto a Uruguay.

Loreto Soto

  Viernes 19 de noviembre 2010 20:58 hrs. 
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La semana pasada el Senado brasileño aprobó una enmienda para modificar la Constitución y consagrar el derecho a la búsqueda de la felicidad como una de las garantías más importantes dentro de la Carta Fundamental carioca. Así, las normativas federales ahora pregonarían que “son derechos sociales, esenciales para la búsqueda de la felicidad, la educación, la salud, la alimentación, el trabajo, la habitación, el descanso, la seguridad social, la protección a la maternidad y a la infancia y la asistencia a los desamparados”.

La iniciativa de Brasil se enmarca dentro de una nueva corriente que, poco a poco, ha ido ganando su espacio en el mundo y que los expertos denominan como la Economía de la Felicidad. Y es que pasadas algunas décadas desde la instauración de la Economía Global de Mercado, todo parece indicar que las sociedades más ricas no son, necesariamente, las más felices.

Hablar de la felicidad de las naciones reviste una serie de complejidades propias de algo tan subjetivo como el bienestar. Las definiciones clásicas indican que la felicidad no es un sentimiento aislado sino que está influido por las circunstancias particulares en las que está inmerso un individuo. Dentro de esto, existen factores propios, como la autoestima, el control o el optimismo; factores socio-demográficos como el género, la edad, el estado civil y la educación; factores económicos como los ingresos, el desempleo o la inflación; elementos circunstanciales como el ambiente, la tensión en el trabajo, la relación con la familia y los amigos y, finalmente, los aspectos institucionales como la democracia, la descentralización y el grado de participación política.

Por lo mismo, los especialistas han detectado que los índices tradicionales de desarrollo humano no son suficientes para describir la calidad de vida de las personas de un país. Según explicó el investigador Jefe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y autor del documento “Paradoja y Percepción: midiendo la calidad de vida en América Latina, Eduardo Lora, la investigación del nivel de satisfacción de las personas respecto de los distintos ámbitos de su quehacer diario surge como una forma de complementar los factores objetivos que, por lo general, esconden la realidad de una gran cantidad de la población.

Y Chile es el ejemplo perfecto para entender esta dualidad. El Índice de Desarrollo Humano elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) posicionó a nuestro país a la cabeza del ranking Sudamericano y en un nada despreciable lugar 45 en la clasificación mundial con un “Alto Desarrollo Humano”. Sin embargo, a la hora de medir la felicidad, nuestro país se ubica  en el puesto número 13 de la región, muy por debajo Costa Rica, Panamá y México que se adjudicaron la cabeza de la medición de bienestar.

“Existe una razón propiamente cultural. Hay algunas culturas que son más cautas con sus juicios y más reservadas o más pesimistas y, claramente, los chilenos son ese tipo. En América Latina, Costa Rica y Chile son muy parecidos en aspectos objetivos como la educación y la salud, pero los costarricenses están muy por encima de los chilenos en opiniones subjetivas de satisfacción”, dice Lora.

Para el director de Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO CHILE), Andrés Solimano, estas diferencias se explicarían también porque nuestro país “ha crecido, pero con patrón muy desigual de distribución del ingreso”.

“Si bien, a toda la sociedad le ha mejorado un poco su situación económica, a las elites les ha aumentado mucho más que al resto. Entonces la gente puede ver que hay toda una retórica de la prosperidad, que somos un país casi desarrollado, que forma parte de la OCDE, pero quizás el profesor primario, el obrero de la construcción, el trabajador del campo, el funcionario público no ven que su situación personal crezca en la misma proporción de lo que están diciendo las estadísticas porque la prosperidad se ha distribuido desigualmente”, sostiene el economista.

Es lo que Eduardo Lora califica como la “Paradoja del Crecimiento Infeliz”.  “Los países que crecen más rápidamente – no los que tienen mayores ingresos – sino aquellos que  presentan tasas de crecimiento muy rápido en un intermedio de diez años, los niveles de satisfacción son inferiores que países semejantes que crecen más despacio. Cuando un país crece rápidamente se aumentan las expectativas, además hay muchos cambios sociales porque a algunas personas les va mejor que a otras y se despiertan envidias y competencias. Además hay tasas que indican que con niveles de vida más agitados, la gente presenta problemas de salud y aparecen sensaciones como la injusticia”.

A todos estos aspectos también se suma la fragilidad del empleo. En Chile, la mayor parte de la fuerza laboral no cuenta con contratos indefinidos y debe enfrentarse a la informalidad que presentan la mayoría de los mercados. Según Solimano eso “causa ansiedad en la población porque no sabe por cuánto tiempo mantendrá su fuente de ingresos, lo que impide ser feliz”.

Pero además existen otros factores como los enormes tiempos de transporte para ir y venir desde la casa al trabajo, una educación cada vez más cara, sobreendeudamiento, barrios inseguros y mala calidad del medioambiente, que deterioran de forma sostenida la calidad de vida de las personas.

El rol del Estado

Y tal como Brasil está emprendiendo un esfuerzo para garantizar las condiciones mínimas para que las personas puedan lograr su plenitud, los expertos reconocen que los Estados deben jugar un rol preponderante en la materia.

A juicio de Eduardo Lora, una de las perspectivas para generar mejores políticas públicas sería tomar en cuenta las cosas que la gente realmente valora en los distintos ámbitos de su vida.

“Cuando uno trata de entender por qué la gente piensa que la educación de su país es buena o si está contento con las políticas de educación, uno se da cuenta que, en ocasiones, no quiere decir que esté satisfecha con la calidad de la educación tal como la entendemos, sino con que la escuela esté bien mantenida, que la disciplina esté bien aplicada o porque los niños se sienten felices. Son aspectos que son importantes para las personas, pero que los indicadores objetivos no los tienen en cuenta. Por ejemplo, si se quiere diseñar una buena política educativa se debe considerar tanto los aspectos para mejorar la calidad académica de la educación, pero además si la gente necesita que sus niños se sientan bien en la escuela. Y así en cada una de las áreas”, explicó el asesor del BID.

Por su parte, Solimano añadió que es necesario que  “la macroeconomía sea tal que asegure un nivel alto de empleo y, por lo tanto, una baja tasa de desocupación y que asegure un crecimiento sostenido. Eso es un primer factor que no resuelve todo, pero que crea un marco. La política pública tiene que asegurar que si la gente queda desempleada por un ciclo económico, existan seguros de desempleo o sistemas de entrenamiento para que pueda trabajar en sectores más dinámicos. Además de garantizar  las tareas clásicas que le ha correspondido al aparato público como la salud, educación, vivienda y pensiones”.

Todos aspectos a considerar al momento de debatir qué es lo que hace a una sociedad más exitosa si el confort material o el bienestar pleno de cada uno de sus integrantes.

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