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Lo que no entienden los conservadores de Londres ni Santiago

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 12 de agosto 2011 17:46 hrs.


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La otra cara que mostró el Reino Unido en los últimos seis días tiene azorados a los públicos de Europa y de varias partes del mundo. Muchos medios internacionales han cubierto también, e incluso editorializado, sobre las masivas protestas por la educación en Chile.

Trazar un paralelo entre ambos fenómenos puede resultar aventurado, al igual que hacerlo con la indignación de los españoles y las subversiones populares en el norte de Africa, en contra de sus regímenes dictatoriales, pero algunos puntos de coincidencia se pueden extraer.

Desde luego, el movimiento estudiantil chileno muestra un desencanto ciudadano con la clase política, el mismo que se expresó en España –en medio de las crisis de las economías europeas- frente a dos partidos o coaliciones que se alternan deportivamente en los gobiernos del continente, sin que la social democracia, cuando tiene el poder, quiera resarcirse del modelo neoliberal, al que disfraza de tercera vía.

Ese desencanto también se exteriorizó en Egipto y otras naciones de la región, que no sólo vieron a los políticos locales en concomitancia con el poder dictatorial, sino al establishment internacional –encabezado por la primera potencia del globo- hacer lo mismo, mientras le fuera útil con el suministro de petróleo y la forja de alianzas contra el pueblo palestino en lucha con los abusos del ocupante israelí. Lo mismo respecto de una Europa complaciente, cuyos dirigentes avalaban los ritos escénicos de las tiranías y aceptaban ser huéspedes lujosos de ellas, hasta durante sus vacaciones.

Al igual que tales dictaduras, el gobierno social demócrata de España y algunos conservadores de sus regiones autónomas o municipios actuaron para desalojar a los ocupantes de la puerta del Sol madrileña o la plaza Catalunya ni permitir que volviesen.

En Chile, el gobierno de derecha vio alentada su vocación represiva por la cobertura medial, en especial de la televisión, sometiendo a un verdadero chantaje a los jóvenes que pugnan por marchar por las arterias  de las ciudades principales, junto a profesores, padres, apoderados  y miembros más pequeños de sus familias.

La administración del Estado de Derecho no sólo les impide el paso y los reprime atrozmente, hasta la exageración y la provocación, sino que busca dos clases de aliados: los alumnos que temen perder un año de clases y los vecinos, comerciantes, trabajadores y transeúntes afectados por el vandalismo. Les dice que estos daños colaterales surgen por la insistencia en protestar en vez de parar ya el movimiento y sentarse a conversar.

En Gran Bretaña los ciudadanos medios no divisan las causas del saqueo y la destrucción; por eso admiten en encuestas que vuelvan las balas de goma, los disuasivos químicos y los efectivos del Ejército.

Pero en Chile las demandas son claras y legitimadas. Hasta una víctima del destrozo de su auto dijo que igual apoyaba el movimiento, porque su hija era estudiante universitaria.

TVN presentó luego de un largo espacio con los desmanes lo que llamó el “lado B” de la manifestación, con jóvenes bailando y expresándose con arte y pensamiento. Pero ese era realmente el lado A, el anverso y no el reverso.

Tal como el premier conservador David Cameron –líder de los recortes presupuestarios- dijo ayer en los Comunes que lo que ocurre en el Reino Unido no es un asunto “de pobreza, sino de cultura, de una cultura de la violencia, con padres que fallan en la crianza de sus hijos”, los conservadores de aquí –con Sebastián Piñera a la cabeza- no se dan cuenta de la verdadera situación: los jóvenes están atrapados entre un poder que se exaspera ante sus demandas y un lumpen proletariado que es producto del mismo sistema injusto, con oscuros ghettos de marginalidad.

Ni la mano dura del régimen militar ni los gobiernos transaccionales de la Concertación ni el menos el actual –como tampoco los europeos de uno u otro signo- han aligerado suficientemente los bolsones de pobreza y exclusión.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.