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Fútbol y lucha de clases


Lunes 17 de octubre 2011 11:04 hrs.


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El partido de fútbol entre la Universidad Católica y Colo Colo, que se jugó el domingo recién pasado en el estadio San Carlos de Apoquindo, movilizó a 700 carabineros, 400 guardias de seguridad y 62 funcionarios municipales. En total, 1.162 personas participaron de este verdadero operativo de guerra para lograr “seguridad” en un sector de la ciudad. Es decir, hubo más de un vigilante policial por cada 10 asistentes. Todo este despliegue se realizó, no para controlar el orden dentro del estadio y en sus alrededores, sino para evitar que lleguen los “extraños” (en este caso, los hinchas de Colo Colo) a un barrio que habitan sectores de altos ingresos de la ciudad.

Todos estos hechos afectan a nuestra ciudad y, sobre todo, constituyen manifestaciones de la realidad profunda de nuestra sociedad. Curiosa situación, ya que se presenta en un momento en que el país está convulsionado socialmente por demandas por mayores grados de igualdad y de oportunidades. A este tema quisiera aproximarme desde dos perspectivas: desde el clasismo y la segregación y desde el fenómeno de las barras bravas.

Por un lado, es evidente el clasismo de las elites y las instituciones, lo cual, en este caso, se ha expresado de frente y sin ocultamientos formales de ningún tipo. Como pocas veces, el ánimo segregador, el temor a lo desconocido y la irresponsabilidad social (tamizada por un supuesto derecho a la seguridad) se han hecho presentes de manera tan brutal. Estamos en presencia de un caso de antología.

Esta discusión ha demostrado que los partidos de alta convocatoria, es decir los partidos peligrosos, se pueden jugar en Ñuñoa, en La Florida, en Macul, en Independencia, etc., sin que se produzca ninguna controversia. Pero, no se pueden realizar en Las Condes, sin que las elites, los medios y las instituciones se pronuncien de manera tan inusitada y devergonzada.

Por otro lado, actores fundamentales en esta situación son las barras bravas. Estas agrupaciones son promovidas y financiadas por los dueños de los clubes, empresarios que, a través de la compra de acciones, han secuestrado la actividad, para ganar dinero y, en varios casos, para lavar su imagen.

Se han dado casos en que integrantes de estas barras bravas han sido utilizados como fuerza de choque en campañas de políticos, ligados a los propietarios de los clubes. Es evidente el peligro que estos grupos, en caso de contingencias inesperadas, sean utilizados como fuerza de choque para atacar manifestaciones de descontento social.

Si no fuera tan grave e impresentable esta situación, podríamos extremar el análisis y plantear que estos sectores de la elite podrían aprovechar la discusión de la Ley de Presupuesto para que estos 700 carabineros, 400 guardias de seguridad y 62 vigilantes municipales, constituyeran una fuerza permanente para velar porque nadie que no corresponda pueda atreverse a merodear barrios que no les pertenecen.