Han transcurrido ya dos siglos y por lo esencial nuestra realidad nacional sigue siendo dominada por las mismas fuerzas retrogradas que heredamos de la Colonia española: una clase de privilegiados que ayer terratenientes pasaron a ser hoy los financieros y los dueños del import/export , accesoriamente industriales ; unas Fuerzas Armadas hundidas en la mentalidad cavernaria de los ejércitos de la Conquista, a las cuales los prusianos pusieron un ligero barniz de modernidad y, por fin, una Iglesia Católica reaccionaria que, con la rara excepción del Cardenal Silva Henríquez y de algunos obispos, fue incapaz incluso de instilar un poco de humanidad en los oficiales de los años setenta y ochenta.
Nosotros no somos los herederos de una gran tradición histórica indígena como es el caso de muchos de nuestros vecinos, ni poseemos la casi homogeneidad étnica, africana o europea, de otros, alcanzada a veces a fuerza de masacrar a los pueblos originarios. Somos un pueblo donde el principal núcleo autóctono de base, los araucanos, que para bien o para mal carecían de Estado, es hoy extremadamente minoritario y ha sido sumergido en un mestizaje difuso y bastante funcional a los grupos dominantes.
En resumen, no hemos existido como país, y como proyecto de nación, que en esos breves periodos en que algunos de nuestros raros grandes hombres habían concebido la idea de transformarnos en un Estado moderno y democrático capaz de servir de ejemplo a una América siempre dependiente, agitada y caótica. Con los resultados, o mejor dicho, la ausencia de resultados, que conocemos.
Así, el fracaso de estos intentos debiera impulsarnos a retomar quizás la idea federalista que uno de nuestros próceres poco recordado, José Manuel Infante, había defendido ya en tiempos de nuestra independencia. Esta concepción permitiría tal vez ofrecer a nuestros pueblos originarios la autonomía que reivindican y hacer posible que en nuestras provincias o regiones, regularmente expoliadas cuando no pisoteadas por los intereses de siempre, surjan unas nuevas fuerzas de cambio y de progreso.
José Cañas C.
El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.