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Triunfo pírrico de Mursi y los H. Musulmanes


Domingo 8 de julio 2012 19:38 hrs.


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El pasado el 24 de junio la Comisión Electoral egipcia reconoció el triunfo de Mohammad Mursi, una semana después de la realización de los comicios presidenciales. Así, el candidato que fue apoyado por los Hermanos Musulmanes en el ballotage, se ha constituido,  con el 52 por ciento de los sufragios obtenidos, en el primer jefe de gobierno egipcio elegido por voto popular en más de medio siglo. Sin embargo, este significativo acontecimiento puede conducir a equívocos, toda vez que en forma previa al  acto electoral, la Junta Militar había disuelto el parlamento elegido democráticamente, conforme con  el proceso de transición que los propios militares habían pactado ante la presión de las movilizaciones populares que terminaron con la caída de Mubarak.

De esta forma, el poder legislativo quedó bajo el poder absoluto de los militares, hasta tanto no se realicen nuevas elecciones parlamentarias, lo que representa un duro golpe a la ardua y valiente lucha que ha venido dando el pueblo egipcio en las calles y fábricas para recuperar espacios de libertad y poder decidir por sí mismos su destino. Al congreso intervenido por los militares -con la anuencia de Washington- le corresponderá  la trascendental función de redactar  la nueva Constitución y en él tenían amplia mayoría los Hermanos Musulmanes.

En este contexto, el triunfo de Mursi queda vaciado de contenido democrático, por cuanto se ha disipado toda posibilidad que la nueva Constitución represente realmente la voluntad del pueblo egipcio, más allá de las reservas que se puedan tener respecto de los islamistas y de su disposición a impulsar una apertura democrática, con respeto y tolerancia hacia quienes no profesan la fe musulmana. El así designado órgano legislativo deberá, en lo inmediato, redactar la carta magna que regirá, probablemente, durante los próximos decenios al pueblo egipcio y en ella deberán quedar delimitadas las atribuciones y potestades del nuevo presidente.

Cabe recordar  que previamente la Junta Militar había aprobado de manera unilateral  un “agregado constitucional” ultra-reaccionario, cuyo contenido ya había sido esbozado en noviembre de 2011, desencadenando en ese momento enormes y violentas protestas populares.  A través de esta adenda, la Junta Militarse reservó el derecho de veto sobre cualquier artículo de  la nueva Constitución que no contase con su conformidad e incluso, la Junta Militar puede decretar la disolución de la Asamblea Constituyente si ésta no es de su agrado, al mismo tiempo que se atribuyó a sí misma la potestad exclusiva para decidir sobre asuntos cruciales, especialmente en materia de seguridad interior y exterior.

Con estos insólitos “agregados constitucionales”  impuestos manu militari con el beneplácito de Estados Unidos  y con el poder legislativo en manos de los altos mandos que gobernaron conjuntamente con el derrocado Mubarak, el nuevo Presidente egipcio tendrá sus facultades enormemente reducidas.  Se trata, sin duda alguna,  de una  democracia cautiva, si es que cabe denominarla democracia, en la que el Departamento de Estado y el Pentágono tienen una larga experiencia y que dará lugar, previsiblemente,  a una transición que resguarde plenamente los intereses de Washington y de su aliado Israel, no así del pueblo egipcio.

El advenimiento de Mursi y la aceptación de las reglas del juego impuestas por la casta militar, sólo fue posible mediante el  chantaje y la amenaza: si no se acataban las imposiciones del poder castrense, la Junta Militar amenazó con reconocer como ganador a Shafiq, el candidato de los militares que había alcanzado el segundo lugar, con solo un 48 por ciento de los votos. Asimismo, la cúpula militar egipcia, el principal aliado de Washington,  pudo  consumar su artero golpe de Estado blando, con la complicidad de los Hermanos Musulmanes,  cuyos llamados a la movilización popular tuvieron  como única finalidad, fortalecer  suposición negociadora frente a los mandos castrenses.  Los islamistas agrupados en torno a la Hermandad Musulmana  sabían que por sí solos no podían confrontar abiertamente a los militares, pues para ello hubiesen requerido de un apoyo más vasto, que incluyese a los sindicatos más fuertes y que fueron los que precipitaron, finalmente, la caída de Mubarak mediante un llamado a una huelga general.

Sin embargo, esta alternativa fue descarta de plano y categóricamente, pues los islamistas son muy conservadores políticamente y miran con gran desconfianza a los sindicatos  y a las  organizaciones obreras, así como rechazan los llamados a la huelga y cualquiera otra forma de protesta social que afecte los intereses patronales. Son de mentalidad  manifiestamente reaccionaria en el sentido literal del término y por lo mismo, en el plano económico se identifican con las posiciones neoliberales, lo que pudiese resultar hasta cierto punto contradictorio. Situados en el extremo antagónico a todo lo que se aproxime a una izquierda laica y progresista, como ha ocurrido tradicionalmente, los islamistas se mantienen fieles a su pasado: No debe olvidarse que el recordado y popular Presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (1918-1970) se vio forzado a proscribirlos completamente durante su gobierno y sus máximos dirigentes fueron encarcelados o se vieron forzados  al exilio y sólo pudieron reorganizarse  y recuperar parte de su influencia social y política bajo el régimen de Anuar el Sadat.

De esta forma, la derecha religiosa y militar de Egipto, a espaldas del pueblo, ha decidido compartir el poder político: Los generales controlarán la seguridad interna, la política exterior y mantendrán su dominio sobre más del 25 por ciento de la economía del país. Los Hermanos Musulmanes utilizarán su experiencia en gestionar la caridad para paliar la pobreza extrema de 30 millones de egipcios e impedir que una nueva rebelión de los hambrientos y desempleados turbe el sueño de la oligarquía corrupta que vive a expensas del profundo subdesarrollo y la postración  de millones de habitantes del gigante árabe. Para no caer en el colapso económico, el presidente Mursi necesita una ingente inyección de dinero que llegará, en parte, vía el Congreso de EEUU., siempre y cuando Egipto garantice respetar el tratado de paz con Israel, presione a Hamás para dejar las armas y siga siendo el baluarte suní contra el chiismo de  Irán y Siria.  Otra parte de la ayuda financiera vendría desde Arabia Saudí y Qatar, a condición de que Egipto se aleje de Turquía y entregue algún ministerio a los salafistas.

Como señala Manlio Dinucci (1) el sospechoso entusiasmo de los medios de comunicación y de las agencias de noticias occidentales debería ser más que “suficiente para que el observador medianamente atento abrigue serias dudas sobre la verdadera naturaleza de ese cambio. La realidad es que el Imperio llegó a la conclusión de que los árabes ya están maduros para la entronización del sistema de control social más eficaz que existe: un régimen de alternancia esencialmente bipartidista”.

La garantía de que los islamistas egipcios no convertirán el país en otro Irán es justamente esa dependencia económica de la ayuda externa, aún más extrema ahora que Egipto está al borde de la bancarrota. El modelo de Turquía, aliada de la OTAN, de un islamismo moderado, tiene difícil adaptación en el valle del Nilo. El Ejército egipcio se alejó gradualmente después de la muerte de Nasser de toda tendencia secular y la sociedad egipcia, por otra parte, no tiene el nivel del desarrollo cívico ni la tradición laica turca. Por otro lado, la ubicación estratégica de Egipto, junto al historial y al programa de la Hermandad Musulmana puede imponer un patrón de gobierno similar al paquistaní, es decir, un régimen dirigido por militares islamistas relativamente moderados, dependientes aunque poco fiables para Occidente.

La Hermandad –que atentó contra la vida de Nasser, colaboró con Anuar el Sadat en la persecución de los “rojos” y luego lo mató por hacer la paz con Israel– hoy condena el asalto a la embajada israelí en El Cairo y acepta que Washington dirija la “transición vigilada” para su país. Es más, tiene que agradecer a Barack Obama que forzara a los militares a entregarles la Presidencia. El aún inquilino de la Casa Blanca necesita para su currículum electoral presentar al gobierno egipcio como una democracia viable. Ciertamente no fue una casualidad que en junio de 2009 Obama eligiera Egipto –en vez de Indonesia, con sus más de 200 millones de fieles del islam– para su famoso discurso dirigido al mundo musulmán, como tampoco  obedeció a un hecho fortuito que el Mandatario estadounidense escogiese la tradicional Universidad de Al Azhar de El Cairo –bastión de la Hermandad– para pronunciar su difundido discurso, en vez de hacerlo en un centro laico.

Un sector de la Hermandad ya está tocando el violín mientras arde Roma: piden un turismo moral y convierten el pelo y el cuerpo de la mujer en el campo de la batalla dogmática que pretenden impulsar para desviar la atención pública sobre su falta de un programa político eficaz. Tienen la posibilidad y la habilidad para utilizar la fe de las masas –que no la fuerza ni la razón de la ciudadanía–para convertir  lo que pudo ser una primavera política en un seísmo cuyo polvo y escombros sepulte las genuinas esperanzas de la plaza Tajarir. Una prolongada inestabilidad política acecha al país de los faraones, ahora amenazado por el agobiante “jamasín” (2)  que ha sofocado los vientos renovadores de libertad. Es un  “jamasín” político impulsado por el autoritarismo militar y la intolerancia religiosa.

 Francisco Michel

(1) “Que Dios me guarde de mis amigos”, Red “Voltaire, 1º de julio de 2012.-  http://www.voltairenet.org/Que-Dios-me-guarde-de-mis-amigos

((2) “Jamasín”: La primavera egipcia se caracteriza por un fenómeno asociado  a cambios meteorológicos, característico en las desiertas mesetas del norte de África, conocido como jamasín. Con el cambio de estación y el término del invierno en el hemisferio norte, se desplazan desde  el sur de África hacia el Mediterráneo fuertes vientos que levantan enormes e intensas nubes de polvo en suspensión. Son las conocidas tormentas de arena que se prolongan por cerca de cuarenta días y que van acompañadas por una masa de aire cálido y sofocante, dificultando comunicaciones y transporte, y cuyos efectos se perciben claramente al otro lado del Mediterráneo, especialmente en los países del sur europeo, a donde llegan abundantes restos de una “neblina” anaranjada, casi apocalíptica, que genera agobio, dificulta la respiración y nubla la visión.

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