“A Roma con amor”…y con poco pudor

Hablar de Woody Allen es hablar de una de las figuras más relevantes y resistentes de la historia del cine, y aunque no se le puede seguir demandando que continúe haciendo sus grandes películas de los años setenta, si se le puede exigir que haga películas bien hechas. Con ésta está al debe.

Hablar de Woody Allen es hablar de una de las figuras más relevantes y resistentes de la historia del cine, y aunque no se le puede seguir demandando que continúe haciendo sus grandes películas de los años setenta, si se le puede exigir que haga películas bien hechas. Con ésta está al debe.

Woody Allen es un autor tenaz, de eso no hay duda. Desde mediados de los setenta lleva haciendo una película, a veces dos, al año. Con ese nivel de producción es comprensible que no todas ellas sean obras maestras, pero también es esperable cierto nivel de calidad como resultado de este mismo ejercicio de escribir y dirigir continuamente. Está claro que para muchos el gran Woody Allen es aquel de “Manhattan”, “Crímenes y pecados” y “Annie Hall”, pero la gracia de esas películas es que mostraban un punto de vista original, una mirada de autor, sobre su tiempo y su contexto. Los años han pasado y el autor y el contexto han cambiado por lo que es coherente que Allen esté haciendo otras cosas, no necesariamente mejores, pero distintas. Lo coherente sería que estas películas más recientes dieran cuenta de cuenta de la sabiduría y el oficio adquirido en todos estos años.

En “A Roma con Amor”, Allen repite ciertas maneras que ya habíamos observado en sus últimas producciones: la mirada turística y superficial sobre una atractiva ciudad europea, y una narración coral que no necesariamente está bien enlazada. Acá la ciudad es Roma y la introducción –hecha por un policía de tránsito hablando a cámara- explica al espectador que vamos a ser testigos de varias historias que suceden en la ciudad eterna. Esta diversidad de anécdotas da una buena excusa para mostrar no pocas estrellas italianas e internacionales, desde Roberto Benigni (“La vida es bella”) como un sencillo italiano que de la noche a la mañana se transforma en una celebridad, hasta Penélope Cruz, cuyo papel como una prostituta de buen corazón que debe hacerse pasar por la mujer de un tímido joven de provincia, ya habíamos visto varias veces en otras partes.

Y aunque la película es bastante entretenida y tiene algunos momentos en que la chispa de Woody Allen y sus guiones se hace presente logrando más de alguna risa, el resultado general es bastante irregular. Eso por lo poco prolijo de la construcción. Por ejemplo, el personaje de Alec Baldwin (“30 Rock”) es un arquitecto que vivió en su juventud en Roma, como le comenta a sus amigos en su primera escena, y que luego paseando en solitario por sus calles se encuentra con un joven estudiante estadounidense (Jesse Eisenberg, “Red Social”) que hoy vive en Roma con su novia también extranjera. La tranquilidad de esta pareja se va a ver desafiada por la aparición del personaje de Ellen Page (“Juno”), una atractiva y desequilibrada actriz, por lo que el personaje de Baldwin se transformara en una especie de conciencia para él. Ahora lo raro es que el arquitecto entra y sale de escena como un fantasma, sin ser visto por los otros personajes. En qué momento se transforma en una visión y deja de ser un personaje, nadie lo explica.

Ese tipo de detalles son los que hacen que “A Roma con amor” se transforme en una película muy menor, especialmente si la ponemos en el contexto de un director de marca mayor. Hay algunas voces que dicen que a sus 76 años Allen ya debería retirarse, yo creo que no. Sus películas aún poseen interés, y en algunos momentos, mucha gracia. Si creo que él debería ser menos displicente con su trabajo y su audiencia, y más pudoroso a la hora de poner su firma en una obra tan imperfecta.





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