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Año XVI, 29 de marzo de 2024


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50 años del Concilio Vaticano II:

La modernización y los pendientes de la Iglesia Católica

Ayer, se cumplió medio siglo de aquel revolucionario hito que marcó el giro que dio la Iglesia Católica en el siglo XXI. Hoy, el legado del Concilio Vaticano II se vuelve cada vez más vigente en medio de los cuestionamientos por los abusos sexuales y la necesidad de mirar hacia los desposeídos, tal como se ha planteado incluso desde nuestro país.

Nicole Pulgar

  Viernes 12 de octubre 2012 11:43 hrs. 
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Un silencio sepulcral respondía en parte a lo que se acababa de escuchar. Las palabras mencionadas por aquel hombre de aspecto sereno, pero decididas ideas, seguían flotando entre las paredes de la Basílica de San Pablo Extramuros, propiedad extraterritorial de la Santa Sede, en Italia. El anuncio mencionado el 25 de enero de 1959 había causado gran sorpresa entre los cardenales presentes, no solo porque Angelo Roncalli llevaba tan solo tres meses siendo el Papa Juan XXIII, sino más bien porque, al parecer de todos, no habían motivos para llevar a cabo lo que estaba diciendo, puesto que 90 años antes ya se había proclamado la autenticidad del catolicismo y del Papado. Sin embargo, la idea de realizar el Concilio Vaticano II era, principalmente, para tocar temas tan importantes como la fe católica y el desarrollo que ésta estaba tomando, así como también la adaptación y renovación de la fe de los cristianos. En síntesis, hacer algo para abrirse al mundo moderno y sus cambios.

“Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior”

Tres años después de aquel suceso, el 11 de octubre de 1962, el “Papa Bueno” se apresuraba para dar inicio a la primera de cuatro sesiones, en la Basílica de San Pedro. Pero más que eso, se apresuraba para originar un cambio sustancial dentro de la Iglesia Católica y los postulados que se habían mantenido intactos por cientos de años. Es esta transformación la que, a 50 años de su celebración, fue caracterizada por el Papa Benedicto XVI como “una brújula que permite a la nave de la Iglesia navegar en mar abierto, en medio de tempestades o en aguas calmas”. Y es que el Concilio Ecuménico fue mucho más que una locura por parte de un Papa que se creía era transitorio. Fue la apertura de una Iglesia conservadora en extremo, a una que comprendía la necesidad de inexorable de una nueva evangelización.

Hans Küng, teólogo suizo que participó en el Concilio, dijo mientras conmemoraba aquel histórico suceso, que la sorpresa vivida por los participantes era inmensa: “Los obispos deseosos de reformas se dieron cuenta de repente que había otros que pensaban igual que ellos. Era asombroso el cambio que eso suponía”. Küng, quien además era amigo y colega de Joseph Ratzinger, se ha referido a la inquietante época que se vivía durante aquellos días en la Facultad Católica de la Universidad de Tübingen, institución donde él y Ratzinger impartían clases. Los jóvenes estudiantes acostumbraban a burlarse de sus maestros e interrumpir constantemente las cátedras en nombre de la revolución. En pos de una renovación que trajo consigo la disociación de los antes amigos teólogos, quienes se involucrarían en la innovación, pero desde trincheras opuestas, siendo Küng un rebelde con causa y Ratzinger un conservador más silencioso.

A medio siglo de la modernización

El Concilio Vaticano II duró cuatro años y culminó en manos de otro Pontífice, Pablo VI, debido a la muerte de Juan XXIII en 1963. No obstante, el legado seguía presente y sumamente vivo en cada una de las transformaciones que se habían conseguido a través de esta instancia, donde se dio fin al absolutismo eclesiástico, a la cristiandad de antaño, y a toda una serie de tradiciones, entre ellas la realización de misas en latín y la posición que el sacerdote tomaba al ponerse sobre el altar, dándole la espalda a los fieles y dirigiéndose solamente a la imagen de Cristo. Fue así como el Vaticano II hizo un alto en sus tradiciones para cambiar la liturgia, adaptándose a las lenguas vernáculas y permitiendo que los cristianos se dirigiesen a Dios a través de sus propios idiomas. Lo mismo ocurrió cuando quienes oficializaban la misa, se voltearon para ver de frente a los cristianos. Se cumplía, al menos en parte, lo que Juan XXIII había querido: “abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia fuera los fieles puedan ver hacia el interior”.

“El  Concilio tuvo un impacto muy fuerte, pero sin duda, como era fuerte el cambio, también hubo resistencias que se fortalecieron. Hubo gente que trató de quitarle importancia al Concilio en sí, donde se empezaron a acentuar cosas distintas. Existió una corriente que trató de ponerlo en práctica y otra que quiso resistirse, y eso todavía está”, comenta Fernando Orchard, Asesor de la Vicaría General de Pastoral, y encargado de reflexión y materiales de la misma. Y si bien fue bastante grande la transformación que este suceso trajo consigo, hoy, en su aniversario número 50, cabría preguntarse qué tan relevantes son para la sociedad actual. Qué tan importantes son para una modernidad en la que han surgido problemáticas sumamente distintas a las de aquel entonces.

“Hay un Concilio que no logra completarse del todo, aún quedan desafíos muy grandes”, agrega Orchard, posición que comparte el periodista y ex profesor de la cátedra de Doctrina Social de la Iglesia, en la Universidad Católica del Norte, Juan Pablo Cárdenas, quien menciona que se dejaron pendientes varias situaciones, como el reconocimiento de la dignidad de la mujer. “Hasta el día de hoy no se acepta que las mujeres puedan ser sacerdotisas. Se aceptó, por otro lado, el control de la natalidad, pero solo los métodos naturales; ahora tampoco se acepta la anticoncepción con píldoras o condones. También está lo del aborto terapéutico o el gran tema del celibato eclesiástico. Todo eso no lo hizo el Concilio Vaticano II, pero sí hubo un impulso en el compromiso de la Iglesia con los desafíos de la humanidad”.

Entonces, ¿qué faltaría para que se desarrollase un nuevo Concilio? En palabras de Cárdenas, “se requiere de un Papa progresista, como fue Juan XXIII. De cierta forma, uno revolucionario, sobre todo el que lo siguió. Pablo VI tenía una gran visión general, política. Se necesita un Pontífice que esté dispuesto a poner a la Iglesia acorde a la humanidad de hoy”. En tanto que Orchard cree que no es tan necesario llevar a cabo un nuevo Concilio porque “existe más diálogo directo entre los organismos de la santa fe”, pero acepta que “podría ser de gran utilidad porque hay problemas que aún deben tratarse”. Es así como la modernización de la Iglesia Católica, vivida entre 1959 y 1963, poco escenario adquiere en tiempos actuales, sin embargo, se podría esperar que aquella “brújula que permitió a la nave de la Iglesia navegar en mar abierto, en medio de tempestades o en aguas calmas”, logre salir de las tormentas presenciadas y vividas por el siglo XXI.

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