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Chile en la FIL Guadalajara: La casa del emperador

Columna de opinión por Vivian Lavín Almazán
Domingo 25 de noviembre 2012 13:31 hrs.


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Que el denominado comisario de la delegación chilena en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Beltrán Mena, haya decidido optar por una gran casa de libros como concepto para la presencia nacional en esta gran fiesta cultural puede ser una idea interesante y que puede tener, como los libros que acoge, más de una lectura.

La primera interpretación es gozarse en un gran lugar que alberga y protege a objetos de preciado valor como los libros. Una gran casa, de líneas simplísimas, que también ha dispuesto en su interior de un lugar de reunión donde debatir y conversar en torno a lo que dicen sus habitantes. Un lugar que está siendo visitado y apreciado con la ya tradicional simpatía y solidaridad mexicana.

Sin embargo, la gran casa de Chile en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2012 puede tener una segunda lectura, cuando la materialización del concepto “casa” se tradujo en un diseño que puede ser interpretado como un gesto de realismo político y simbólico cuya una honestidad pocas veces hemos visto en nuestra historia.

Al invitado de honor de la principal fiesta literaria de Iberoamérica se le concede la explanada de ingreso a la Feria, esto es un espacio de una visibilidad envidiable que Chile ha sabido aprovechar.

Y aunque el encargado de la curaduria haya dicho hace algunos meses que no había concepto alguno sino que sólo la idea de mostrar que en Chile sí existe una industria editorial, la materialización de ese deseo queda ajustadamente reflejado en Guadalajara en un gran proyecto de casa, del cual sólo se aprecia el empalizado. Un esqueleto de madera de una gran vivienda provista del clásico techo de dos aguas, es decir, una mediagua, cuya parte baja está forrada de libros en lugar de los clásicos revestimientos hogareños. El acto de realismo político está dado en que justamente en esa precaria construcción que, paradojalmente, refleja a nuestro país luego de lo acontecido con el terremoto del 27 de febrero de 2010, cuando las viviendas de emergencia fueron las más requeridas y dilatadas en su entrega, son las que mejor representan el precario estado de la industria editorial chilena.

No es una metáfora. Es una realidad que el libro en Chile está prácticamente en la intemperie con uno de los impuestos que más groseramente lo gravan en el mundo. Una carga que lo tiene encumbrado como un producto de alta sofisticación y para bolsillos muy selectos y, al mismo tiempo, ignorado y ninguneado dejándolo por el suelo, como si se tratara de un calzado o de cualquier otro producto del mercado al que no se le asigna ninguna franquicia por su valor cultural. Una prebenda que en cambio, sí tienen los conciertos de música y las entradas a los estadios para asistir al fútbol.

La desnudez del pabellón nacional también queda demostrada en los discursos oficiales, cuando en ningún momento se hizo mención a todos los actores que están detrás del objeto libro, excepto a los autores. Las editoriales, que son las verdaderas reinas de esta fiesta, en el stand chileno pasan prácticamente inadvertidas y son los libros, muchos libros lo que mudos en las paredes de la mediagua nos recuerdan su lugar de origen. Porque un libro no es sólo la figura del escritor, como se ha mencionado por parte de nuestras autoridades. Un libro es el resultado de una larga cadena en la que autores, editores, distribuidores, promotores y vendedores, por graficarlo en términos gruesos, son los que le van otorgando valor hasta dar con el preciado objeto cultural. Olvidar el rol que cumplen los editores de todo tipo, sean independientes, asociados, universitarios, globalizados o digitalizados es una falta grave, cuando la misma Feria del Libro no es otra cosa que múltiples casas editoras con propuestas diferentes para captar a los más diversos públicos.

En los 26 años de la existencia de la Feria del Libro de Guadalajara, Chile es por segunda vez su invitado de honor. Un privilegio que sin embargo, no merecemos cuando el libro en Chile y la industria que lo sostienen es maltratado de la misma manera que a sus lectores. Un país que olvida el aporte de instituciones esenciales como las asociaciones gremiales de editores, el papel de la universidades y otros organismos culturales, como la Academia Chilena de la Lengua y su trascendental papel tanto en el equilibrio de las relaciones con su primus inter pares hispano, como en la creación de un corpus que reivindica el hablar americano. Un país que olvida arropar su humilde casa, revestirla de leyes que de verdad apoyen a la industria editorial y a sus lectores y, que sin embargo, se pasea orondo por escenarios internacionales a pesar de su desnudez…como el emperador sin su traje.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.