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Economía

La Mega Unión comercial entre EE.UU y Europa

Columna de opinión por Roberto Meza A
Lunes 25 de febrero 2013 13:26 hrs.


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A inicios de 2013 y con motivo de la asunción de Gran Bretaña a la presidencia del G8 (EE.UU., Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, Rusia, Canadá y Japón) el premier inglés, David Cameron, propuso un mega acuerdo de libre comercio entre Europa y Estados Unidos e hizo a un llamado a luchar conjuntamente contra la elusión tributaria en paraísos fiscales.

Cameron instó a reactivar el crecimiento económico y reclamó “pasos valientes” para la cumbre que el G8 celebrará en junio próximo en Irlanda del Norte, proponiendo cambios a largo plazo, tanto en los países como en las reglas que norman sus relaciones, considerando la “difícil inseguridad económica” que vive el orbe. El G8 –dijo- podría marcar una “diferencia tangible al activar economías e impulsar la prosperidad, no sólo en nuestros países, sino en todo el mundo”.

A menos de dos meses del desafío, la Unión Europea y EE.UU. ha acordado iniciar negociaciones para una “Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones” que fue suscrita por el Presidente Barack Obama, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y el presidente del Consejo de la UE, Herman Van Rompuy. Las negociaciones para la mayor zona de libre comercio del mundo comenzarán en junio y se espera cerrarlas en dos años. En su reciente discurso sobre el estado de la Unión, Obama anunció el inicio de estas conversaciones, mientras la canciller germana, Angela Merkel, celebró el acuerdo y confió en que este aporte crecimiento y empleo.

En efecto, las estimaciones son que la eliminación de las barreras comerciales entre Europa y EE.UU. podría implicar un aumento del PIB europeo de un 0,5% (unos 66 mil millones de euros anuales), similar al aumento del PIB norteamericano. Ambas zonas intercambian bienes y servicios por valor de casi US$ 2.800 millones diarios. Y si se suma el movimiento comercial de ambas, el resultado es la mitad del rendimiento económico global, cerca de un tercio del flujo comercial mundial que abarca a cerca de 800 millones de personas. El tratado podría, además, asegurar que las reglas del juego de la economía mundial sean impuestas por Occidente y no por China.

Pero los analistas ven enormes obstáculos. No obstante que la eventual unión transatlántica de estándares industriales y patentes podría hacer que las normas euro-norteamericanas tuvieran validez internacional, el acuerdo amenaza la independencia de diferentes autoridades, como, por ejemplo, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA), la que debería aceptar las muy diversas certificaciones europeas y viceversa. La UE, por ejemplo, exige identificar alimentos manipulados genéticamente en sus etiquetas.

Parecidos problemas se observan en materia de regulación, patentado y estandarización de servicios como seguros y otros productos financieros. De allí que empresarios hayan propuesto que el tratado considere primero terminar con todos los impuestos aduaneros y otras tarifas entre Europa y EE. UU. Pero el vocero del Comisionado de Asuntos Comerciales de la UE, Karel de Gucht, ha dicho que las barreras aduaneras “no son claves en el comercio transatlántico”. Los grandes obstáculos son las diferencias de normas y estándares y allí debería ponerse el foco, hecho que contribuye a la complejidad del tratado.

La visión de un acuerdo de libre comercio entre EE.UU. y Europa existe desde hace tiempo, pero nunca ha podido hacerse realidad. Por otra parte, los intermediarios de Washington y la UE no pueden tomar decisiones sin que sean aprobadas por el Congreso estadounidense y el Parlamento Europeo. ¿Podría la actual crisis hacer cambiar las tradicionales visiones?

Empresarios y expertos coinciden en que es una iniciativa conveniente, especialmente cuando la economía de la eurozona cayó en recesión aún más profunda en el último trimestre de 2012, con un retroceso del PIB de 0,6 por ciento respecto del trimestre anterior. Un resultado que no se registraba desde el 2009, cuando cayó -2,8 por ciento. Y para 2013, la economía de la zona euro se contraerá 0,3 por ciento, según previsiones de la Comisión Europea. El conjunto de la Unión Europea, por su parte, registrará un leve crecimiento del 0,1 por ciento. La recuperación no llegará, pues, sino hasta 2014, cuando Europa crezca 1,4 por ciento.

En este escenario, hasta la locomotora continental, Alemania, ha perdido impulso, debido, según analistas, a la sobrevaloración del euro, no obstante que ministros de Finanzas del G20 se pronunciaron unánimemente en Moscú hace unos días en contra de desatar una “guerra de divisas”, evitando, eso sí, criticar a Japón por su política de devaluación del yen, aunque ratificando la intención de avanzar a tipos cambiarios más determinados por el mercado y no manipulados “con fines competitivos”.

Durante la misma reunión, el G20 anunció un plan para el establecimiento de nuevas normas internacionales que eviten la elusión tributaria de grandes transnacionales, el que será presentado antes de julio, en la OCDE, a lo que se agrega el acuerdo en proceso para la implementación de una tasa impositiva a las transacciones financieras (Tobin). Los ministros advirtieron que la globalización no debe avalar que las multinacionales rebajen mañosamente sus beneficios para no aportar de modo justo a la recaudación tributaria en los países. Señal que las crisis modifican visiones y que, en consecuencia, una Asociación Transatlántica no parece hoy imposible, con todos los efectos económicos, sociales y geopolíticos que tal unión implicará.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.