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El descrédito político ante el voto voluntario

Columna de opinión por Hugo Mery
Lunes 1 de abril 2013 12:09 hrs.


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Descolocados quedaron los precandidatos del oficialismo y la oposición después de la puesta en escena de  Michelle Bachelet llegando a Chile para anunciar su repostulación a La Moneda. Pese a las críticas de unos y otros, todos acusaron el golpe y reconocieron implícitamente lo impecable de una operación estratégica cuyo fin es ofrecer algo nuevo… sin precisar todavía los detalles de una oferta que no pasó de generalidades conocidas por todo el mundo.

Mientras Orrego, Gómez y Velasco se sienten más que nunca participando en un juego en el que sólo podrán aportar, pero no ganar, Allamand y Golborne reaccionaron según sus caracteres, el primero insistiendo -de manera que a mucho(a)s resulta odiosa- que la ex Mandataria representa una vuelta al pasado; el segundo sumándose con renuencia a un discurso más combativo,  sabedor de que al compartir los atributos de llegada a la gente que ella confirma ahora en sus administradas apariciones lo perjudican más a él.

Contrastando con la cautela de la candidata, sus adversarios no dejaron de ofrecer entrevistas a los medios, pero los dirigentes partidarios tuvieron que salir a explicar  las tensiones suscitadas al interior de sus sectores. El presidente de la DC, Ignacio Walker, tuvo un mal paso al amenazar en un “protocolo” con medidas disciplinarias a los militantes que no se plieguen a la carta del partido, lo que tuvo que objetar el propio Orrego, mientras  que Osvaldo Andrade y Jaime Quintana debieron aplacar los reclamos dentro del PS y el PPD por la ostensible marginación que recibieron de la postulante  que proclamarán conjuntamente  el 13 de abril para las primarias del 30 de junio.

El sello ciudadano del bacheletismo fue aprobado por los dirigentes, aunque a costa de discutir al interior de sus respectivas cúpulas sus alcances y límites, decidiendo el jefe del PPD convocar en una circular a los militantes a trabajar entusiastamente por la abanderada.

Estas movidas tienden a  calmar las inquietudes ante el diseño por un equipo de exclusiva confianza de Bachelet -comandado por Rodrigo Peñailillo-, el que apuesta a remontar el descrédito de la Concertación –que también es el de la Alianza y el Parlamento- con la búsqueda de “una nueva mayoría política y social”, en la que los movimientos ciudadanos tendrán el protagonismo, con los partidos en el reparto.

¿Da esta impronta asidero para ganar y gobernar? Las respuestas posibles  son:

Para una oferta de renovación, el diseño es impecable, excepto que los partidos poseen un dominio territorial que le da su articulación en todo el país, y que la campaña parlamentaria se hará simultáneamente y la futura gobernante necesitará un Congreso que le sea favorable. Para ello, a su vez, deberá aventar el fantasma del voto voluntario, que se cernirá sobre los candidatos a la Cámara de Diputados y el Senado que la apoyen.

Al gobernar, llegará la revancha. Cuando se inauguró en La Moneda, los partidos no le dejaron hacer entonces lo que se proponía: incorporar a una generación de recambio a la que ella misma pertenecía. La equidad de género y la no repetición del plato sucumbieron a las listas de nombres sugeridos por las directivas para puestos claves.

El primer desafío de Bachelet II será independizarse en la campaña y en su eventual nuevo gobierno, pero sin prescindir de los partidos, aunque escogiendo de dentro y fuera de su seno líderes nuevos: ellos no faltan y no necesariamente son jóvenes, sino que, con o sin experiencia, no deben ser unos burócratas.

El segundo desafío es el programa a ofrecer. Para satisfacer a sectores contrapuestos, como los impacientes y los que no quieren conflictos, tal vez la estrategia sea no recoger intransigentemente todas las demandas para un período de apenas cuatro años, pero tampoco desecharlas. Entre éstas, la de una Asamblea de Reforma Constitucional, aunque confirmando sí  el fin del sistema binominal, las reformas tributaria y laboral y “el fin de los abusos”.

La correlación de fuerzas, las movilizaciones sociales dictarán al gobierno lo que haya que hacer, tal como ocurrió con la imprevista rebelión pingüina de 2006, si bien se trata de  no  actuar más reactivamente.

El concepto madre será el fin de las desigualdades.

Ojo: el partido Comunista no está insistiendo tanto en la elaboración de un programa detallado antes de respaldar a la candidata. Jóvenes dirigentes como Camila Vallejo y Karol Kariola cambiaron sus posturas cerradas a un apoyo, en concordancia con su presidente, Guillermo Teillier, quien representa la política de incorporar al PC a la institucionalidad y de no esperar 20 años para concretar las aspiraciones de hoy, actitud  que refleja Enríquez-Ominami con su nueva candidatura testimonial y la creación de un partido personal.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.