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Lecciones que dejó la masiva primera jornada de Lollapalooza

Decenas de músicos pasaron por los seis escenarios del festival, que en su primer día recibió a más de 70 mil personas. Acá, tres fragmentos escogidos de lo que ocurrió en el Parque O'Higgins.

Rodrigo Alarcón L.

  Domingo 7 de abril 2013 5:39 hrs. 
gp

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Fueron 70 mil las personas que llegaron al Parque O’Higgins y la gran mayoría lo hizo para ver a Pearl Jam. Antes se presentó otra gran atracción de la jornada, Queens of the Stone Age, con 90 minutos de música pesada y ensordecedora casi todo el tiempo, que brilló cuando se adentró en sonidos inesperados, más cercanos a la experimentación con ruido que al rock convencional. No obstante, una ovación mayor se llevaron cuando invitaron a Eddie Vedder, de Pearl Jam, a acompañarlos con un cencerro y su voz en “Little sister”.

El arrastre de los de Seattle quedó demostrado mucho antes que se dejaran ver, cuando el escenario que los aguardaba ya era asediado por una enorme masa de espectadores. Cada canción de Pearl Jam fue coreada incluso en las posiciones ubicadas a larga distancia y la adoración fue total. Alcanzó para que los miles de asistentes cantaran cumpleaños feliz al guitarrista Mike McCready (que se llevó un tortazo en la cabeza de regalo), hicieran palmas una y otra vez y aclamaran cada paso de la banda.

Sin embargo, Pearl Jam también gusta de adorarse a sí mismos: alargaron algunos hits para dar amplio espacio a los solos de guitarra y terminaron celebrando en el escenario con amigos: el vocalista de QOTSA, Josh Homme, y el dueño y creador del festival, Perry Farrell, de Jane’s Addiction. Con fuegos artificiales explotando en el cielo, todos tocaron “Rockin’ in the free world” de Neil Young, aunque de espíritu libertario al evento no le queda mucho entre la multitud de marcas y reglas que lo rodean. Más estimulantes resultaron canciones como “Do the evolution”, concisa y rabiosa, y la versión para “Sonic reducer”, donde quebraron la barrera entre público y artista subiendo a un fanático a tocar la guitarra, como ya lo habían hecho en su visita anterior. Un pequeño momento de riesgo en un festival donde todo está bajo control.

Más canciones, menos artificios

Primero lo demostraron los estadounidenses Alabama Shakes y luego los suecos The Hives: no se necesita pirotecnia (ni instrumental ni real) para un concierto, sino solo canciones que al menos prometan ser cantadas con algo de sentimiento. El cuarteto de Athens, que apenas tiene un disco larga duración, se presentó en uno de los escenarios más pequeños, a pleno sol, y lució. Con la cantante Brittany Howard como estandarte, brindaron una hora de raíz soul con una vieja fórmula: guitarra, bajo, batería, un órgano de sonido añejo y una voz que pasa sin sobresaltos del desgarro a la suavidad.

Más tarde y en un escenario mayor, The Hives llegaron a un resultado similar por otra vía. Fueron 75 minutos de guitarras a alto volumen y con el espacio justo para el lucimiento solista, el manual del rocanrol aplicado completo por el cantante Pelle Almqvist y canciones que solo conocen dos tiempos: rápido y muy rápido. Es cierto que hay una dosis de teatralidad -salen al escenario uniformados con smoking y sombrero de copa (!!)- y el vocalista sabe adueñarse del público con su hilarante y constante diálogo en español. Sin embargo, nada de eso funcionaría si no fuera por los temas que explotan uno detrás de otra como golpes al mentón del oponente. Sin grandes aspavientos, al final los que lucen no son ninguno de los instrumentistas: son las canciones.

Los chilenos arman la fiesta

Una de las primeras postales que regaló Lollapalooza no estuvo en ninguno de los escenarios, sino a medio camino entre los dos y con músicos chilenos involucrados. La Banda Conmoción, un colectivo de casi veinte integrantes, abrió el festival y durante 45 minutos armó un carnaval de sonidos andinos y tropicales, baile, papel picado, y serpentinas. Ese lapso de tiempo les alcanzó para presentar unas cuantas canciones nuevas, hacer una solemne versión de “Maldigo del alto cielo” de Violeta Parra, aludir a los estudiantes, a los mapuches, a “los marginados de los marginados” y a “los niños víctimas de la represión del Estado”. Fue una fiesta ovacionada por una cantidad importante de público que cerca del mediodía comenzaba a llenar el Parque O’Higgins.

Apenas segundos separaron el fin de ese concierto con el inicio de Gepe, en el escenario ubicado justo en el otro extremo de la elipse del parque. Y cuando comenzó a sonar “En la naturaleza (4-3-2-1-0)” fue una multitud la que corrió por el pavimento coreando la cuenta regresiva que da comienzo a esa canción. Luego, Gepe ofreció un show basado en su disco más reciente, GP (2012), que explotó también el colorido de las fiestas nortinas y lo llevó al terreno del pop. Daniel Riveros se movió indistintamente entre el micrófono, la guitarra y la batería y terminó ovacionado por una pequeña multitud. Esa corrida entre ambos escenarios confirmó el arrastre popular de la Banda Conmoción y la creciente masividad de Gepe, dos nombres que habitualmente suenan en circuitos paralelos y que, por esta vez, se unieron por una estampida.

Foto: Juan Pablo Quiroz, Lollapalooza Chile
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