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Llorar por los ausentes

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Miércoles 8 de mayo 2013 10:31 hrs.


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Próximos a cumplir 40 años desde el Golpe Militar de Pinochet, de las Fuerzas Armadas, la Derecha y los cómplices de nuestra más severa crisis institucional, se van a suceder todo tipo de publicaciones y coloquios intelectuales para explicarse o justificar lo sucedido en aquel 11 de septiembre de 1973. La mayoría de los chilenos va a conmemorar el derrumbamiento de nuestra institucionalidad democrática, pero otros, con algún recato o disimulo, seguirán celebrando lo sucedido entonces. Sin embargo, para nadie  pasará inadvertida la fecha: ni siquiera para las generaciones de jóvenes que nacieron en las décadas siguientes.

Muchos llegarán a la conclusión de que 40 años no es nada en la historia de un país. Y será  un lugar común coincidir en que los 17 años de la Dictadura y los 23 que la han seguido conspiran, se concatenan y han dejado huellas imperecederas en nuestra convivencia. Especialmente si pensamos en que todavía nos rige la Constitución de 1980, el modelo económico impuesto a sangre y fuego, así como buena parte de las impunidades que el terrorismo de estado se aseguró, pese a las comisiones de Verdad y Reconciliación,  de Tortura y la Prisión Política que, en realidad, se han propuesto formas de reparación más que de justicia. Tanto que el propio Tirano, detenido fuera de Chile, fuera  rescatado por sus sucesores a fin de asegurarle una vejez plácida y, a la hora de muerte, rendirle,  incluso, honores oficiales.

Por los mismos medios de comunicación que escondieron y alentaron los crímenes serán difundidos, ahora,  los testimonios de quienes se sienten héroes de la gesta del “NO y la recuperación de nuestra Democracia”, cuando ya está más que acreditado que lo que vino después de Pinochet fue un régimen “a medida de lo posible”, con todas las salvaguardas autoritarias que tan bien se expresan en nuestra Carta Fundamental,  sistema electoral y régimen de quórums parlamentarios para hacer imposibles las reformas republicanas.

En la clase política se colmarán de elogios unos a otros y todos coincidirán públicamente (o en privado)  que la herencia institucional tuvo mucho de sabia y sensata para frenar los ímpetus que en  los trabajadores y los jóvenes alimentaron la movilización popular y las protestas sociales. Se reconocerá el reciclaje político de la izquierda radical, tanto como el de los golpistas de entonces. Unos y otros devenidos, ahora, en socialdemócratas o  centro derechistas, convergiendo en el centro político para estrecharse las manos con los socialcristianos, autodefinidos como progresistas en lo político, pero conservadores o tradicionalistas en los denominados “temas valóricos”.

Empresarios, dirigentes gremiales y sindicales corruptos accederán a foros y debates para librar sus culpas del pasado y de un presente en que todavía más de un 80 por ciento de los asalariados no pertenece a agrupación laboral alguna, cuando la negociación colectiva sigue prohibida, en que las huelgas  y manifestaciones callejeras son  castigadas implacablemente  por las fuerzas policiales, la Ley de Seguridad del Estado y la oscura legislación laboral vigente.

Rectores de universidades coincidirán en el propósito de que sus instituciones reciban más aportes del Estado, pero seguirán soslayando el propósito estudiantil de la educación pública totalmente gratuita.  Y para qué decir, todo lo que se va a reiterar en cuanto a nuestra desigualdad social, para elevar a lo sumo un dos o tres por ciento más el salario mínimo y evitar una reforma tributaria profunda que podría inhibir los incentivos de la inversión, que no son otros que el lucro y la usura, así como la expoliación de nuestros recursos básicos del suelo, del subsuelo, del mar y las altas cumbres de nuestra Codillera.

Se anotará, por cierto, como un gran logro de la “política de los acuerdos” nuestras cifras del PIB, de  la inversión foránea, como el reconocimiento que nos hace las grandes potencias y organismos mundiales. En el balance se nos dirá, incluso, que hoy somos un país moderno, de alto consumo, de enormes multitiendas, autopistas y otras grandes infraestructuras que han cambiado el rostro de nuestras ciudades. Logros que, para algunos, nos han catapultado al Primer Mundo, aunque en realidad sigamos siendo un país de escuálidos niveles educacionales e índices de lectura, cuanto de pobrísimo acceso a las manifestaciones culturales.

Para colmo, se dirá que somos uno de los pocos países del mundo que escapa a la corrupción de nuestras autoridades e instituciones, en total displicencia respecto de los crónicos fraudes a los consumidores, la especulación escandalosa de los bancos y ese sinfín de denuncias imposibles de ser ignoradas, ya,  por la prensa uniformada, servil y complaciente.

Se nos dirá que la alternancia en el poder del duopolio político es lo que le ha dado estabilidad a nuestro país y no faltará quienes nos  reiteren que por ningún  motivo en la Araucanía y otras zonas del país puede permitirse el desarrollo de enclaves dentro de nuestro gran estado unitario y homogéneo. Menos aún tolerarse cualquier tipo de demandas que puedan poner en riesgo nuestra soberanía territorial, salvo la mácula ya marcada por las transnacionales.

Por supuesto, se le rendirá tributo a Allende en actos que se celebrará  “el gesto” de quienes asistirán pese a que en el pasado lo ningunearon, derribaron y calumniaron. Y se celebrará su consecuencia y sacrificio en el Congreso Nacional y en todos aquellos eventos que sirvan a la competencia electoral. Y los torrentes de saliva para homenajearlo serán un nuevo escupitajo a su memoria de parte de los que se escondieron, arrancaron o asilaron cuando en la primerísima hora del Golpe Militar. Mientras miles de combatientes se ofrendaban en las poblaciones, eran confinados en los campos de concentración y serían horrorosamente torturados, ultimados y exiliados por confiar en sus líderes, emular el coraje de su compañero Presidente y servir a la bella causa de sus convicciones.

Nos acusarán de insensatos,  resentidos e incendiarios si a los 40 años nos expresamos intransigentes y resueltos a seguir demandando una Asamblea Constituyente y un régimen en que primen la justicia social, la solidaridad y los valores del socialismo,  que hoy se hacen carne en la democracia participativa que tenemos a años luz de distancia política.

Así como se mofarán de que en cada efeméride como ésta  sigamos “llorando a los ausentes”.

Envíanos tu carta al director a: patriciolopez@u.uchile.cl

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.