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Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Domingo 18 de agosto 2013 10:17 hrs.


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En un país en que la ley escrita tiene el peso como en pocos, es posible que entendamos porqué personas que comparten una carga histórica injusta decidan reclamar de manera formal lo que hoy conocemos como justicia. Es decir, un concepto que no solo “da a cada uno lo suyo”, sino que además, busca compensarlos de manera material, pecuniaria. Y es que es una cuestión moral, el que después de tres siglos, desde que terminara el genocidio y la esclavitud a la que fueron sometidos, los descendientes de los africanos en el Caribe reclamen hoy una compensación material. Y es que aún entrados en el siglo XXI, no se puede creer que Reino Unido, España, Francia, Holanda y Portugal, no hayan nunca formalmente pedido perdón por haber secuestrado y luego sometido a la condición de esclavos a más de 12 millones de personas provenientes de la costa occidental del continente africano entre los siglos XVI y XVIII. ¿Vale la pena hacerlo hoy? ¿Le importa a alguien que lo hagan? Pues contrariamente a como pudiera pensarse, quienes descienden de todos esos seres humanos que fueron tratados como animales y obligados a trabajar  de por vida solo por techo y un mal plato de comida,  tienen la conciencia de la deuda y el dolor que les ocasionaron a sus antepasados. Pero, sobre todo, la claridad para entender que el modelo de explotación impuesto por los colonizadores hace siglos sigue siendo hasta hoy una especie de esclavitud que aún cargan, cuando sus países siguen sometidos a la pobreza, la misma de sus abuelos esclavos.

Y, aunque si bien reclaman un perdón, quieren que este se materialice en algo más. En una compensación económica que hace más de 10 años ya había sido avaluada en cerca de 600 mil millones de euros. Una cifra imposible, pero que los 15 países que integran la Comunidad del Caribe, Caricom, están dispuestos a exigir, aunque sea solo una parte de ella, frente a la Corte Internacional de Justicia. No es una cuestión de “pataleo”, se trata de una acción mancomunada que están desarrollando desde hace un tiempo y que en las próximas semanas irá tomando forma cuando la firma inglesa Leigh Day&Co, comience a ejercer la representación de la Caricom frente a las más altas autoridades de justicia del planeta…porque no hay peor astilla que la del mismo palo, la pretensión caribeña impulsada por sus agentes ingleses no es nada de ilusa.  Aunque algunos se sonrían de manera socarrona, pensando que se trata de una empresa ingenua e imposible. La verdad es que el Derecho Internacional ha avanzado mucho y las cosas tienden a ordenarse mucho más de lo que puede pensarse. Esta misma oficina logró en junio que Reino Unido admitiera la tortura a más de cinco mil rebeldes kenianos de la etnia Mau Mau hace 50 años y, por ello, el pago de 13 millones de euros a las víctimas y sobrevivientes. Buen precedente para los caribeños, ¿y para nosotros?

Los chilenos, acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno, ni imaginamos que una situación así pueda tocarnos. Sin embargo, el conflicto interétnico que hasta el día de hoy sigue costándonos vidas humanas, además de la pobreza y el estado de crispación permanente en la Región del Bío Bío, es nuestra condena. La condena por no haber entendido que somos un país multicultural, en el que hasta hace menos de 200 años, había personas que eran dueñas de las tierras que hoy están en manos en agricultores, grandes empresas chilenas y transnacionales, y cuyos descendientes están sin embargo, sumidos en la miseria y la humillación de un país que los ignora. No asumir nuestro mestizaje, nuestra lengua hilada de quechua y mapudungún, nuestros caminos trazados por el pie del inca, nuestros usos y costumbres heredadas de los pueblos ancestrales… es mentirnos y, finalmente, heredar a nuestros hijos la tarea de enfrentarlo.

Porque el que hoy no veamos lo que vive el pueblo mapuche,  desoyendo los llamados a la paz de machis y comuneros; ignorando de manera grosera la ocupación armada de que son objeto y la aplicación de la ley antiterrorista rechazada por todas las instancias de protección a los DDHH y, en cambio, solo confiar en el relato de los hechos desde los vencedores es una deuda que tendremos que pagar.

Más temprano que tarde, pagaremos nuestra ceguera y porfía, nuestra ignorancia e indolencia, cuando la verdad histórica que está en sus descendientes comience a germinar y a horrorizarnos por nuestra irresponsabilidad. Cuando nos enteremos de cómo fueron despojados de sus tierras, las matanzas de las que han sido objeto, de cómo se les castigaba por hablar su lengua…Y entonces, pagaremos en dinero, porque así se materializa la sentencia a los culpables en los tiempos que corren…quizás ahí empecemos a entender el dolor de ellos y ese que no vemos pero que cargamos tan dentro. ¿Habrá que esperar a que llegue a la oficina de partes de La Moneda un sobre con el membrete de Leigh Day&Co? …esperemos que no.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.